EL SILENCIO, UN VALOR OLVIDADO

caminhoPe. Hamilton Naville, EP

 

El silencio, en varias ocasiones, es presentado como un medio de aislamiento. Las reservas del silencio han sido invadidas y agotadas. El hombre globalizado está en crisis, y por lo tanto tiene necesidad de procurar en sí mismo la respuesta  positiva para tantos males que lo rodean.

 

Uno de esos males es la falta de silencio. Silencio exterior, y silencio interior. El frenesí, la exigencia (“time is money”) de la velocidad vertiginosa para el trabajo y hasta para los escasos tiempos de descanso, arrastran al hombre a un estado de tensión en la cual se debe apuntar como importante la falta del silencio.  Y con la falta de silencio, la falta del recogimiento, indispensable para pensar y para analizar y discernir.

Nuestro tiempo está carente de recogimiento. Así, se expresa  Michele Federico Sciacca: “Nuestra época ruidosa carece de armonía, de silencios, de sonidos. Pobre de “palabras” y rica de “voces”[1].

 

Por otro lado, es un tiempo atosigado por el ruido. La estridencia sonora es la característica de la música, de las máquinas que operan en los espacios públicos y privados de los medios de comunicación social y el  ritmo de vida moderna cada vez más remite el ser humano al exterior por la dispersión y la superficialidad.

 

En lo que Marshall Mac Luhan llamó “la aldea global”,  todos quieren hablar, y hablar al mismo tiempo. Las voces se entrecruzan y nadie escucha al otro. Y lo que es peor nadie se escucha a sí mismo. Es en el silencio interior que el hombre se encuentra a sí y el universo que lo rodea, piensa ordenadamente, y busca solución a sus males y encuentra cuáles son los verdaderos bienes – por contraposición a determinados “bienes” instantáneos y pasajeros que son auténticos males, y que aumentan su angustia.

 

Levantó este tema, no hace mucho, la película alemana “Die Grosse Stille” (El Gran Silencio), del director Philip Gröning, filmado dentro de la célebre cartuja de Grénoble (Francia) llamada “La Gran Cartuja”. Se trata de un documental de 165 minutos (¡casi tres horas!) en el cual reina el silencio. Sólo  se oye una u otra vez la música del canto gregoriano que los monjes utilizan para la oración,  la campana de convento, que señala las diversas actividades diarias, el llamado a la oración y al trabajo y  los pequeños decibelios de los sonidos agradables de la vida cotidiana de los monjes.

Objetaríamos que ese filme, con la búsqueda del bullicio contemporáneo,  estaría destinado al fracaso, pero no. Comenta la periodista  Sara Martín del  diario La Razón:

 

Alguien podría pensar que este filme-documentario estaba condenado a pasar desapercibido al gran público, aparentemente ansioso por thrillers de acción y suspenso, y poco interesado en una película que transborda paz y tranquilidad por los cuatros costados. Pero no fue así. “El Gran Silencio” fue un suceso de taquilla en Alemania, donde superó a Harry Potter, y  en Italia[2].

 

 

La Academia de Cine Europeo atribuyó el 1er. Premio en la Categoría  Documental, afirmando que hubo “capacidad de narrar la mística y nuestra necesidad de calma y silencio, en contraste con la vida moderna”[3].

 

Este suceso es porque el silencio  atrae y fascina al hombre, pero al mismo tiempo por causa de la constante velocidad en que vive el mundo globalizado, el hombre moderno tiene verdadera repulsa a ese recogimiento interior.

La abundancia de ruido y la escasez de silencio trae no pocos problemas para la salud, que a su vez, impactan el equilibro psíquico y en la falta de paz de alma.

 

NAVILLE, Hamilton. El silencio que habla. Universidad Pontificia Bolivariana – Escuela de Teologia, Filosofia y Humanidades. Licenciatura Canónica em Filosofia. Medellin, 2009. p. 18-19



[1] SCIACCA, Michael Frederico. El silencio y la palabra. Barcelona: Miracle, 1961. p. 115.

[2] ACIDIGITAL. El gran silencio. [En línea]. <Disponible en: http://www.acidigital.com/noticia.php?id=8324> [Consulta: 14 Abr. 2009].

[3] HERALDOS DEL EVANGELIO. Filme sobre la vida de los cartujos: mejor noticiero de 2006. En: Heraldos del Evangelio.  San Pablo.  No. 61 (Nov., 2007); p. 24-25.