Entre estudio y estudio para mi maestría en teología asistí una conferencia muy curiosa. Cierto teólogo de determinada corriente del pasado, cómodamente sentado delante de un auditorio curioso por conocer su figura, discurría sobre varios temas científicos ajenos totalmente con la teología. Hasta criticaba ásperamente a Benedicto XVI por no haberle apoyado a lo largo de su “carrera”, considerando al Papa como “un compañero” y nada más. Lamentablemente en los días actuales no es nada extraño ver un teólogo criticando al Papa. Pero analizando al personaje pensé que quién no supiese que era un teólogo jamás podría adivinarlo. Sin hablar de la presentación personal, Dios, la Redención, el pecado, la Gracia… eran temas que él ignoraba o al menos es la impresión que causaba. Confieso que salí muy decepcionado, pues si había algo que ese teólogo no era capaz de comunicar era el gusto por las cosas eternas, la santidad.
Curiosamente, hoy encuentro un comentario de Von Balthasar muy apropiado y que debe ser motivo de reflexión para todos los que nos dedicamos a la Teología:
“En tanto fue una teología de santos, la teología fue una teología orante, arrodillada: por ello fueron tan inmensos su provecho para la oración, su fecundidad para la oración, su poder engendrador de oración.
Hubo algún momento en que se pasó de la teología arrodillada a la teología sentada. Con ello se introdujo en la teología la división que al comienzo de este trabajo describimos. La teología “científica” se vuelve extraña a la oración y, por consiguiente, desconoce el tono con el que se debe hablar sobre lo santo.”
Hans Urs Von Balthasar, Verbum Caro, p. 222