Mirar la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto a la luz del documento de Aparecida

Pe. Mário Sérgio Sperche

Na Sra CoromotoIntroducción

Es con María que Dios genera los misterios revelados y con Ella logra que sean percibidos, y así se explica en este dominio la importancia de la Estética (campo de lo perceptible) y el símbolo (mediación dinámica) en el ámbito de la relación Teologia – Mariología.[1]

“Es de creer que Dios adornó a su Madre con una belleza del todo celestial y divina”.[2] Por su dignidad, se le tributa el culto de hiperdulía, superior a la dulía que se debe a los santos, e inferior a la adoración, latría, que se debe exclusivamente a Dios. Esta veneración tiernísima – la que merece – ha hecho que la devoción del Pueblo de Dios desarrollase una iconografía rica en relación a las verdades de la Revelación; y así, en relación a la Santa Madre de Dios. Se crearon formas y expresiones cromáticas que hablaban por sí mismas y se constituyeron catequesis a veces tan completas cuanto grandes discursos.

A muchas de las representaciones de la Santísima Virgen a lo largo de la historia, se le atribuyen milagros y conversiones sorprendentes. Esto ya constituye por sí mismo, un indicio del agrado que Dios encuentra en esas bien acertadas expresiones artísticas, para reflejar principios marianos y fructificar la devoción de los pueblos.

¿Y si Dios quisiese Él mismo hacer una obra de arte? – Efectivamente, Él emplea y respeta, por así decir, principios simbólicos que han sido utilizados durante siglos, y que, a fin de cuentas, fueron inspirados por Él mismo. Los ejemplos no faltan: Nuestra Señora de las Lajas en Colombia, Nuestra Señora de Guadalupe (en Méjico) o Nuestra Señora de Coromoto (en Venezuela).

En cuanto a esta última, decía Mons. Omar Cordero en su libro La Coromoto y Venezuela:

Todo lo que por la Biblia, el Magisterio, la Tradición y los Concilios sabemos de María, podemos aplicarla a la Coromoto, pues la advocación local o nacional no destruye la identidad total de la Gran Señora, sino que la conserva aplicando a las circunstancias determinadas toda la riqueza teológica del Misterio de María.[3]

Venerando esta imagen en el seminario de los Heraldos, teniéndola delante de nuestros ojos, en el corazón, y recordando los complejos momentos de la Venezuela de nuestros días, aprovechamos para enriquecer la piedad de los que se acercan a la Virgen con la profundidad de significados y riquezas teológicas que la adornan y que se espera resumir en este trabajo. Como decía el entonces cardenal Ratzinger:

La piedad mariana estará siempre en tensión entre racionalidad teológica y afectividad creyente. Pertenece a su esencia, y a Ella le incumbe precisamente no dejar atrofiarse ninguna de las dos: no olvidar en el afecto la sobria medida de la ratio, pero tampoco ahogar con la sobriedad de una fe inteligente al corazón, que a menudo ve más que la pura razón.[4]

 

Una bellísima Señora apareció a un cacique y se torna la evangelizadora de los venezolanos

Dios permitió que a un cacique se le apareciera la Virgen, hablando en su lengua, exhortándolo a ser bautizado y poder ir al cielo. Pero el corazón se le endurecio, como al Faraón delante de Moisés. El 8 de septiembre de 1652 se enfureció y lanzó a Ella, una piedra, pero la Bella Mujer desapareció. Entre tanto, su imagen graciosa y pequeña permaneció en un pequeño objeto  en la mano del indio. Reconocido el milagro, la devoción comienza a propagarse y el Episcopado Venezolano la decreta como Patrona en 1942, reconociendo los bienes “de tal prenda de maternal amor”, y los “favores dispensados a sus devotos”. De particular importancia es el punto 4 del mismo documento:

“Esta devoción ha reavivado visiblemente la fe cristiana en nuestros pueblos y se ha traducido en notable mejoramiento de las costumbres entre las multitudes creyentes”.[5]

Nuestra Señora de Coromoto ha tenido así una gran importancia en la evangelización de Venezuela; en cristianizar esa nación, no aplastando la cultura local, sino sublimándola, pues ésta es la función del evangelio y de María junto a todos los pueblos del mundo; y el documento de los obispos lo reconoce. Por lo tanto, no es motivo de admiración que sea llamada  “evangelizadora de los venezolanos”.[6]

 

Ver la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto a la luz del documento de Aparecida

En la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto

Se puede hablar, partiendo de las raíces históricas de nuestra evangelización, de la realidad, un principio eclesiológico mariano inculturado que matiza, promueve y desarrolla la continua renovación espiritual, pastoral de nuestro continente en plena correlación con la acción del Espíritu Santo en la historia.[7]

Es decir, que Dios ha querido presentarnos a su Madre de una forma entendible a los pueblos Americanos. Realmente, si aquel Niño es Dios, como ensañaban los misioneros, una pregunta que naturalmente se pone a los ojos de los habitantes de la América donde recién comienza la evangelización, es ¿Quién es la Madre? Y los ojos van naturalmente a la Señora que sirve de trono a aquel Niño. Nadie más sino su verdadera Madre, podría tener una dignidad a la altura de ser el pedestal sobre el cual se presenta a la divinidad. Este cuadro maravilloso nos hace entender que:

Ella misma visita este continente en las mariofanías de la primera evangelización

La Virgen está presente en la Imagen, de forma discreta por una parte, puesto que está en segundo plano, pero ella misma está sentada en un trono dorado y con corona, muestra de su realeza. En ésta postura, la catequesis americana puede fácilmente explicar que Ella no es Dios, el Niño sí, y a ella no se le debe atribuir adoración. Es por medio de la Virgen, que nos llega el mensaje de su Hijo. Según el documento de Aparecida:

La corona de la Virgen y del Niño, así como se pueden apreciar, son típicamente indígenas

Es decir, tanto Ella como Él poseen los atributos propios a quien tiene derecho a ceñir una corona. Y es por el gesto regio de ella, al presentarnos su Hijo, que se nos muestra el camino a ser seguido. Esta verdad, que ha permanecido inalterada durante siglos, la expresa de forma sintética el Cardenal de Caracas, Mons. Alí Lebrún, citado en el documento de Aparecida:

La Virgen es la gran misionera y la portadora de Cristo, y siempre en el Evangelio aparece trayéndonos a Cristo… De manera que, en el sitio de la aparición, la Virgen de Coromoto continuará cumpliendo esa misión de llevar las almas a Jesucristo, de reconciliar a los hombres con Dios, y de abrir su corazón de madre.

Según este documento, hay una simbología catequética que puede y debe ser hecha utilizando los elementos presentes en la Imagen de Coromoto y que constituyen una unión armoniosa, uniendo la gran familia cristiana y pasando por encima de razas, pueblos, naciones y períodos históricos

Esta presencia subyacente de la figura realizada de la Hija de Sión en la mariofanía de Coromoto, y confirmada en los textos litúrgicos propios, expresa la linearidad mariológica inter-testamentaria que confluye en lo eclesiológico: el paso desde la maternidad de Jerusalén, a la Maternidad de María, y de la maternidad de María a la maternidad de la Iglesia.

Volviendo la atención hacia Aquél que la Virgen nos presenta, nos deparamos con varios elementos pastorales que se deducen en la Imagen y que no serían difíciles de discernir por nuestros hermanos indígenas: El símbolo de la realeza, la corona, no debería estar en la cabeza del bebé, pues, a no ser algo extraordinario, no tendría él capacidad de gobernar. Ese algo extraordinario es que se trata de Dios, quien está bendiciendo. Pero si es bebé ¿Cómo puede bendecir, no siendo sacerdote? Apenas podría hacerlo si fuese Sacerdote, con S mayúscula, el origen de todo sacerdocio. Y en su gesto divino, nos muestra dos realidades. Dos dedos están unidos, simbolizando la unión hipostática entre aquel Bebé y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Los otros tres dedos simbolizan la Santísima Trinidad. No deja de ser causa de una cierta sonrisa el constatar la candura con la cual con uno de los tres dedos, el pulgar, parece apuntar para sí mismo, como diciendo inocentemente: “Uno de los Tres soy Yo”. Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre. Como dice un sermón atribuido a San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso:

 Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti, los muertos resucitan; por ti, reinan los reyes […][8]

El texto de San Cirilo se presta a una bella hermenéutica de la idea tan cantada por la Iglesia y que habla de la criatura que contiene a su Creador. La naturalidad con que la Virgen presenta al Niño no deja duda sobre la sacral naturalidad con la cual Criador y criatura conviven de un relacionamiento familiar. Es de notar también el orbe que está en la mano izquierda del Niño, símbolo de soberanía que seguramente no era conocido por las poblaciones indígenas, pero sí las europeas, constituyendo una invitación a la relación fraterna entre el Viejo y el Nuevo Mundo, lejos de discordias, conflictos étnicos o raciales que no son en nada conformes con las enseñanzas evangélicas.

SPERCHE, Mario et all. Maria en el arte: Mirar la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto a la luz del documento de Aparecida. Mestrado en Teologia Moral. Universidad Pontificia Bolivariana, 2010.


[1] Cfr. ERASO, Miguel Iribertegui. La Belleza de María: Ensayo de teología estética. Salamanca-Madrid: Edibesa, 1997. p. 25.

[2] MARÍN, Antonio Royo. La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas. 2 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1996. p. 36.

[3] CORDERO, Omar Ramos. La Coromoto y Venezuela. Revisión de Alfonso Alfonzo VAZ. Coromoto: Don Bosco, [s.d.]. p. 1.

[4] RATZINGER, Joseph; BALTHASAR, Hans Urs Von. María, Iglesia Naciente. 2. ed. Madrid: Encuentro, 2006. p. 29.

[5] Apud. CORDERO, Omar Ramos. La Coromoto y Venezuela. Revisión de Alfonso Alfonzo VAZ. Coromoto: Don Bosco, [s.d.]. p. 8-9.

[6] Por ejemplo: FIGARI, Luis. Formación y Misión. Lima: Yovera, 2008. p. 42. También en la Letanía de las Advocaciones Latinoamericanas: “Santa Señora de Coromoto, evangelizadora de los venezolanos. Ruega por nosotros”.

[7] Todas las citas en cursiva son del documento de Aparecida.

[8] Homilia IV: PG 77, 992

Sucessão e Sacramentalidade do Munus Apostólicum

jesus-e-apostolos1Pe. Juan Carlos Casté, EP

A instituição do Colégio Apostólico

O Senhor, depois de ter rezado ao Pai, constituiu Doze apóstolos para enviá-los a pregar o Reino de Deus.[i] O número dos Doze recorda as doze tribos de Israel; de um lado expressa a edificação do novo Israel, nascido do “resto” do antigo, mas por outro lado, é intenção de Nosso Senhor romper com a casta sacerdotal limitada a uma tribo.

O próprio ato de eleição comporta já uma participação dos apóstolos à consagração e missão de Jesus, porque os escolhe para enviá-los a pregar, portanto, fá-los partícipes da Sua consagração e da Sua missão, realizando-se isto em diversos momentos e coincidindo com a instituição do sacramento da ordem, observável em diversas ocasiões nas quais recebem de Jesus a chamada, a potestade e a missão, completada no Pentecostes.

O magistério une a instituição da ordem à Eucaristia. João Paulo II, por exemplo, reafirmou a doutrina tridentina da união da ordem com a Eucaristia. Depois da Ressurreição, o Senhor faz dos apóstolos os continuadores da Sua missão e lhes dá o poder de perdoar os pecados.[ii] Essa missão dos apóstolos deriva da consagração recebida. Não é própria, em duplo sentido: é uma iniciativa de Outro e a sua capacidade para desenvolvê-la é participada.

Nessa missão os apóstolos foram confirmados no dia de Pentecostes. Ao descer o Espírito Santo, realizou-se o cumprimento da promessa de Nosso Senhor Jesus Cristo e se completa a instituição da ordem sagrada enquanto dá aos apóstolos a graça necessária para cumprir a Sua missão exercitando a potestas sacra. Os apóstolos receberam, deste modo, a qualificação que permanecerá nos detentores do sacerdócio ministerial: uma capacidade ontológica e um “impulso interior” — o dom de Pentecostes contém também aquilo que posteriormente se chamará “graça sacramental específica” da ordem.[iii] Se a missio Ecclesiae é sempre reconduzível à missão invisível do Filho e do Espírito Santo, a missio apostólica deverá ter a sua origem não só em Cristo, como também no Espírito Santo.

O grupo dos Doze reunido no Cenáculo, como gérmen da Igreja, tinha já sido enviado pelo Senhor aos filhos de Israel, e depois a todas as gentes, a fim de que, participando da sua potestade, os convertessem em discípulos, os santificassem e os governassem, porém, foram confirmados nessa missão no Pentecostes. Foram impulsionados à missão e a predicar audazmente o Evangelho. Esse dom do Espírito Santo, o mesmo Espírito de Cristo, desceu sobre eles para que O comuniquem a todos os homens.

A posição dos Doze, ademais de serem embaixadores e ministros de Cristo, situa-os também à cabeça da comunidade cristã. Eles estão conscientes de estar investidos de autoridade, executando-a inclusive com veemência.[iv] Escolhidos juntos, a sua união fraterna estará a serviço da comunidade. Sua autoridade não é de domínio, mas exercitada “para edificar e não para destruir”.[v]

A Sucessão Apostólica

Os apóstolos, ademais de serem fundamento da Igreja, foram também a origem da sagrada hierarquia. O ministério sacerdotal tem, então, como segundo fundamento — depois do cristológico, o sacerdócio de Cristo — a sucessão apostólica que é a continuidade no tempo do ministério apostólico, indispensável para a vida da Igreja. A sucessão apostólica é o aspecto da natureza e da vida da Igreja que revela a dependência atual da comunidade em relação a Cristo, através dos Seus enviados.

A missão divina, confiada por Cristo aos apóstolos, deverá durar até o fim dos tempos e por isso os apóstolos, nessa sociedade hierarquicamente estruturada, tiveram a preocupação de escolher sucessores.[vi] Se bem que a morte do último apóstolo acaba o apostolado dos Doze, o seu ministério não termina, continua através dos séculos na sucessão apostólica: os poderes e a missão dos Doze foram recebidos pelos seus sucessores, os bispos, e de um modo subordinado pelos presbíteros.

Da revelação neo-testamentária aprendemos que na vida dos apóstolos existiam já colaboradores que desempenhavam o encargo de completar e consolidar a obra já iniciada.[vii] Nesses colaboradores já se destilava, por assim dizer, os bispos sucessores dos apóstolos, sendo que esses “bispos” se distinguiam dos outros cristãos. Era a sucessão apostólica. Estes primeiros sucessores possuem o munus apostolicum “per successionem ab initio decurrente” e este é o critério que individualiza, inequivocamente, aqueles que possuem realmente as marcas da semente apostólica.

São Clemente, terceiro sucessor de Pedro, afirmava que “os Doze tiveram a preocupação de se constituírem sucessores para que a missão que lhes foi confiada continuasse depois da sua morte”.[viii] Assim sendo, os apóstolos, em obediência à vontade do Senhor, instituíram os ministérios que tinham a missão de continuar a obra iniciada por eles, e deram aos seus sucessores a ordem de confiar esse ministério a outros, a fim de continuar a sucessiva geração de cristãos.

Os ministérios desenrolam-se já no período apostólico e imediatamente pós apostólico. Apenas nos bispos, com a ajuda dos presbíteros e dos diáconos, se encontram, através da sucessão apostólica, a marcas autênticas da semente apostólica. Estes foram considerados os pastores que dirigiram a comunidade cristã em nome de Deus. Cumpre aqui acrescentar que apenas os bispos são os sucessores dos apóstolos.

A sucessão apostólica é, segundo a sua essência, a presença viva da palavra em forma pessoal de testemunho, de modo que o “Evangelho a transmitir” seja de verdade “para a Igreja o princípio de sua vida em todo o tempo”.[ix]

O ministério dos bispos se configura, assim, como a visibilidade do “episcopado” de Cristo, e aqui se encontra a base da veneração que a Igreja confere aos seus pastores, pois essa participação torna Cristo presente na Sua pessoa e no Seu atuar.

A sucessão apostólica é chamada fundamento do ministério, no sentido em que consiste principalmente no fato de ser próprio ao munus apostólicum ser transmitido, o múnus desses homens aos quais Jesus prometeu: “Eu estarei sempre convosco até o fim dos tempos”.[x] A sucessão apostólica também determina a modalidade dessa transmissão enquanto ao rito, e garante o reconhecimento aos homens, de quem são aqueles que receberam verdadeiramente a ordem. A missão recebida por Cristo do Pai é transmitida aos apóstolos, e, destes aos bispos e aos presbíteros. Como disse Bento XVI numa das suas catequeses:
Não podemos ter Jesus sem a realidade que ele criou e na qual se comunica. Entre o Filho de Deus feito homem e a Sua Igreja existe uma profunda, inseparável e misteriosa continuidade, em virtude da qual Cristo está presente hoje no Seu povo. Ele é sempre nosso contemporâneo, é sempre contemporâneo na Igreja construída sobre o fundamento dos apóstolos, está vivo na sucessão dos Apóstolos.[xi]

Uma vez finalizada a era sub-apostólica, coloca-se a pergunta de como seria possível conferir a sacra potestas aos seus sucessores, já que não se pode recorrer de maneira direta à pessoa visível de Cristo. Esta deve ser…
[…] considerada como um dos dons hierárquicos (cf. Lumen gentium, 4) derramado sobre a Igreja pelo Seu Fundador divino e, desta forma, como um elemento constitutivo da Tradição sagrada que contém tudo aquilo que os Apóstolos legaram como instrumento de preservação e de promoção da santidade e da fé do Povo de Deus (cf. Dei Verbum, 8). A história demonstra amplamente que o exercício firme e sábio dessa autoridade apostólica, de modo particular nos momentos de crise, tem tornado a Igreja capaz de preservar a sua integridade, independência e fidelidade ao Evangelho, diante das ameaças que provêm tanto de dentro como de fora.[xii]

As funções desempenhadas pelos portadores da sucessão apostólica revelam que nos bispos, assistidos pelos presbíteros, está presente no meio dos crentes o Senhor Jesus.
Por meio do seu exímio ministério, prega a todas as gentes a Palavra de Deus, administra continuamente aos crentes o sacramento da fé, incorpora por celeste regeneração e graça à sua ação paternal (cf. 1 Cor 4, 15) novos membros ao Seu corpo, e, finalmente, com sabedoria e prudência, dirige e orienta o Povo do Novo Testamento na peregrinação para a eterna felicidade.[xiii]

No texto conciliar acentua-se o fato de que é o próprio Cristo que está presente no meio dos fiéis a predicar, incorporar e dirigir. Essa presença ativa de Cristo nos bispos exige um vínculo ontológico entre Cristo e os bispos. E isso leva a que eles sejam sacramento de Cristo no sentido em que eles possuem, desenvolvem a função de Cristo, mestre, sacerdote e pastor, em virtude da realidade interior que os assemelham a Cristo, com a intensidade de que é capaz uma criatura. Trata-se, então, de uma presença totalmente distinta daquela que existe em qualquer cristão.
O bispo é enviado, em nome de Cristo, como pastor para cuidar duma determinada porção do Povo de Deus. Por meio do Evangelho e da Eucaristia, deve fazê-la crescer como realidade de comunhão no Espírito Santo. Disso deriva para o bispo a representação e o governo da Igreja que lhe foi confiada — com o poder necessário para exercer o ministério pastoral recebido sacramentalmente (munus pastorale) — como participação da própria consagração e missão de Cristo.[xiv]

Dessa maneira, chegamos à sacramentalidade da ordem. Isso pede uma especial efusão das graças do Espírito Santo e se transmite com a imposição das mãos. Esse dom foi transmitido pelos apóstolos aos seus sucessores e assim sucessivamente. Essa transmissão deve se realizar por via sacramental. Com a consagração episcopal, confere-se a plenitude da ordem sacerdotal, a qual é chamada pela voz dos santos e dos Padres da Igreja: sumo sacerdócio. Essa consagração confere o múnus de santificar, ensinar e governar os fiéis.[xv]

É no concílio Vaticano II que pela primeira vez se afirma a sacramentalidade da ordenação episcopal enquanto plenitude do sacramento da Ordem.[xvi] Essa natureza sacramental quer dizer que o rito da imposição das mãos é um verdadeiro e próprio sacramento da Nova Lei.                                                                    


[i] Mc 3, 13-19; Mt 10, 1-42.

[ii] Cf. Jo 20, 21-23.

[iii] Cf. Philipe Goyret Chiamati, Consacrati, Inviati Il Sacramento dell’Ordine. Libreria Editrice Vaticana, 2003.

[iv] Cf. 1 Cor 4, 21; 5, 5.

[v] 2 Cor 13, 10.

[vi] Cf. Lumen Gentium 20, 1.

[vii] Cf. Lumen Gentium 20, 2.

[viii] Cf. 1 Clem 42, 4.

[ix] Lumen Gentium 20.

[x] Mt 28, 20.

[xi] BENTO XVI. Gli Apostoli e i Primi discepoli di Cristo. Libreria Editrice Vaticana, 2008 (Intr.).

[xii] JOÃO PAULO II. Aos Bispos da Região Eclesiástica da Pensilvânia e Nova Jérsei (EUA) em visita Ad Limina Apostolorum, 11 set. 2004.

[xiii] Lumen Gentium 21, 1.

[xiv] João Paulo II, Pastores Gregis, Exortação Pós Sinodal sobre o bispo, servidor do Evangelho de Jesus Cristo para a esperança do mundo.

[xv] Cf. Catecismo Igreja Católica, n. 4.

[xvi] Compêndio CIC, n. 326; Catecismo Igreja Católica, n. 1557-1558.