¿Quid est veritas?

Diác. Godofredo Salazar, EP

 Cuéntase que una vez estaba Santo Tomás de Aquino con los religiosos de su comunidad y estos, para gastarle una broma, comienzan a exclamar: Venid a ver un burro volando. Y esperaron con ansia para ver cómo reaccionaría su hermano de hábito. Éste, llevado de su espíritu observador, comenzó a mirar por todas partes sin divisar tal fenómeno, mientras los presentes estallan en carcajadas y le recriminan: Pero hombre de Dios, como puedes ser tan inocente. Tú que pareces conocerlo todo, deberías saber que es imposible que los burros vuelen. A lo que el “buey mudo”[1] respondió en tono serio: Entre que un burro vuele y que unos religiosos mientan, me parece más imposible lo segundo que lo primero[2]

jesus-e-condenadoEsta sencilla anécdota nos abre las puertas para tejer una serie de consideraciones acerca de un tema apasionante: ¿Qué es la verdad? Es la pregunta cargada de ironía que hará Poncio Pilatos, delante de Aquél que afirmó de Sí mismo: Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.[3]

Pues si consideramos con detenimiento, es ese el problema más elemental que todo ser humano se plantea en lo más íntimo de su ser. En todo momento, en todo lo que observa o escucha, en todo lo que piensa o siente, es llevado por un propensión, un deseo o una inclinación de buscar una certeza, una verdad en que fundarse. Es el famoso porqué” de los niños que quieren saberlo todo; y que, en su inocencia aún no mancillada, se llenan de estupor y admiración delante de un mundo nuevo que ofrece a sus mentes ansiosas de conocer, una infinitud de interrogantes. En esta materia nuestros amables lectores, principalmente papás y mamás, pero también tíos, hermanos, abuelos, maestros y tantos otros que se relacionan con estos “pequeños preguntones” han atesorado una vasta experiencia.

  Y ¿qué es, pues, la verdad?  Es la misma pregunta que muchos hoy en día se hacen. Y también son muchos los intentos de respuesta que existen. Se acostumbra decir que la verdad es la conformidad entre lo que se piensa o se cree y la realidad. Así lo ha entendido fundamentalmente la filosofía, desde Aristóteles, para quien la verdad consiste en afirmar lo que es y en negar lo que no es, y la Escolástica que la define como la adecuación entre las cosas y el entendimiento: veritas est adaequatio rei et intellectus.[4]

Por su parte, con su estilo tan característico, Santa Teresa de Jesús define la verdad como unida necesariamente a la humildad. Escuchemos lo que la ella misma escribe en su famoso libro de Las Moradas o Castillo interior[5] acerca de la verdad y su estrecha afinidad con la virtud que sirve de fundamento a todas las demás:

También acaece ansí muy de presto, y de manera que no se puede decir, mostrar Dios en sí mesmo una verdad, que parece deja escurecidas todas las que hay en las criaturas, y muy claro dado a entender, que Él solo es verdad, que no puede mentir; y dase bien a entender lo que dice David en un Salmo, que todo hombre es mentiroso, lo que no se entendiera jamás ansí anque muchas veces se oyera; es verdad que no puede faltar. Acuérdaseme de Pilatos, lo mucho que preguntaba a nuestro Señor, cuando en su Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma verdad. Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir.

Saquemos de aquí, hermanas, que para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo sólo que no digamos mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino que andemos en verdad adelante de Dios y de las gentes, de cuantas maneras pudiéramos; en especial no quiriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo, y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y ansí ternemos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es porque Dios es suma verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entiende agrada más a la suma verdad,  porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento. Amén.

 

Aquí nos enseña la insigne mística de Ávila la actitud que la criatura humana debe asumir delante de su Dios y Creador, reconociendo su soberanía y omnipotencia. Lo que implica, además, reconocer en nosotros –y en los otros– las cualidades, virtudes o dones que el Creador haya otorgado en su infinita misericordia, al tiempo que reconocemos nuestros pecados, defectos y errores, los cuales debemos no solo detestar sino sobre todo enmendar.

Es célebre esta afirmación del Aquinate: Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Santo est [6] con la cual nos quiere enseñar que aquellas verdades alcanzadas por la razón -en cuanto sean ontológicamente verdaderas- provienen de Dios, que siendo la Suma Verdad no se contradice a Sí mismo. Este infatigable anhelo por la verdad le mereció al Doctor Angélico el reconocimiento de los Sumos Pontífices, es de destacar el del Papa Pablo VI[7]:

Tal afán de buscar la verdad, entregándose a ella sin escatimar ningún esfuerzo -afán que Santo Tomás consideró misión específica de toda su vida y que cumplió egregiamente con su magisterio y con sus escritos- hace que pueda llamársele con todo derecho “apóstol de la verdad y que pueda proponerse como ejemplo a todos los que desempeñan la función de enseñar. Pero brilla también ante nuestros ojos como modelo admirable de erudito cristiano que, para captar las nuevas inquietudes y responder a las exigencias nuevas del progreso cultural, no siente la necesidad de salir fuera del cauce de la fe, de la tradición y del Magisterio, que le proporcionan las riquezas del pasado y el sello de la verdad divina.


[1] Así apodaron sus compañeros al joven Tomás cuando era estudiante porque  seguía las lecciones con extrema atención y calma, sin pronunciar palabra, además de que se caracterizaba por ser grande y corpulento. Cierta vez, su maestro San Alberto Magno, sabedor de este mote, profetiza al respecto de su alumno: Algún día los mugidos de este buey se escucharán en el mundo entero. (Cfr. Louis de Wohl. La luz apacible. Ediciones Palabra, Madrid: 2001, p. 208)

[2] Cfr. Pablo da Silveira. Historias de filósofos. Buenos Aires: Ed. Alfaguara, 1997, p. 88.

[3] Jn. 18, 37

[4] cf. De Veritate q. 1a. 1; Summa Theologica I, q. 16, a. 2 ad 2

[5] Sexta morada, cap. X

 

[6] Toda verdad, quienquiera que la diga, procede del Espíritu Santo. (Sum. Theol., I-II, q. 109, a. 1 ad 1.)

[7] Carta Apostólica Lumen Ecclesiae N°10 (20 de noviembre de 1974) con motivo del VII centenario de la muerte de Santo Tomás de Aquino

O Homem enquanto ser eminentemente contemplativo

pordosolDiác. José Victorino de Andrade

 

            O homem foi criado com uma alta finalidade: a contemplação de Deus. “Para antecipar em certa medida este objectivo já nesta vida, ele deve progredir incessantemente para uma vida espiritual, uma vida de diálogo com Deus”.[1] De acordo com Corrêa de Oliveira, o homem tem necessidade de fixar a atenção sobre determinadas cenas do quotidiano, sejam elas uma paisagem, um monumento ou um teatro, entre muitas outras, extraindo as suas próprias conclusões, tirando da observação ou daquilo que os sentidos lhe indicam elações, que poderão passar pela impressão que tenha de algo ser verdadeiro ou falso, bom ou mau. Diante disto, aceita ou rejeita o que sensoriou e tira uma série de princípios. Assim sendo, ele tem diante de si criaturas que representam e refletem a Deus. Como ser profundamente comunicativo, o homem transmitirá de alguma forma as impressões que as coisas lhe causam, isto é, comunica o que lhe vai na alma, fala da abundância do coração, e isto conduz também ao serviço, pois, o homem, pela sua própria natureza, serve aquilo a que ama.[2]

            Porém o homem poderá elevar-se a um ato de louvor através da contemplação ou rejeitar esta elevação de alma e se deter na fruição egoística e circunscrita do ser que tem diante de si. Isto traz como consequência um realce da matéria e uma negação das relações daquilo com o Ser absoluto.[3] Conforme dizia Santo Irineu:

 

Não é a arte de Deus, capaz de suscitar das pedras filhos para Abraão, que é insuficiente, mas é aquele que não a segue a causa da própria perfeição falhada. De fato, não é a luz que falta devido à culpa dos que se tornaram cegos, mas quem se tornou cego permanece na obscuridade por sua culpa, enquanto a luz continua a brilhar. A luz não submete ninguém à força, nem Deus obriga ninguém a aceitar a sua arte.[4]

           

 

VICTORINO DE ANDRADE, José. A Igreja e o Verdadeiro Progresso: Sacralização e Pleno Desenvolvimento no mundo contemporâneo. 17 f. Trabalho (Mestrado em Teologia Moral) – UPB, 2009. p. 9-10.

[1] Bento XVI. Audiência Geral, Quarta-feira, 29 de Agosto de 2007

[2] Cf. Correa de Oliveira. Notas para a Conceituação da Cristandade, Década de 50. p .7. (Extraído do Original).

[3] Idem.

[4] Adversus haereses IV, 39, 3

El concepto del mal en la iglesia de hoy

Gustavo Ponce Montesinos

Uno de los temas que siempre han estado presentes en la Iglesia, es el problema del mal en el mundo, entendiéndolo como el pecado que conlleva al sentimiento de culpa y confusión. 

 El pecado original se plegó a la conducta humana y nos recuerda que somos  imperfectos. Pero la buena noticia del Cristianismo, según  afirma Benedicto XVI en un artículo publicado el 12 de diciembre de 2008, es que “el mal no constituye el ser del hombre”.

bento Entendiendo así que el mal y los errores humanos no constituyen un estado definitivo en las personas, ni impide el ascenso espiritual, ni estanca el desarrollo moral. Por el contrario, el hombre cuenta con una sensibilidad  eficiente para reconocer sus pecados e imperfecciones.  Pero lo más importante es que es capaz de comprender hacia dónde debe conducirse y a quién debe recurrir en busca de guía.

 Con base en el concepto del pecado, el Papa Benedicto XVI, como cabeza principal de la Iglesia de hoy, expuso en el artículo antes mencionado, la doctrina sobre el pecado original y la redención, y lanza el siguiente cuestionamiento: “¿es posible creer hoy en el pecado original?. Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado (…). Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. (…) es innegable la existencia del mal y la necesidad que experimenta el hombre de ser redimido de él

 Ante esa necesidad de redención, la Iglesia sostiene que Dios está siempre dispuesto a satisfacer los sinceros ruegos de quienes buscan su ayuda. Es decir, que el mal no es un impedimento para encontrar bien, y el máximo Bien es Dios.  Esta doctrina de la institución eclesiástica se manifiesta en las palabras del Papa respecto a la necesidad de redención que está manifiesta en “el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien”.

 La Iglesia predica que Dios es justo, piadoso, sabio, compasivo y perfecto; en otras palabras, Dios es el sumo Bien y ha infundido en el ser humano su propio Espíritu, por el cual  el hombre tiene la disposición para la benevolencia.  No obstante, dichas cualidades bondadosas están limitadas por su naturaleza finita. Ello puede explicar la imperfección y la posibilidad de equivocarse del ser humano, de contradecir el bien, aunque siempre tendrá la disposición de volverlo a buscar.

 El hom­bre es imperfecto pero no por eso ha sido abandonado por Dios, para que sufra sin esperanza las consecuencias de sus propias deficiencias. Está fortalecido por las Escrituras, puede acudir constantemente a la razón, cuenta con libertad de elección y es guiado por parámetros sociales y psicológicos que vislumbran una anhelada perfección, fuente de ideales que no culminan con su limitado ciclo vital, sino más bien le proveen de una aspiración a trascender su vida terrenal como única forma de hallar el bien absoluto. Es decir, que la imperfección del hombre manifestada por la presencia del mal, hace de su vida algo interesante y con sentido, no monótono ni estático, ya que el mal evidencia con más fuerza la presencia del bien.

La cuestión clave, sostiene Benedicto XVI, es “qué explicación ontológica ha buscado el hombre para ese mal, que (…) lo ha convertido en una segunda naturaleza. (ibíd.).  La constante oscilación entre las fuerzas del bien y el mal constituye la lucha de la vida.

Se entiende que el hombre posee, latente dentro de sí, la capacidad potencial del mal, pero no es mayor que su capacidad del bien. Sólo el hombre es responsable del camino que sigue en su vida. 

En consecuencia, la Iglesia asume el mal como una violación deliberada y consciente de la ley de Dios. No acepta el principio dualista respecto a que “el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal, donde el mal es tan originario como el bien“. El ser sería “una mezcla de bien y mal que, según esta teoría, pertenecería a la misma materia del ser”. Según Benedicto XVI, “es una visión en el fondo desesperada: si es así, el mal es invencible“. “No hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal“.

Por lo tanto, el ser “no es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por ello es bueno existir, es bueno vivir (…)  sólo hay una fuente buena, el Creador. Y por esto vivir es un bien, es una cosa buena ser un hombre, una mujer, es buena la vida“.

Con estas palabras del sumo Pontífice, se demuestra que la Iglesia de hoy es enfática al afirmar que el mal puede ser superado, ya que a la permanente fuente del mal Dios ha opuesto una fuente de puro bien. “Es por ello que, si en la fe de la Iglesia ha madurado la conciencia del dogma del pecado original, es porque éste está conectado inseparablemente con otro dogma, el de la salvación y la libertad en Cristo” (ibíd.). La Iglesia Cristiana parte de la “convicción de la bondad de la naturaleza humana, de la libertad del hombre de su llamada a la perfección y de la responsabilidad que le incumbe dentro del todo unitario del género humano. … el hombre es bueno por haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza, en un sentido que le distingue de todas las demás criaturas terrenas. En su espíritu lleva gravada la imagen de la Trinidad. San Agustín ha estudiado con máximo rigor las diferentes posibilidades de concebir la imagen de Dios inscrita en el espíritu humano[1].

PONCE MONTESINOS, Gustavo. El mal: ¿condición de posibilidad del orden perfecto de la creación?: Aceptación de la Falibilidad Humana como camino a la Perfección. Universidad Pontificia Bolivariana – Escuela de Teología, Filosofía Y Humanidades. Licenciatura Canónica en Filosofía. Medellín, 2009. p. 35-37.


[1] STEIN Edith. La estructura de la persona humana. Estudios y Ensayos BAC , Madrid, 2003, pág. 11

O alcance dos efeitos dos sacramentais

agua-bentaIgnacio Montojo Magro, EP

 

Os sacramentais oferecem aos fiéis bem dispostos a possibilidade de santificar quase todos os eventos da sua vida por meio da graça divina que flui dos méritos da Paixão, Morte e Ressurreição de Nosso Senhor Jesus Cristo e, neste caso, é administrada pela Santa Igreja. Neste sentido preparam para receber com fruto os sacramentos.

 

Mas é preciso considerar que, se bem que seus efeitos não dependem principalmente da disposição moral do ministro ou do sujeito, pode esta concorrer a uma eficácia maior, pois Deus outorga seus dons em quantidade e qualidade maior em virtude do mérito e disposições que concorrem em quem os administra, confere ou recebe. É mesmo que acontece com a oração. Serão mais eficazes na medida em que nos identificarmos, por nossa religiosidade profunda, com a Igreja que opera através deles e com sua intenção. Pode-se dizer nesse sentido – e é tal a tese defendida por muitos teólogos – que os sacramentais operam quase ex opere operato (REGATILLO apud MARTÍN, 2002: 1647), ou seja que eles não tem o poder natural, como os sacramentos, de operar a graça, mas sim de obtê-la da misericórdia e bondade de Deus. São ajudas poderosas com as quais se recebe, por isso mesmo, proteção contra as tentações, graças e ajudas segundo o caso, assim como capacidade operativa e graças atuais para corresponder a vontade de Deus segundo a vocação e carisma próprios.

 

agua-benta2Entretanto, deve-se sempre levar em consideração que a oração da Igreja, Esposa Mística de Nosso Senhor Jesus Cristo, não pode deixar de ser plenamente aceita pela Divindade e, por tanto, se bem que o sacramental não é totalmente infalível como o sacramento (desde que devidamente recebido) senão que segue, as regras habituais da oração, e ainda que opera mais por via de misericórdia que de justiça, não deixa de ser evidente que sua eficácia supera de longe a duma obra boa feita sem ser sacramental, tanto quanto pode ter de aceito e sumamente agradável à Divina Majestade a oração da Esposa amantíssima, indefectivelmente santa, castíssima e fidelíssima de Jesus Cristo. Isto mais se aplicará, se couber, quanto a principal finalidade é contribuir à santificação dos fieis.

 

MONTOJO MAGRO, Ignacio et all. O fundamento teológico da eficácia dos sacramentais. Centro Universitário Ítalo Brasileiro – Curso de Teologia. São Paulo, 2009. p. 49-50

O primado da vida interior e da santidade para o sucesso pastoral

Diác. José de Andrade, EPobras-misericordia

 

Por vezes,  pode haver na Igreja a tentação de entrar numa tal vida prática e concreta, nos complicados e inúmeros meandros da presente crise social, que a oração e a prática religiosa sejam relegadas para um segundo plano, colocando o serviço ao próximo em destaque e esquecendo-se que esta ação parte do serviço e da primazia dada a Deus. A caridade deve partir de um amor que transborda e que nos coloca ao serviço e não de uma ação prática que nos convida a fazer o bem partindo de um principio naturalista, interesseiro ou mesmo de crescimento à vista e à consideração de uma comunidade. De acordo com a Carta Apostólica para o Novo Milênio, do anterior Pontífice, esta mentalidade pode insidiar qualquer caminho espiritual e também a ação pastoral quando se trata de:

 

pensar que os resultados dependem da nossa capacidade de agir e programar. É certo que Deus nos pede uma real colaboração com a sua graça, convidando-nos por conseguinte a investir, no serviço pela causa do Reino, todos os nossos recursos de inteligência e de ação; mas ai de nós, se esquecermos que, «sem Cristo, nada podemos fazer » (cf. Jo 15,5). É a oração que nos faz viver nesta verdade, recordando-nos constantemente o primado de Cristo e, consequentemente, o primado da vida interior e da santidade. Quando não se respeita este primado, não há que maravilhar-se se os projetos pastorais se destinam ao falimento e deixam na alma um deprimente sentido de frustração.[1]

 

            Portanto, este primado do espiritual sobre o temporal deve verificar-se, sobretudo, na importante ação da Igreja e deve estar permanentemente diante dos olhos daqueles que exercem qualquer trabalho ou ministério no redil de Nosso Senhor Jesus Cristo. Só assim os ramos estarão alimentados pela verdadeira vide que é Ele, e darão frutos abundantes, pois n’Ele tudo poderão.[2] E só assim servirão de exemplo para a sociedade Temporal, tornando-se o “fermento na massa”.

 

 

 

VICTORINO DE ANDRADE, José. A Igreja e o Verdadeiro Progresso: Sacralização e Pleno Desenvolvimento no mundo contemporâneo. 17 f. Trabalho (Mestrado em Teologia Moral) – UPB, 2009. p. 6-7.

[1] João Paulo II. Novo Millennio Ineunte, n. 38.

[2] Cf. Jo 15, 1-8; Is 5, 1-7; Os 10, 1; Sl 80, 15-20.


Visión médica de Santa Hildegarda

Pe. José Francisco Hernández Medina, E.P.hildegarda

Son numerosas las obras publicadas sobre la visión médica de Santa Hildegarda[1].

La nota que caracteriza estos comentaristas es el hecho de que Santa Hildergarda tenía conocimientos físicos, médicos, además de los teológicos, en parte por sus viajes y observaciones personales; pero que eso no explica todo lo que escribe en sus obras, pues ello obedece también a otros factores, como son las revelaciones.

Sus dos tratados de medicina «sutil» – los únicos escritos en el occidente cristiano en el siglo XII – se consideran todavía hoy un hito en la materia. Es de destacar, a su vez, el gran interés que han suscitado, sobre todo en los últimos siglos, su conocimiento sobre la medicina homeopática[2]. Son frecuentes, en sus obras, las descripciones de las cualidades de los objetos naturales, en función del cuerpo, de la salud y de la enfermedad y su relación con la unidad del cuerpo y del alma.

Abundan, en sus obras, recetas, regimenes alimenticios y prescripciones que no se duda en calificar de «modernas». Ella busca en todo el equilibrio como factor de salud para el hombre. Conociendo su interrelación, no separa los estados anímicos de los males culturales, trabajando ambos, al cuidar de un enfermo. Así, por ejemplo, busca en las plantas la solución para la melancolía, que según ella proviene de la bilis negra. Y así con otras enfermedades. Para solucionar el mal de esta bilis mal eliminada, prescribe regimenes alimenticios específicos. El uso de la rosa con la salvia, por ejemplo, es una de sus medicinas más eficaces.

El crecimiento humano necesita de la belleza y la armonía interiores; para la abadesa, el estado natural del hombre es la salud, sólo quebrantada por el pecado[3]. La alimentación, según ella, debe de agradar al hombre, por la relación entre cuerpo y alma; y, por ello, su relación con la salud. Algunas instituciones actuales utilizan la medicina de Santa Hildergarda para su producción. Es el caso de la denominada Amigos de Hildegarda en Suiza, Alemania, Austria, Indiana (EE.UU.).

Puede decirse, en efecto, que desde el punto de vista médico, alimenticio, y del medio ambiente, Hildergarda nos hace apreciar las virtudes ignoradas de lo que nos rodea: plantas, animales, hierbas, bosques. […] Los ecologistas deberían interesarse en su visión. Ella parece llevarnos de la mano a través de las inmensas reservas de la naturaleza para que aprendamos a discernir lo que, de entrada, escapa a nuestros sentidos. Por lo demás, el valor sutil, a los ojos de Hildergarda, es el valor curativo, bienhechor, que pueden tener para el hombre las plantas, los frutos, los animales, los peces, etc.[4].

 

HERNÁNDEZ MEDINA, José Francisco. Santa Hildergarda: Ejemplo sublime de armonia entre fe y ciencia. Universidad Gregoriana – Departamento de Teología Fundamental. Roma, 2008. p. 10.


[1]  M. Daniel. Sainte Hildegarde, une médecine tombée du ciel. T. I, La Prévention; Les Remèdes. Paris/Fribourg: Saint-Paul, 1991-1992. Hertzka, Gottfried; Strehlow, Wighard. Manuel de la médecine de sainte Hildegarde. Ed. Résiac.

[2] Cf. Régine, Pernoud, Hildegarde de Bingen…, 117-131.

[3] Cf. Régine, Pernoud, , Hildegarde de Bingen…

[4] Cf. Régine, Pernoud, , Hildegarde de Bingen…, 121-122.

O sacerdote enquanto modelo para os fiéis

sao-joao-eudesMons. João Clá Dias, EP

Sendo visto pelos fiéis como alguém escolhido por Deus para guiá-los, o ministro ordenado deve ser sempre exemplo preclaro de virtude, como recomenda o Apóstolo a seu discípulo Tito: “Mostra-te em tudo modelo de bom comportamento: pela integridade na doutrina, gravidade, linguagem sã e irrepreensível, para que o adversário seja confundido, não tendo a dizer de nós mal algum” (Tt 2, 7-8).

Com efeito, uma conduta irrepreensível, inflamada de caridade, dando testemunho da beleza da Igreja e da veracidade da mensagem evangélica, falará muito mais profunda e eficazmente às almas do que o mais lógico e eloquente dos discursos: “O ornato do mestre é a vida virtuosa do discípulo, como a saúde do enfermo redunda em louvor do médico. […] Se apresentarmos nossas boas obras, será louvada a doutrina de Cristo”.[1]

Por vezes, se interpreta a obrigação de dar exemplo, de ser modelo, num sentido minimalista: o de apenas cumprir mais ou menos os próprios deveres, no mesmo nível de todos os outros. E assim, pelo critério da mediania, procura-se contentar a própria consciência. Ora, quem é chamado a servir de exemplo para os outros não deve se comparar com os que lhe são iguais, mas com aqueles que alcançaram o mais alto grau de perfeição. Cristo, sim, é o verdadeiro modelo do ministro consagrado. É com Ele que o sacerdote deve configurar-se, não só pelo caráter sacramental, mas também pela imitação de Suas perfeições, de forma que nele os fiéis possam ver outro Cristo. Só assim estes se sentirão atraídos pelo bom exemplo de seu pastor e guia.

Dada a natureza social do homem, a boa reputação decorrente da prática da virtude leva os outros à imitação. Assim, quanto mais semelhança com Cristo encontrarem os fiéis nos ministros de Deus, tanto mais facilmente se deixarão guiar por eles. E, portanto, mais eficaz será o seu ministério, conforme comenta São Tomás:

 Ora, essa estima aos prelados da Igreja é necessária para a salvação dos fiéis; se estes não os reconhecerem como ministros de Cristo, não lhes obedecerão como a Cristo, segundo lê-se na epístola aos Gálatas (4, 14): “Recebestes-me como um Anjo de Deus, como o próprio Cristo Jesus”. Ainda mais, se não os reconhecerem como dispensadores, se recusarão a receber deles os dons, contrariamente ao que diz o mesmo Apóstolo: “O que eu dei, se alguma coisa dei, foi por amor a vós, na pessoa de Cristo” (2 Cor 2, 10).[2]

 

Essa estima pelos sacerdotes, tão importante para a plena eficácia de seu múnus, depende também da veneração que os fiéis tenham pelo sacerdócio enquanto tal. São Francisco de Assis, por exemplo, que nunca quis receber a ordenação presbiteral, por considerá-la uma dignidade excessiva para si, tinha pelo sacerdócio tal respeito que chegava a oscular o lugar por onde passava um sacerdote.

 

CLÁ DIAS, João. A Santidade do sacerdote à luz de São Tomás de Aquino. in: LUMEN VERITATIS. São Paulo: Associação Colégio Arautos do Evangelho. n. 8, jul-set 2009. p. 14-15 

 

[1] Super Tit. cap. 2, lec. 2.

[2] Super II Cor. cap. IV. lec. 1.


O chamado à perfeição

vaticanoDiác. José Victorino de Andrade, EP

“Sede perfeitos como vosso Pai do Céu é perfeito” (Mt 5, 48). Para São Tomás de Aquino, esta proposta que Nosso Senhor nos faz na sequência do Sermão das Bem-Aventuranças não pode ser inatingível pelo homem, pois neste caso jamais lhe poderia ser prescrito pela lei divina.[1] Portanto, tem de ser possível chegar à perfeição nesta vida, e esta consiste, de acordo com Santo Agostinho, na ausência dos desejos desordenados que se opõem à caridade. O Aquinate acrescenta a esta doutrina tudo quanto possa impedir que o afeto da mente se dirija totalmente a Deus, sem o que não poderá haver caridade, que é a perfeição da vida cristã.[2] O Catecismo da Igreja Católica aclara esta questão:

O exercício de todas as virtudes é animado e inspirado pela caridade, que é o “vínculo da perfeição” (Cl 3,14); é a forma das virtudes, articulando-as e ordenando-as entre si; é fonte e termo de sua prática cristã. A caridade assegura e purifica nossa capacidade humana de amar, elevando-a à perfeição sobrenatural do amor divino.[3]

 

Embora alguns autores prefiram distinguir o convite à perfeição da vocação à santidade, os termos se interpenetram na medida em que a perfeição pode e deve ser um notável caminho para a santificação.[4] De acordo com São Paulo (cf. Cl 1, 28), é a perfeição em Cristo que os homens devem almejar para se apresentar diante de Deus. O próprio Concílio recordou que “todos os fiéis, seja qual for o seu estado ou classe, são chamados à plenitude da vida cristã e à perfeição da caridade”,[5] ou seja, à santidade.

A aliança estabelecida por Deus com os homens trouxe-lhes, já no Antigo Testamento, um forte apelo à santidade, na medida em que cumprissem os preceitos por Ele estabelecidos. Mais do que os ritos prescritos,[6] este convite abrangia as variadas dimensões morais do Povo Eleito, manifestando-se, por exemplo, quando o Senhor fala pela boca de Isaías e se revela adverso em relação ao culto prestado por aqueles cuja malícia está em seu coração, e exorta a uma purificação, a fim de os homens se voltarem para a caridade e a justiça (cf. Is 1, 15-17). Assim, através de uma vida coerente com a Lei e o culto, Deus, só Ele Santo, deseja comunicar a sua santidade ao povo que cumpre Suas exigências e formar uma nação santa (cf. Ex 19,6).

Pedro, em sua Primeira Epístola, recordará este chamado à santidade (cf. I Pd 1, 15-16) retomando-o e dotando-o de uma nova perspectiva, iluminada pela Redenção, exortando assim a uma peregrinação terrena configurada com Cristo e conformada ao caráter soteriológico de sua encarnação.

VICTORINO DE ANDRADE, José. Editorial. in: Revista Lumen Veritatis. São Paulo: Associação Colégio Arautos do Evangelho. n.8, jul-set 2009, p. 3-5.

[1] Cf. Sum. Theol. II-II Q. 184, a. 2.

[2] Idem.

[3] Catecismo da Igreja Católica n. 1827.

[4] Ver a este respeito NETTO DE OLIVEIRA, José. Perfeição ou Santidade e outros textos espirituais. 2ª ed. São Paulo: Loyola, 2002.

[5] Lumen Gentium, 40

[6] Ver Ex 22, 30; Lv 11, 44; 19, 2.

 

 

O sacerdote segundo o Santo Cura d’Ars

cure_arsO sacerdote

 A ordem: é um sacramento que não parece dizer nada a nenhum de vocês, mas diz respeito a todos.

 É o sacerdote quem continua a obra da Ressurreição na terra.

 Quando vocês vêem o sacerdote, pensem em Nosso Senhor Jesus Cristo.

 O sacerdote não é sacerdote para si mesmo, mas por vocês.

Tentem se confessar com a Santa Virgem ou com um anjo. Eles os absolverão? Darão o corpo e o sangue de Nosso Senhor a vocês? Não, a Santa Virgem não pode trazer seu divino Filho na hóstia. Ainda que vocês tivessem duzentos anjos a sua disposição, eles não poderiam absolvê-los. Um sacerdote, por mais simples que seja, pode fazer isso. Ele pode lhes dizer: vão em paz, eu os perdôo.

Oh, o sacerdote é algo realmente grande!

Um bom pastor, um pastor de acordo com o coração de Deus, é o maior tesouro que o bom Deus pode conceder a uma paróquia, e um dos dons mais preciosos da misericórdia divina.

O Sacerdócio é o amor do coração de Jesus.

Deixem uma paróquia vinte anos sem sacerdote: ali os animais serão adorados.

Extraído de: http://arsnet.org 

Também em http://www.annussacerdotalis.org

Papel dos simbolos para conhecer a Deus

Irmã Angela Maria Tomé, EP

“Não conhecemos a Deus diretamente, mas através das criaturas, segundo a relação de princípio e pelo modo da excelência e da negação.” (AQUINO, Tomás de. Suma Teológica. 2. ed. São Paulo: Edições Loyola, 2003.)

Afirma São Tomás ainda: “é natural ao homem elevar-se ao inteligível pelo sensível, porque todo o nosso conhecimento se origina a partir dos sentidos.” (AQUINO, Tomás de. Suma Teológica. I, q. 1, 9,  2. ed. São Paulo: Edições Loyola, 2003.)

Pela razão, isto é, pelo mero esforço de sua inteligência, considerando o universo, o homem pode concluir, em todo o rigor da lógica, a existência de um Deus pessoal e eterno, a espiritualidade da alma, o livro arbítrio e quantas outras verdades teológicas e filosóficas, tal como fizeram Platão e Aristóteles.

 No entanto, o homem é constituído de corpo e de alma e não se sente plenamente satisfeito enquanto seus sentidos não puderem captar aquilo que seu espírito concebeu. Essa necessidade se torna ainda mais intensa e primordial quando se trata dAquele que nos criou: mais do que tudo, temos desejo de ver a Deus com os olhos da carne, depois de o termos percebido através dos olhos da alma.

transfAcontece, porém, que Deus não pode se manifestar visivelmente ao homem, pois este se desconjuntaria inteiro diante de sua infinita e sobrenatural magnificência (Suma Teológica, q. 12, 3). Para remediar essa impossibilidade, o Senhor dispôs de modo santo e maravilhoso que nossos sentidos tivessem, de alguma forma, o conhecimento dEle. Essa percepção nos é dada através dos símbolos.

O símbolo ajuda a sensibilidade a se elevar às alturas onde o intelecto do homem foi conduzido pela razão, e, sobretudo, pela fé.