Creo apropiado, en la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, traer unas consideraciones del P. Garrigou-Lagrange sobre el carácter de víctima que debe tener todo presbítero.
“¿Qué sucedería si el sacerdote, participando del sacerdocio de Cristo por la ordenación sacerdotal, no quisiera participar de ningún modo su estado de víctima? Sin duda alguna que se apartaría de Cristo; en su vida habría desorden, perturbación, máxima confusión; sería un ministro de Cristo sin amor verdadero a su amantísimo Maestro. Resultaría un hombre mundano, vano, superficial, estéril. Así como se conoce mejor el valor de la justicia por el dolor causado por la injusticia, así se aprecia mejor la fecundidad del apostolado por la deplorable esterilidad de una vida rota. Todo sacerdote, pues, debe pedir la gracia de ser realmente víctima, cada cual a su manera, a fin de padecer santamente lo que Dios desde la eternidad ha reservado para él, para llevar su cruz cada día, y no sólo como fiel, sino como sacerdote, como otro Cristo, para poder morir místicamente antes que físicamente.”
La unión del sacerdote con Cristo, Sacerdote y Víctima. Reginald Garrigou-Lagrange, OP. Ediciones Rialp, Madrid 1955, p. 97