Desafios para a Nova Evangelização e lições da História

CruzMons. João Clá Dias, EP

Quem esteja medianamente informado sobre a situação à qual a Igreja Católica tem de fazer face atualmente, em matéria de evangelização, não pode deixar de se perguntar que caminho seguir.

Com efeito, levemos em consideração alguns poucos dados, já de si eloquentes e decisivos.

A sociedade de hoje está atingida por uma profunda crise moral. Por um lado, a família cristã, monogâmica e indissolúvel, parece fadada ao desaparecimento, ou pelo menos a ficar reduzida a uma proporção tão pequena que corresponderia, na prática, à extinção. Mesmo entre católicos praticantes, o aborto, o divórcio, as uniões ilícitas vão fazendo estragos. Os meios de comunicação social utilizam-se largamente da pornografia, e nem mesmo a mais tenra infância é respeitada. Cresce, assustadoramente, o número de crianças que se iniciam muito cedo em práticas imorais.

De outro lado, espalham-se por toda parte o ateísmo e o paganismo, com uma característica que não tinha grande importância até há pouco: especialmente nos continentes europeu e norte-americano, proliferam ateus e pagãos que se apresentam como tais, sem esconder sua hostilidade não só contra a Igreja Católica, mas contra tudo quanto tenha nome de cristão. Há países da antiga Cristandade européia — como a França, a Inglaterra e a Alemanha — nos quais a proporção de pessoas nessas condições já é superior 30%.

No lado especificamente eclesial, as vocações religiosas são tão poucas que em várias das antigas Ordens religiosas é bem reduzido o número de membros jovens. Analistas bem colocados em postos importantes manifestam o temor de que algumas delas se vejam obrigadas a fechar seus seminários nas Américas e na Europa, por falta de vocações.

No Brasil, o número de fiéis católicos está pouco acima de 70% da população, sendo que em algumas áreas periféricas de São Paulo e do Rio de Janeiro seu número já é inferior ao dos não-católicos. E, pior ainda, os católicos são em grande parte não-praticantes, e muitos nem conhecem bem sua religião.

Vista de uma perspectiva meramente humana, a atual situação pode parecer desanimadora para quem tem a missão de evangelizar.

Não obstante, nem tudo está perdido. Ante essa situação, a Igreja poderia dizer com Cícero: “Alios vidi ventos, alias prospexi animo procellas” (Eu vi outros ventos e enfrentei sem temor outras tempestades). E essa afirmação pode ser corroborada pelos exemplos históricos.

Quando os primeiros cristãos começaram a levar a Boa Nova a todos os rincões do Império Romano, encontraram uma situação hostil, num ambiente eivado de erros de todos os matizes, e imerso numa ciclópica corrupção moral. Entretanto, a Igreja triunfou sobre o paganismo, elevou a humanidade e construiu uma ordem cristã baseada no Evangelho. Outras épocas da História houve, nas quais ela passou por situações adversas e delas também triunfou.

Qual o segredo desse triunfo? E que lições nos trazem os acontecimentos anteriores à nossa época?

Não é possível investigarmos as oportunidades que se abrem para a Igreja no século XXI sem nos colocarmos tais questões. Afinal, como diz o consagrado aforismo, “a História é a mestra da vida”.

Devemos crer “firmemente que Deus é o Senhor do mundo e da História”[1]. Conhecendo Seu modo de agir ao longo dos tempos, teremos critérios mais apropriados para julgar o presente e o dia de amanhã.

 CLÁ DIAS, João. Oportunidades para a Igreja no século XXI. Elaboração do projeto de pesquisa: elementos constitutivos – 1ª. Parte. Centro Universitário Ítalo Brasileiro. São Paulo, 2007. p. 7-9.


[1] Catecismo da Igreja Católica, n. 314.

¿QUÉ ES LA AMISTAD?

Pe. Aumir Scomparin, EP

joao-boscoLos griegos usaron una variedad de maneras de referirse al amor y a la amistad, que no se reducen apenas a la oposición entre eros y agapè.

También existe una variedad de vocablos latinos para referirse a estos conceptos. En particular, Santo Tomás analiza y contrapone el sentido de cuatro términos: amor, dilección, caridad y amistad.

a) Amor: significa querer el bien para alguien, para sí o para otro[1].

b) Dilección: viene del latín (ex electione), e implica un juicio discriminatorio y preferencial electivo[2].

c) Caridad: proviene del vocablo latino “carus”, que designa lo que es caro, noble o valioso. Tiene como objeto las realidades que estimamos mucho, y por las cuales estamos dispuestos a pagar un precio elevado[3].

Para Garrigou-Lagrange “la caridad es la verdadera amistad sobrenatural que nos une a Dios”[4].

Esto ocurre, como dice Jaume Balmes, porque: “el amor ha de tener algún objeto: éste es el ser; no se ama a la nada: cuando pues hay el ser por esencia, el ser infinito, hay el objeto más digno de amor”[5].

d) Amistad: en la Biblia, “la amistad es considerada como la forma perfecta del amor gratuito, caracterizada por la participación y por la solidaridad incondicional”[6].

En Eclo 6,14-17 se describe al amigo fiel diciendo:

El amigo fiel es una defensa poderosa; quien le haya, ha hallado un tesoro. Nada hay comparable con el amigo fiel; ni hay peso de oro ni plata que sea digno de ponerse en balanza con la sinceridad de su fe. Bálsamo de vida y de inmortalidad es un fiel amigo; y aquellos que temen al Señor le encontrarán. Quien teme a Dios logrará igualmente tener buenos amigos; porque éstos serán semejantes a Él[7].

El amigo verdadero, es fiel en todas las circunstancias, no apenas en los buenos momentos sino también en las adversidades. Por eso es un tesoro de incalculable valor. Cierta vez, preguntado Alejandro Magno sobre dónde tenía sus tesoros, respondió que en los amigos.

Séneca exclama: “¿Qué cosa más grata que tener un amigo con el cual puedas tener confianza para todo, a quien creas como te creerías a ti, con quien hables como hablarías contigo?”[8] Entre los amigos debe existir confianza y amor recíproco, este se demostrará especialmente en las dificultades pues el verdadero amigo permanece más unido que nunca al que cayó en la desventura, lo alienta con su ayuda desinteresada, dándole consuelo y siendo, en muchos casos, su único sostén. Encontrar tales amigos es un don muy apreciable que Dios concede a los que le temen. Los justos, siendo fieles a Dios en todas las circunstancias, lo son también a su amigo y sólo ellos permanecen fieles en medio de su desventura. Esta fidelidad en las horas amargas maravillará al otro amigo que, a su vez, la imitará con esmero, con lo que existirá entre ellos la más noble y sincera de las amistades[9].

Aristóteles en la Gran Moral afirma que la verdadera amistad sólo se da entre los virtuosos: “los corazones que están unidos por la virtud son más amigos que todos los demás, porque tienen a la vez todos los bienes: lo bueno lo agradable y lo útil”[10].

Esta es una amistad sólidamente establecida, duradera y bella, pues une a los hombres virtuosos: “la virtud, que engendra esta amistad, es inquebrantable, y, por consiguiente, esta noble amistad, que aquella produce, debe ser inquebrantable como ella”[11].

En el mismo libro Aristóteles muestra como la amistad sincera no es aduladora ni hostil, ni detractora, sino equilibrada:

La amistad sincera es el medio entre la adulación y la hostilidad, y se muestra en los actos y en las palabras. El adulador es el que concede a los demás más de lo que conviene y más de lo que tienen. El enemigo es el que niega las dotes evidentes que posee la persona que aborrece. Excusado es decir que ninguno de estos dos caracteres merece alabanza. El amigo sincero ocupa el verdadero medio; no añade nada a las buenas cualidades que distinguen a aquel de quien se habla, ni le alaba por las que no tiene, pero tampoco las rebaja, ni se complace jamás en contradecir su propia opinión. Tal es el amigo[12].

Si la amistad verdadera, que se forma por la virtud, es estable en el amigo fiel, ¿se puede llamar amistad la de un amigo inestable? ¿Qué es lo que lleva a una amistad a ser inestable?

Es porque muchos hombres son amigos por utilidad o por placer, por tanto, la amistad tiene su origen fuera de la virtud y en estos términos no es amistad.

La amistad por utilidad se constituye porque los que forman dicha amistad tienen los mismos intereses, por tanto, a esta amistad pueden allegarse también los hombres malos sin dejar de serlo. Esta amistad, que se funda en lo útil o lo placentero, nunca es estable y al desaparecer la causa que la formó, ella desaparece: “la amistad del vulgo sólo procede del interés; y, en fin, la del placer es la amistad de los hombres groseros y despreciables”[13].

No nos debemos indignar al encontramos malos amigos, pues esto no siempre va contra la razón. Si el principio motriz de la amistad fue el placer o la utilidad, desapareciendo estos motivos, desaparece la amistad. Algunas veces la amistad continúa, aunque queda patente que el amigo procedió mal. Siendo así, no debemos indignarnos con él, pues si la amistad no se formó por la virtud, es natural que el amigo no proceda según ella:

La indignación que se siente [con un mal amigo] no está justificada, pues no habiendo contraído en el fondo más que una amistad de placer, no hay motivo para imaginar que debería haber una amistad de virtud. Esto es imposible, porque a la amistad de placer o de interés importa muy poco la virtud. Uno, está ligado a otro por el placer, quiere encontrar la virtud y se engaña. La virtud no sigue al placer ni al interés, mientras que ambos siguen a la virtud. Se incurre en un grave error cuando se cree que los hombres de bien son muy agradables los unos a los otros. Los malos, como dice Eurípides, gustan los unos de los otros[14].

Ahora, nos podemos preguntar: ¿Puede haber una relación de amistad entre amigos cuyos motivos sean diferentes? ¿Sería estable esta amistad?

A la primera pregunta respondemos que sí, y lo ejemplificaremos con un caso histórico, o mejor, uno que marcó la Historia de la Humanidad: “aquel a quien yo besare, ese es, aseguradle. Arrimándose, pues, luego a Jesús, dijo: Dios te guarde, Maestro. Y le besó. Díjole Jesús: ¡Oh amigo!. ¿A qué has venido aquí?”[15].

Analicemos este trecho: nuestro Señor Jesucristo llama de amigo a Judas. ¿Qué tipo de amistad existía entre ambos? De parte de Jesús no podría haber otra sino de virtud. Pero la amistad de Judas era utilitaria (quería ser el Tesorero del Reino) y desapareciendo la utilidad, por la cual Judas formó su amistad con Jesús, queda destruida la amistad, abriendo las puertas a la traición.

Vemos aquí, que la amistad, por parte de Jesús, es estable incluso durante la traición. En cambio, la amistad de Judas es inestable por ser utilitaria e interesada, justificando, con toda facilidad, la traición.

Alguien podría preguntarse: ¿No existe un placer también en la amistad virtuosa y sincera? ¿Estará ésta en desventaja respecto a la amistad de placer? Ciertamente no, sería un absurdo, dice Aristóteles: “si quitáis a los hombres de bien esta ventaja de complacerse y de ser agradables los unos a los otros, se verán forzados a buscar otros amigos que lo sean más, para unirse y vivir con ellos, porque en la intimidad de la vida común nada hay más esencial que el complacerse mutuamente”[16]. Y concluye que: “los hombres de bien, más que nadie, son agradables los unos a los otros”[17].

Otro aspecto a ser considerado, es cuando hay desigualdad en el afecto entre ambos amigos, por ser diferente el objeto de la amistad. En el caso de amistad virtuosa, si el amigo que hace más bien percibe que el otro no corresponde a la misma altura, redoblará la afección hacia ese amigo para atraerlo. Pero cuando surge ese problema en amigos que tienen diferentes objetivos siendo que ninguno de ellos posee una amistad virtuosa, no será posible apreciar claramente quien de los dos es el que tiene razón. Aristóteles nos dice así:

Por ejemplo, si uno se ha unido por placer y otro por interés, puede haber gran dificultad en discernir quién es el culpable. Aquel de los dos que da la preferencia a lo útil no cree que el placer que se le proporciona, sea equivalente a la utilidad que se prometía; y por su parte el otro, que da la preferencia al placer, no cree recibir una compensación suficiente del placer, que es lo que él busca, en los servicios que se le prestan. Y he aquí por qué en las amistades de este género se producen tales desavenencias[18].

Cabe ahora analizar el papel que juega la semejanza y la diferencia en la amistad, tanto en la virtuosa como en las otras.

En la amistad virtuosa, los amigos se atraen por su semejanza, en cambio, en la utilitaria o en la de placer la atracción es por la diferencia. Por ejemplo, el pobre ama utilitariamente al rico que puede ayudarlo.

Importa destacar también que la amistad no es un hecho aislado, es necesario que ese acto se haga habitual. Por eso, Santo Tomás dice en la Suma Teológica[19] que la amistad designa un hábito y no un acto. Además, hace la distinción entre el amor y la caridad:la caridad no significa sólo amor de Dios, sino también cierta amistad hacia Él; la cual añade al amor la reciprocidad en el mismo (mutuam redamationem) junto con cierta mutua comunicación”*.

Elredo se hace eco de la definición de Cicerón sobre la amistad: “la amistad es el consenso en las cosas humanas y divinas, basado en la benevolencia y la caridad”[20]. Esta definición nace de una visión antropológica abierta a lo trascendente, entendiendo al hombre como un espíritu encarnado, en el cual, tanto el cuerpo como el alma se encuentran integradas armónicamente.

Para Elredo, la amistad auténtica debe tener cuatro notas características: dilectio, affectio, securitas e iucunditas. Lo expresa así:

Hay cuatro elementos que me parecen especialmente propios de la amistad: la dilección, el afecto, la confianza y la elegancia. La dilección se expresa con los favores dictados por la benevolencia; el afecto, con aquel deleite que nace en lo más íntimo de nosotros mismos; la confianza, con la manifestación, sin temor ni sospecha, de todos los secretos y pensamientos; la elegancia, con la compartición delicada y amable de todos los acontecimientos de la vida —los dichosos y los tristes—, de todos nuestros propósitos —los nocivos y los útiles—, y de todo el que podemos enseñar o aprender[21].
 

SCOMPARIN, Aumir. LA AMISTAD. Universidad Pontificia Bolivariana – Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades. Licenciatura Canónica en Filosofía. Medellín, 2009. p. 33-40


[1] AQUINO, Tomás de. Suma teológica. 4a. ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,  2001. páginas 246-247.  1ª 2ª q.26, a.4.

[2]  LAGO ALBA, Luis. Tratado de la caridad: introducción a las cuestiones 23 a 46. En: AQUINO, Tomás de. Suma teológica. Tomo III, parte 2ª 2ª (a).  4a. ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,  2001. p. 208.

[3] Ibid., p. 208.

[4] GARRIGOU-LAGRANGE, Reginald. O homem e a eternidade. Lisboa: Áster, 1959.  p. 37. (Traducción propia).

[5] BALMES, Jaume. Curso de filosofía elemental.  París: Bouret y Morel, 1849.  p. 404.  cap. X. Ítem 58.

[6] MONDIN, Battista. Dizionario enciclopedico del pensiero di San Tommaso d’Aquino.  2a. ed.  Bolonia: Studio Domenicano, 2000.  p. 33. (Traducción Propia)

[7] PETISCO, José Miguel y TORRES AMAT, Félix.  Sagrada Bíblia. 6a. ed. Madrid: Apostolado de la Prensa, 1956.  p.  821.

[8] GARCÍA CORDERO, Maximiliano. Biblia comentada: textos de la Nácar-Colunga. Libros Sapienciales. Vol. IV. [En línea]. <Disponible en: <http://www.holytrinitymission.org/ books/spanish/biblia_comentada_a_colunga_4.htm> [Consulta: 21 Abr., 2009].

[9] Ibid.

[10] La gran moral.  4a. ed. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1948. L. II, cap. 13. p. 91.

[11] Ibid., p. 92.

[12] Ibid., p. 42.  L. I, cap. 29.

[13] Ibid., p. 92.  L. II, cap. 13.

[14] Ibid., p. 92.

[15] PETISCO y TORRES AMAT, Op. Cit.  (Mt. 26, 48-50)

[16] ARISTÓTELES, La gran moral, p. 93. L. II, cap. 13.

[17] Ibid.

[18] Ibid., p. 94. L. II, cap. 13.

[19] AQUINO, Tomás de, Op. Cit. 1ª 2ª q.26 a.3.

* Comentarios de la edición de la Suma Teológica de la BAC. 1ª 2ª q.65 a.5

[20] RIEVAL, Elredo de. De spiritali amicitia. I.11, citando a Cicerón, De amicitia 20. [En línea].  <Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Elredo_de_Rieval> [Consulta: 18 Mar., 2009].

[21] Ibid.

Os novos carismas na Igreja

José Manuel Jiménez AleixandreEncontro

Todo o novo carisma é passível de conflitos, já que vem ao encontro, ou às verdades do Evangelho esquecidas,[1] ou a manifestações da vida cristã nunca vistas.[2] Isso é motivo de desentendimentos com a autoridade hierárquica, posta pelo mesmo Cristo Jesus, seu fundador, para reger o Povo de Deus.

            O documento Mutuae relationes, em 1978, relembrava esta verdade, tantas vezes esquecida:

Todo carisma autêntico traz consigo certa dose de genuína novidade na vida espiritual da Igreja, bem como de particular operosidade que poderá talvez mostrar-se incômoda no ambiente e também criar dificuldades, pois não é fácil reconhecer sempre e logo sua proveniência do Espírito (n. 12).   

   É da competência da autoridade hierárquica “discernir os carismas”,[3] e para isso existem meios intelectuais, técnicos, pessoais e, acima de tudo, a graça própria ao seu oficio pastoral, ao qual o próprio Cristo confiou a tarefa do juízo.[4] Reconhecer ou discernir, todavia, não quer dizer estar na origem. Há outro, que não o hierarca, que viu primeiro.

 


[1] Numa conferência em 1998, no Congresso dos Movimentos, RATZINGER referiu-se algumas vezes à “vontade de viver radicalmente o Evangelho no seu todo”, característica dos movimentos. Desde Antão a Francisco, Bento a Inácio, todos os “novos” procuram combater “uma ideia angustiada e empobrecida da Igreja, pela qual se absolutiza a estrutura da igreja local, que não pode tolerar o novo conceito de anunciadores”, que reclama pelo Evangelho esquecido.

[2] O P. Jesús CASTELLANO, em Carismi per il terzo millenio, mostra, com base em Santa Teresa de Ávila, e na filosofia da linguagem, como o “sinal de uma nova experiência espiritual e social é a criação de uma nova linguagem” (grifo meu), e entre outros, cita as palavras de Santa Teresa na sua Vita sobre a dificuldade em exprimir adequadamente aquilo que ela via de novidade na fé: “Ó Deus meu, que pudesse ter a compreensão (entendimento) e a cultura (letras) e novas palavras para colocar à luz (encarecer) a vossa obra como a entende a minha alma” (Vita, 25, 17). A novidade que a mística percebia sobre a Igreja e sobre as almas exigia uma palavra nova, porque aquela em uso era incapaz de exprimir a sua experiência (op. cit., 82. grifo meu).

[3] De singular relevo a LG: “Estes carismas, quer sejam os mais elevados, quer também os mais simples e comuns, devem ser recebidos com ação de graças e consolação, por serem muito acomodados e úteis às necessidades da Igreja. […] e o juízo acerca de sua autenticidade e reto uso, pertence àqueles que presidem na Igreja e aos quais compete de modo especial não extinguir o Espírito mas julgar tudo e conservar o que é bom (n. 12). […] Os sagrados pastores […] seu cargo sublime consiste em pastorear de tal modo os fiéis e de tal modo reconhecer os seus serviços e carismas, que todos, cada um segundo o seu modo próprio, cooperem na obra comum” (n. 30) (grifo meu).

[4] S. Paulo exorta aos tessalonicenses a respeitar a autoridade hierárquica e a “não apagar o espírito nem desprezar a profecia” (1Ts 5, 19-21). O Concílio, por meio da AA 3, retoma este ensinamento: “A recepção destes carismas, mesmo dos mais simples, […] e, simultaneamente, em comunhão com os outros irmãos em Cristo, sobretudo com os próprios pastores; a estes compete julgar da sua autenticidade e exercício ordenado, não de modo a apagarem o Espírito, mas para que tudo apreciem e retenham o que é bom” (cf. 1 Ts 5, 12; 19; 21. Grifo meu).

O sacerdote é modelo para os fiéis

missaMons. João Clá Dias, EP

Sendo visto pelos fiéis como alguém escolhido por Deus para guiá-los, o ministro ordenado deve ser sempre exemplo preclaro de virtude, como recomenda o Apóstolo a seu discípulo Tito: “Mostra-te em tudo modelo de bom comportamento: pela integridade na doutrina, gravidade, linguagem sã e irrepreensível, para que o adversário seja confundido, não tendo a dizer de nós mal algum” (Tt 2, 7-8).

Com efeito, uma conduta irrepreensível, inflamada de caridade, dando testemunho da beleza da Igreja e da veracidade da mensagem evangélica, falará muito mais profunda e eficazmente às almas do que o mais lógico e eloquente dos discursos: “O ornato do mestre é a vida virtuosa do discípulo, como a saúde do enfermo redunda em louvor do médico. […] Se apresentarmos nossas boas obras, será louvada a doutrina de Cristo”.[1]

Por vezes, se interpreta a obrigação de dar exemplo, de ser modelo, num sentido minimalista: o de apenas cumprir mais ou menos os próprios deveres, no mesmo nível de todos os outros. E assim, pelo critério da mediania, procura-se contentar a própria consciência. Ora, quem é chamado a servir de exemplo para os outros não deve se comparar com os que lhe são iguais, mas com aqueles que alcançaram o mais alto grau de perfeição. Cristo, sim, é o verdadeiro modelo do ministro consagrado. É com Ele que o sacerdote deve configurar-se, não só pelo caráter sacramental, mas também pela imitação de Suas perfeições, de forma que nele os fiéis possam ver outro Cristo. Só assim estes se sentirão atraídos pelo bom exemplo de seu pastor e guia.

Dada a natureza social do homem, a boa reputação decorrente da prática da virtude leva os outros à imitação. Assim, quanto mais semelhança com Cristo encontrarem os fiéis nos ministros de Deus, tanto mais facilmente se deixarão guiar por eles. E, portanto, mais eficaz será o seu ministério, conforme comenta São Tomás:

 Ora, essa estima aos prelados da Igreja é necessária para a salvação dos fiéis; se estes não os reconhecerem como ministros de Cristo, não lhes obedecerão como a Cristo, segundo lê-se na epístola aos Gálatas (4, 14): “Recebestes-me como um Anjo de Deus, como o próprio Cristo Jesus”. Ainda mais, se não os reconhecerem como dispensadores, se recusarão a receber deles os dons, contrariamente ao que diz o mesmo Apóstolo: “O que eu dei, se alguma coisa dei, foi por amor a vós, na pessoa de Cristo” (2 Cor 2, 10).[2]

 Essa estima pelos sacerdotes, tão importante para a plena eficácia de seu múnus, depende também da veneração que os fiéis tenham pelo sacerdócio enquanto tal. São Francisco de Assis, por exemplo, que nunca quis receber a ordenação presbiteral, por considerá-la uma dignidade excessiva para si, tinha pelo sacerdócio tal respeito que chegava a oscular o lugar por onde passava um sacerdote.

CLÁ DIAS, João. A Santidade do sacerdote à luz de São Tomás de Aquino. in: LUMEN VERITATIS. São Paulo: Associação Colégio Arautos do Evangelho. n. 8, jul-set 2009. p. 14-15.


[1] Super Tit. cap. 2, lec. 2.

[2] Super II Cor. cap. IV. lec. 1.

Dignidade e santidade no sacerdote

mons-mauro-piacenza“Deus Pai Todo-Poderoso, concede a estes vossos filhos a dignidade do presbiterato. Renova a efusão do vosso Espírito de santidade. Cumpram fielmente, ó Senhor, o ministério no segundo grau sacerdotal que de vós receberam e com o seu exemplo conduzam todos à íntegra conduta de vida”

 

Pontificale Romanum. De Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum,

editio typica altera , Typis Polyglottis Vaticanis 1990

 

 

Cidade do Vaticano, 15 de janeiro de 2010.

 

 

Caríssimos irmãos no Sacerdócio

             A parte essencial da prece consecratória recorda-nos que o Sacerdócio é essencialmente um dom e, a partir da ótica do “dom sobrenatural”, contém uma dignidade que todos, fiéis leigos e clérigos, são sempre chamados a reconhecer. Trata-se de uma dignidade que não provém dos homens, mas que é puro dom da graça à qual foram chamados e que ninguém pode reivindicar como direito.

            A dignidade do presbiterato concedida pelo “Deus Pai Todo-Poderoso” deve transparecer na vida dos sacerdotes: na sua santidade, na humanidade acolhedora e cheia de humildade e caridade pastoral, na luminosidade da fidelidade ao Evangelho e à doutrina da Igreja, na sobriedade e solenidade da celebração dos Divinos Mistérios, no uso da veste eclesiástica! Tudo no sacerdote deve recordar a ele mesmo e ao mundo, que é destinatário de um dom não merecido e que, por sua vez, o faz ser presença eficaz do Absoluto no mundo, para a salvação dos homens.

            O Espírito de santidade, implorado para que se renove a sua efusão, é garantia para poder viver “em santidade” a vocação recebida e, contemporaneamente, condição da possibilidade de “cumprir fielmente o ministério”. A fidelidade é o encontro esplêndido entre a liberdade fiel de Deus e a liberdade criada e ferida do homem que, com a força do Espírito, torna-se sacramentalmente capaz de “conduzir todos à íntegra conduta de vida”: uma vida que seja realmente íntegra e que seja integralmente cristã.

            O Sacerdote, revestido pelo Espírito do Pai Onipotente, é chamado a “orientar” –  com o ensinamento e a celebração dos sacramentos e, sobretudo, com a própria vida – o caminho de santificação do povo a ele confiado, na certeza que este é o único fim para  o qual o próprio presbiterato existe: o Paraíso!

            O dom do Pai faz dos “filhos-Sacerdotes” homens prediletos; uma portio electa populi Dei, que é chamada a “ser eleita” e a resplandecer também pela santidade de vida e  pelo testemunho de fé.

            A memória do dom recebido e sempre renovado pelo Espírito e a proteção da Beata Virgem Maria, Serva do Senhor e Tabernáculo do Espírito Santo, ajudem a cada um dos sacerdotes a “cumprir fielmente” a própria missão no mundo, na espera do prêmio eterno reservado aos filhos eleitos, do qual são também herdeiros!

  

X Mauro Piacenza

Arcebispo tit. de Victoriana

Secretário

 Email recebido de sistema@cclergy.va enviado pela Congregação para o Clero www.clerus.org 

Essência do culto cristão

 

cardeal-ratzingerRATZINGER, Joseph. Introdução ao Cristianismo. São Paulo: Herder, 1970. p. 136.

 

 

 

A essência do culto cristão não se encontra no sacrifício das coisas, nem em alguma substituição qualquer, como se lê repetidamente nas teorias sobre a Missa, a partir do século XVI – segundo as quais, deste modo, seria reconhecido o supremo domínio de Deus sobre tudo. Todas estas considerações são ultrapassadas pelo acontecimento de Cristo e por sua interpretação bíblica. O culto cristão consiste no absoluto do amor, tal como podia oferecê-lo somente alguém no qual o amor divino se tornou amor humano; consiste na forma nova da representação incluída neste amor, a saber, que ele ocupou o nosso lugar e nós nos deixamos tomar por ele. Portanto, significa que nos cumpre deixar de lado nossas tentativas de justificação que, no fundo, não passam de desculpas, colocando-nos uns contra os outros – como a tentativa de Adão em desculpar-se foi uma escusa e um jogar a culpa sobre o outro, finalmente uma tentativa de acusar o próprio Deus: “A mulher que pusestes ao meu lado, ela foi quem me deu daquela árvore, e eu comi” (Gen  3,12). Este culto exige que, ao invés de opor afirmação destrutiva, da autojustificação, aceitemos a dádiva do amor de Jesus Cristo por nós, que nos deixemos unir nele, tornando-nos adoradores com ele e nele.

La scuola di San Tommaso

paulo-viPaulo VI – Sabato, 20 aprile 1974

CONGRESSO PER IL VII CENTENARIO DI SAN TOMMASO D’AQUINO

La scuola di San Tommaso ci può essere una propedeutica elementare, ma provvidenziale, di quell’alpinismo intellettuale, sia filosofico, che teologico, che esige, sì, il rispetto delle leggi del pensiero sia nell’analisi, che nella sintesi, sia nella ricerca induttiva, che nella conclusione deduttiva, indispensabile per conquistare le vette della verità, e per risparmiare alla mente umana la vana esperienza di illusorie e spesso fragili costruzioni. Ed anche per un altro scopo, sempre nel campo didattico, ma assai importante nell’economia del pensiero; e cioè quello di abituare il discepolo (e tutti, davanti al sapere, siamo discepoli) a ragionare in virtù dei principii soggettivi della verità, e obiettivi della realtà, e non secondo formule che la cultura di moda, spesso favorita da tanti coefficienti esteriori ed occasionali, impone alla mentalità passiva d’un dato ambiente, o d’un dato momento storico. Sembra strano, ma è così: Maestro Tommaso, lungi dal privare l’alunno d’una sua personale e originale virtù di conoscenza e di ricerca, risveglia piuttosto quell’appetitus veritatis, che assicura al pensiero una sua sempre nuova fecondità, e allo studioso una sua caratteristica personalità.

in: www.vatican.va

El silencio para pensar

auroraPe. Hamilton Naville

            Durante un encuentro con profesores y alumnos de las Universidades Eclesiásticas de Roma, Benedicto XVI afirmó que precisamos del silencio para alcanzar la contemplación, “el pensamiento tiene siempre necesidad de purificación para poder entrar en la dimensión en la cual Dios pronuncia su Palabra creadora y redentora, es su Verbo “que salió del silencio”, para usar la bella expresión de San Ignacio de Antioquía (Carta a los  Magnesios, VIII, 2)”[1].

            Así somos los hombres, debemos pensar en silencio para alcanzar las verdades más altas.

            Se podrá argumentar que el pensamiento puede ser ayudado por la música.  Es verdad, pero cuanto más suave y armoniosa la música, cuanto más leve su volumen, más facilita el pensar.

            La estridencia, la cacofonía, ahuyentan el pensamiento profundo.

            Y cuando la cacofonía no es la cacofonía exterior, producida por ruidos estridentes en la calle, sino que es la cacofonía interior que puede traer una vida desarreglada o un impaciente frenesí por las cosas banales, el resultado del pensamiento es más pobre aún.

            El sacerdote y filósofo español Jaime Balmes, en su obra magistral “El Criterio”, afirmaba muy claramente algo que a primera vista nos parece obvio: “El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error”[2].

            Pues bien, si en este momento en el que los conceptos de “verdad” y “error” son banalizados porque en muchos ambientes está vigente lo que el Cardenal Ratzinger[3], pocos días antes de ser Papa, llamó “la dictadura del relativismo”, es necesario volver a focalizar la filosofía, ese amor de la sabiduría, como amor de la verdad, que es la finalidad del entendimiento. No tenemos la facultad de entender o pensar simplemente para que ideas caóticas se reúnan en nuestra cabeza, y poder expresar una u otra indistintamente sin valorizar. ¡Tenemos la facultad de pensar para buscar y alcanzar la verdad!

            Continúa Balmes un poco más adelante:

Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, o con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesión, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filósofo, que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende[4].

            Y no “da lo mismo” llegar a la verdad o no llegar… Volvemos a Balmes:

Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece a un espejo en el cual vemos retratados, con toda fidelidad, los objetos como son en sí; cuando caemos en error, se asemeja a uno de aquellos vidrios de ilusión que nos presentan lo que realmente no existe; pero, cuando conocemos la verdad a medias podría compararse a un espejo mal azogado, o colocado en tal disposición que, si bien nos muestra objetos reales, sin embargo, nos los ofrece demudados, alterando los tamaños y figuras[5].

            Para llegar al conocimiento de esa verdad, es necesario pues, pensar bien, y para pensar bien, como es obvio, es necesario prestar atención a lo que se piensa, meditar y tener las condiciones necesaria para eso, que no la encontraremos en el bullicio. Por lo cual indica Balmes más adelante:

El primer medio para pensar bien es atender (…)Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narración con atención floja, intercalando mil observaciones y preguntas, manoseando o mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias interesantes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarle a otros o de meditarle nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atención debida[6].

            Es el ruido, podemos agregar a lo que dice Balmes, el ruido físico, el estrépito, o el ruido en sentido analógico, el caos en las ideas, o la falta de serenidad en el momento de formular una idea, la que nos lleva muchas veces a no prestar esa “atención debida”, a lo que se debe prestar atención. O el ruido que nos distrae, en el sentido etimológico, nos lleva de un lugar a otro, y a no prestar atención a aquello que deberíamos, y nos encamina al error.

            Otra de las fuentes de errores, distracciones, y de percepciones equivocadas, es el exceso de palabras. El exceso de palabras o confunde (da a entender una cosa diferente a aquella que se está queriendo prestar atención), o nos hace entender algo que puede ser incluso diametralmente opuesto a lo que quien se expresa está queriendo decir.

            Y el exceso de palabras, en el mundo contemporáneo, no es solamente porque hay personas que utilizan muchas palabras, sino, peor aún, porque todos hablan al mismo tiempo. Y eso confunde.

            ¡Ese es el ruido contrario a la filosofía!         

 

NAVILLE, Hamilton. El silencio que habla. Universidad Pontificia Bolivariana – Escuela de Teologia, Filosofia y Humanidades. Licenciatura Canónica em Filosofia. Medellin, 2009. p. 36-39.


[1] BENEDICTO XVI, Papa, Hay que educarse em el silencio y en contemplación para alcanzar familiaridad amorosa com la palabra de Dios.  L’Osservatore Romano.  Vaticano. No. 43 (Oct., 2006); p. 13.

[2] BALMES, Jaime. El criterio. Biblioteca electrónica cristiana. [En línea]. <Disponible en: http://multimedios.org/docs/d000152/p000001.htm> [Consulta: 9 Mar., 2009].

[3]  AQUINATE.  Dictadura y relativismo. [En línea]. <Disponible en: http://www.aquinate. net/revista/caleidoscopio/Ciencia-e-fe/Ciencia-e-fe-2-edicao/Fe-2-edicao/fe-ratzinger-homilia-ditadura-relativismo.htm> [Consulta: 15 May., 2009].

[4] BALMES, Op. Cit.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

O encontro de São João Batista com Jesus

batistaMons. João Clá Dias, EP

I – UM DOS MAIS BELOS ENCONTROS DA HISTÓRIA

            “O semelhante se alegra com seu semelhante”, diz um antigo provérbio latino, e de fato é esse um princípio intrínseco a todos os seres com vida, na medida em que sejam passíveis de felicidade. Deus assim nos criou e fez uns dependerem dos outros, aperfeiçoando- nos com o mais entranhado dos instintos, o de sociabilidade. Se para um pássaro constitui motivo de gáudio o encontrar-se com outro da mesma espécie, para nós, esse fenômeno é mais intenso. Ora, se grande é o júbilo de duas crianças afins ao se encontrarem pela primeira vez no colégio, qual não terá sido a reação dos dois maiores homens de todos os tempos, ao se contemplarem face a face?
            Assim se realizou um dos mais belos encontros da História, João Batista diante de Jesus; para melhor compreendê- lo, analisemos as analogias entre um e outro.

Traços de semelhança entre Jesus e João

 
 
 

            Apesar de serem duas pessoas infinitamente distantes entre si pela natureza – João é mero homem, Jesus é a Segunda Pessoa da Trindade Santíssima – numerosos traços de semelhança os unem.

            Jesus é o alfa e o ômega da História. João é o começo do Evangelho e o fim da antiga Lei (1). Assim o afirma o próprio Nosso Senhor: “Com efeito, todos os profetas e a Lei profetizaram até João” (Mt 11, 13-14).

            Segundo Tertuliano, João Batista é uma “figura única na História, adornada em vida de um prestígio sobre-humano, que se levanta misteriosa e solene nos confins de ambos os Testamentos” (2). Dele afirma Jesus: “Na verdade vos digo que entre os nascidos de mulher, não veio ao mundo outro maior que João Batista” (Mt 11, 11).
Além do mais, a concepção de ambos, de Jesus e de João, é precedida pelo anúncio do mesmo embaixador São Gabriel Arcanjo (Lc 1, 11-19 e 26- 34). As mensagens não diferem muito, em seus termos, uma da outra. Os nomes de Jesus e de João foram designados por Deus (Lc 1,13 e 31).

            No próprio ato de anunciar o nascimento, o Mensageiro celeste profetiza também o futuro tanto do Precursor (Lc 1,13-17) quanto do Messias (Lc 1,31-33).

O perfil do Precursor

            Sobre Jesus, se fôssemos analisar as grandezas de suas qualidades e de suas obras, “nem todo o mundo poderia conter os livros que seria preciso escrever” (Jo 21, 25).
            No Batista, tudo é sui generis, a começar pela profecia de sua vinda, proferida por Isaías e Malaquias: “Uma voz exclama: Abri no deserto um caminho para o Senhor, traçai na estepe uma pista para nosso Deus” (Is 40, 3); “Vou mandar meu mensageiro para preparar o meu caminho” (Mal 3, 1).

            Mais impressionante ainda é a sua santificação no seio materno operada pela Santíssima Virgem: “Porque, logo que a voz de tua saudação chegou aos meus ouvidos, o menino saltou de alegria no meu ventre” (Lc 1, 44).

            A grandeza de sua missão é profetizada pelo próprio pai: “E tu, menino, serás chamado o profeta do Altíssimo, porque irás à frente do Senhor, a preparar os seus caminhos; para dar ao seu povo o conhecimento da salvação” (Lc 1, 76-77).
A rudeza da forma de vida escolhida pelo Batista lhe confere uma aura de austeridade ímpar: “Ora o menino crescia e se fortificava no espírito. E habitou nos desertos até o dia da sua manifestação a Israel” (Lc 1, 80). “Andava João vestido de pêlo de camelo, (…) e alimentava-se de gafanhotos e mel silvestre” (Mc 1, 6).

            Ao iniciar suas pregações, foi acolhido pela opinião pública da época com enorme prestígio, pois, já ao seu nascimento, “o temor se apoderou de todos os seus vizinhos, e divulgaram-se todas essas maravilhas por todas as montanhas da Judéia. Todos os que as ouviram as ponderavam no seu coração dizendo: ‘Que virá a ser este menino?’ Porque a mão do Senhor estava com ele” (Lc 1, 65-66). Logo de início, João atraiu multidões: “E iam ter com ele toda a região da Judéia e todos os habitantes de Jerusalém” (Mc 1, 5), “porque todos tinham a João como verdadeiro profeta” (Mc 11, 32).
            Os soldados, os publicanos e as multidões lhe perguntavam “Mestre, que devemos fazer?” (Lc 3, 10-14). O próprio Herodes, querendo matá-lo “teve medo do povo, porque este o considerava como um profeta” (Mt 14, 5). Essa grande fama se estendeu até após sua morte:
“porque todos tinham João como um profeta” (Mt 21, 26).
As repercussões sobre sua figura, palavras e obras ecoaram entre os vales e os montes da Terra Prometida, a ponto de o povo chegar a pensar “que talvez João fosse o Cristo” (Lc 3, 15).

Pois bem, fixemos em nossa lembrança essa gloriosa projeção alcançada em vida por São João Batista e abramos um parênteses para considerar a principal de suas virtudes: a da restituição, a qual consiste essencialmente em atribuir a Deus os dons d’Ele recebidos.

II – INVEJA E AMBIÇÃO, VÍCIOS UNIVERSAIS

            A ambição é uma paixão tão universal quanto o é a vida humana. Quase se poderia dizer que ela se instala na alma antes mesmo do uso da razão, sendo facilmente discernível no modo de a criança agarrar seu brinquedo ou na ânsia de ser protegida. Ao tomar consciência de si e das coisas, os impulsos primeiros de seu ser convidá-la-ão a chamar a atenção sobre sua pessoa e, se ela cede, ter-se-á iniciado o processo da ambição. O desejo de ser conhecida e estimada é a primeira paixão que macula a inocência batismal. Quantos de nós não nos lançamos nos abismos da ambição, da inveja e da cobiça já nos primeiros anos de nossa infância? Essas provavelmente foram as raízes dos ressentimentos que tenhamos tido a propósito da glória dos outros. Sim, pelo fato de desejarmos a estima de todos, por nos crermos no direito à glória e ao louvor dos nossos circunstantes, constitui para nós uma ofensa o sucesso dos outros. Por isso São Tomás define a inveja como sendo “a tristeza do bem alheio enquanto se considera como mal próprio, porque diminui a própria glória ou excelência” (3).
Há paixões que se mantêm letárgicas até a adolescência, assim não o é a inveja; ela se manifesta já na infância e acompanha o homem até a hora de sua morte. Não será difícil aos pais observar os sinais desse vício, em seus pequenos. Irmãos ou irmãs, entre si, não poucas vezes terão problemas por se imaginarem eclipsados pelas qualidades ou privilégios de seus mais próximos. Quantas vezes não acontece de ser necessário separar-se irmãos, ou irmãs, na tentativa de corrigir essas rivalidades que podem chegar a extremos inimagináveis, tal qual se deu entre os primeiros filhos de Eva, Caim e Abel?

            A ambição e a inveja são mais universais do que parece à primeira vista; poucos se vêem livres de suas garras. Elas se levantam e tomam corpo em relação aos que nos são mais próximos, como afirma São Tomás: “A inveja é do bem alheio enquanto diminui o nosso. Portanto, somente se suscita a respeito daqueles que se quer igualar ou superar. Isto não sucede em pessoas que diferem muito de nós em tempo, espaço e lugar, senão nas que nos estão próximas” (4).

            Assim, ao sábio será mais difícil invejar o general, e vice- versa, ou, uma médica a uma costureira; mas dentro da mesma profissão, quanto mais relacionadas forem as pessoas entre si, mais intensa se manifestará essa paixão.

            Em conseqüência, poder-se-ia dizer que jamais se excitaria esse mau pendor nas almas dos contemporâneos de Jesus face a suas qualidades, pois a diferença entre Ele e qualquer pessoa deste mundo é simplesmente infinita. De fato, esse seria o normal relacionamento dos outros com o Redentor, se seu nascimento e vida fossem refulgentes de poder e de glória. Mas Ele veio ao mundo numa gruta em Belém, foi envolto em panos e depositado na manjedoura sobre palha, viveu em Nazaré exercendo a profissão de carpinteiro para auxiliar seu pai. Assim, só mesmo um forte olhar de fé poderia discernir nesse Menino uma Pessoa de Deus. E essas aparências contrárias à sua divindade chegaram a ser tão extremas que Jesus conferiu o título de bem-aventurado a quem não se envergonhasse de segui-lO (Mt 11, 6). Se Ele tivesse manifestado todo o fulgor da infinita distância existente entre a natureza divina de sua Pessoa e a nossa humana, não haveria quase mérito na restituição dos bens que d’Ele recebemos.
            É justamente em função das primeiras palavras pronunciadas por Maria em seu cântico de ação de graças, ouvidas com alegria por João Batista no seio materno, que toma brilho a mais alta virtude do Precursor: “A minha alma glorifica o Senhor; e o meu espírito exulta de alegria em Deus meu Salvador porque olhou para a humildade de sua serva” (Lc 1, 46-48). Essa foi a formação recebida pelo menino-profeta ao longo dos meses durante os quais Maria viveu em casa de Isabel: humildade e servidão. Como teria sido de um valor inestimável se os pontífices e fariseus do Sinédrio houvessem sido educados na mesma escola de João! Certamente não se teriam reunido depois da ressurreição de Lázaro, para decretar a morte de Jesus (Jo 11, 47-53).

III – SÃO JOÃO BATISTA E A VIRTUDE DA RESTITUIÇÃO

            Aproximemo-nos de João nas margens do rio Jordão e analisemos seu prestígio de pregador. Profeta como igual nunca houve em Israel, fundador e chefe de uma escola, todo o povo o procura. Entretanto, seu renome está condenado a uma lenta morte, sua instituição deverá dissolver-se paulatinamente, sobre a glória de sua obra far-se-á um grande eclipse, pois um valor mais alto se aproxima. Esse era o momento do ressentimento, da ambição ferida e talvez até da inveja. Muito pelo contrário, a reação de João foi de heróica humildade e ilimitada servidão, como encontramos narrado no Evangelho de hoje.

29 No dia seguinte João viu Jesus, que vinha ter com ele …           

Assim como Maria foi à sua prima Santa Isabel, é Jesus quem se dirige a João, e agora pela segunda vez. O discípulo amado não nos relata o Batismo de Jesus como o faz Mateus (3, 13-17) e, segundo São João Crisóstomo, Jesus volta a encontrar-se com o Batista para desfazer o equívoco de que, na primeira vez, Ele tivesse ido procurá-lo tal qual o faziam todos, ou seja, para confessar seus pecados ou para obter a purificação dos mesmos pelas águas do Jordão.

  … e disse: “Eis o Cordeiro de Deus, eis O que tira o pecado mundo”.

            Assim como hoje nossa fé se robustece em méritos ao contemplar uma Hóstia consagrada e crer na Presença Real de Jesus Eucarístico, também naqueles dias era indispensável, para benefício de todos, o Redentor apresentar- Se sob osvéus de nossa natureza. Jesus, desde o nascimento até essa ocasião, era um homem comum e corrente em todas as suas aparências. Tornava- se necessário ir descerrando pouco a pouco esses véus, a fim de introduzir o povo na verdadeira perspectiva debaixo da qual fosse possível prestar- Lhe um culto de latria. Excelente meio escolheu o Salvador: suscitou um varão que havia comovido toda Israel por sua figura constituída de mistério, profetismo e santidade, saído de dentro de uma vida feita de ascese e penitência, o Precursor.
            Era chegado o momento de os judeus ouvirem, de lábios dignos da máxima credibilidade, a proclamação da grandeza do Messias ali presente. A preparação dos corações estava concluída, o caminho do Senhor já se encontrava endireitado, a voz ecoara pelo deserto, o Filho de Deus precisava ser conhecido e, para tal, era indispensável muita clareza na comunicação: “Eis o Cordeiro de Deus”.
            O conhecimento de Deus é bem diferente do nosso. Vivemos no tempo, e a cronologia é fundamental em nosso processo intelectivo. Para Deus tudo é presente e, ao criar, fez Ele depender uns seres de outros. No pináculo da criação, colocou Cristo como Causa, Modelo, Regente e Guia, e, tendo em vista o pecado e o Redentor, criou o cordeiro para simbolizar este grandioso aspecto de seu Unigênito Encarnado, o de vítima expiatória, numa clara referência ao “cordeiro pascal” (Ex 12, 3-6), ou quiçá, ao duplo sacrifício diário oferecido no Templo (Ex 29, 38), ou como comenta Orígenes: “Porque Ele, tomando sobre si nossas aflições e tirando os pecados de todo mundo, recebeu a morte como batismo” (5).

            O cordeiro é um animal pacífico e pacificador. Solto no pasto ou posto na baia, ele tranqüiliza os corcéis fogosos, evitando-lhes ferimentos inúteis.
            A afirmação de João é feita no presente do indicativo -“Aquele que tira” – para indicar a perpetuidade do ato redentor.


30 Este é Aquele de quem eu disse: Depois de mim vem um homem que é superior a mim, porque era antes de mim, …


            É patente tratar-se aqui de um Homem de corpo e alma. Embora tenha nascido depois do Batista, este último confessa publicamente não só que Jesus lhe é superior, mas também que já existia antes dele. E é real, pois, enquanto Verbo de Deus, Segunda Pessoa da Santíssima Trindade, Ele é eterno. Assim, neste versículo, o Precursor proclama a Humanidade unida à Divindade, numa só Pessoa. É a revelação do mistério da Encarnação.


31 … e eu não O conhecia, mas vim batizar em água, para Ele ser reconhecido em Israel.

            João quis evitar o equívoco da parte do povo, o qual poderia julgar serem suas afirmações sobre Jesus feitas com base no parentesco existente entre ambos. E realmente, o Batista se retirara ao deserto ainda menino e não estivera com Ele antes. Portanto, suas declarações eram fruto de um discernimento essencialmente profético, como também é profética sua missão, pois torna claro o objetivo de seu batismo: o reconhecimento do Messias, da parte do povo.


32 João deu este testemunho: “Vi o Espírito descer do Céu em forma de pomba e repousou sobre ele”.


            O mistério da Santíssima Trindade não havia sido revelado até então; entretanto, de dentro da Teologia como é hoje conhecida, torna-se patente a presença das Três Pessoas nessa proclamação de João Batista.

            A pomba é inocente por sua natureza e, ao contrário das aves de rapina, não se alimenta de carnes mortas, mas sim de sementes da terra. Gemem quando estão enamoradas. Eis um belo símbolo do Espírito Santo, a Inocência que nos instrui, ilumina e santifica com gemidos inefáveis dentro de nós.


33 Eu não O conhecia, mas O que me mandou batizar em água, disseme: Aquele sobre quem vires descer e repousar o Espírito, esse é O que batiza no Espírito Santo.

            Reafirma São João Batista não ter antes conhecido Jesus. Compreende-se sua insistência a esse respeito, pois os laços familiares eram vigorosos naqueles tempos e havia o risco de interpretarem as palavras do Precursor sob um prisma meramente humano.
            Era indispensável fixar a atenção de todos na origem divina de suas proclamações, daí a referência Àquele que o havia mandado batizar.


34 Eu O vi, e dei testemunho de que Ele é o Filho de Deus.


            Sim, Jesus é o Unigênito do Pai. Enquanto os outros todos – inclusive a Santíssima Virgem – somos filhos adotivos, Jesus é gerado e não criado, desde toda a eternidade. João já havia declarado ser o Messias o Cordeiro de Deus, que batizaria no Espírito Santo. Porém, esta é a primeira vez que declara tratar-se especificamente do Filho de Deus.


IV – CONCLUSÃO: CASTIGO DA AMBIÇÃO E DA INVEJA

            O castigo de Deus à ambição e à inveja se faz presente não só na eternidade, mas também nesta vida. Quem se deixa arrastar por esses vícios, perde a noção do verdadeiro repouso e passa a viver constantemente na preocupação, na inquietude e na ansiedade. Sempre estará atormentado pelo pavor de ficar à margem, de ser esquecido, igualado ou superado. Sua existência será um inferno antecipado e essas paixões se constituirão em seus próprios carrascos.

            Pelo contrário, quanta felicidade, paz e doçura têm as almas que são despretensiosas, reconhecedoras dos bens e das qualidades alheias, restituidoras a Deus dos dons por Ele concedidos.

            Entremos na escola de Maria, e d’Ela aprendamos a restituir a Deus nosso ser, nossa família e todos os nossos haveres. Ela nos ensinará a glorificar ao Senhor por ter contemplado o nosso nada e, como resultado, nosso espírito exultará de alegria (Lc 1, 47), a exemplo de seu primeiro discípulo, São João Batista.

1 ) Suma Teológica III, q. 38, a. 1 ad. 2.

2 ) Cf. Adversus Marcionem, IV, 33: PL 2, 471.
3 ) Suma Teológica II-II, q. 36, a. 1.

4 ) Suma Teológica II-II, q. 36, a.1, ad. 2.

5 ) Apud Catena Áurea, in Jo I, 29.

(Revista Arautos do Evangelho, Jan/2005, n. 37, p. 6 à 11)

 Ver também: http://presbiteros.blog.arautos.org/2010/01/07/pregacao-de-joao-e-batismo-de-jesus/

 

Sete maravilhosos efeitos do Batismo

O Sacramento do Batismo produz, naquele que o recebe, uma série de divinas  maravilhas. Eis as principais: batizado

1) Infunde a graça santificante, com o matiz especial de graça regenerativa, que é a própria do batizado, tornando- o capaz para a recepção dos demais Sacramentos.

2) Converte o batizado em templo vivo da Santíssima Trindade, pela divina inabitação em todas as almas em estado de graça. 3) Infunde o germe de todas as virtudes infusas e os dons do Espírito Santo.

4) Torna-o membro vivo de Jesus Cristo, como ramo da divina Videira (Jo 15, 5).

5) Imprime o caráter batismal, o qual o torna membro vivo do Corpo Místico de Jesus Cristo, que é a Igreja, e lhe dá uma participação real e verdadeira (embora incompleta) no sacerdócio de Jesus Cristo. Esta participação sacerdotal se aperfeiçoa com o caráter do Sacramento da Confirmação e se completa com o caráter do Sacramento da Ordem.

6) Apaga totalmente da alma o pecado original e todos os pecados atuais, antes cometidos; esses pecados não são apenas cobertos, mas apagados de fato, e de forma definitiva. Assim o definiu expressamente o Concílio de Trento (D n. 792).

7) Perdoa toda a pena devida pelos pecados, tanto a temporal como a eterna. De modo que se um pecador recebe o Batismo no momento da morte, entra imediatamente no Céu, sem passar pelo Purgatório. Foi o que ensinou o Concílio de Florença (D n. 696) e o de Trento definiu (D n. 792). (ROYO MARÍN, OP, Pe. Antonio. Somos hijos de Dios. Madrid: BAC, 1977, p. 69-70)

 

(Revista Arautos do Evangelho, Jul/2009, n. 91, p. 27)

 Ver também: http://presbiteros.blog.arautos.org/2010/01/07/pregacao-de-joao-e-batismo-de-jesus/