Para el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani, una clave para que los presbíteros vivan el año sacerdotal con fecundidad apostólica es esforzarse para espejar siempre en sus rostros serenidad y alegría, y nada de gestos adustos, fastidiados o molestos. Así lo expone en una breve y substanciosa carta a su clero publicada el pasado 21 de septiembre.
Es claro que este consejo sabio vale para toda una vida y no solo para un año jubilar. Se debe poner en práctica en toda ocasión: en la celebración de la Santa Misa y de los sacramentos, en el despacho, en el trato con todos. Hasta en nuestro comportamiento estrictamente privado, cuando estamos solos en el interior de nuestro aposento… aunque nunca estamos solos, pues somos “espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres” (1 Cor. 4,9). Todo hombre, cuánto más un ministro del Señor.
¿Y Cómo no estar alegres y bien dispuestos sabiéndonos hijos de Dios, herederos de su gloria y, por el sacramento del Orden Sagrado, partícipes del único sacerdocio de Cristo?
El mundo de hoy necesita de testigos más que de maestros, de ejemplos, más que de directrices. La alegría a que nos insta el apóstol San Pablo en su carta “Alégrense siempre en el Señor, les repito, alégrense (…)” (Filipenses 4, 4) es lo que hace atractiva y creíble la opción cristiana de vida. De esa vida está ávida la humanidad, a todo momento solicitada, casi se diría agredida, por modelos y caminos mentirosos, extravagantes o frenéticos que hacen de los hombres cada vez más egoístas, más tensos y más huraños. Menos alegres y serenos.
Alegres y serenos
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