“Si hubiera más confesores”….

Tuvimos oportunidad de leer – de la agencia Zenit, el 1º de octubre – la experiencia del sacerdote Pedro Fernández. Su experiencia. Bueno, podrá decir alguno, en el año sacerdotal, si cada uno va a poner sus experiencias, no tendríamos tiempo para cumplir nuestras obligaciones presbiterales.
Pero ésta sí que impresiona. Es su experiencia como confesor en la Basílica Papal Santa María Mayor.  A tiempo completo. Horarios fijos –¡qué maravilla de tener confesores sentados a las espera de los penitentes!- y, es claro, el tiempo para almorzar.
La aguda articulista, Carmen Elena Villa, destaca incisivamente que la oficina de este dedicado sacerdote no es con un ordenador, sino que es un confesionario.
En una parte de la entrevista comenta este confesor a tiempo completo que esto me permite estar en contacto directo con las personas y las almas.
El celo por las almas es lo que lo mueve, “veo mucha soledad” dice. Y por eso gasta su valioso tiempo en darse, en escuchar problemas (qué importante aspecto que en los días de hoy que cada vez más ocupa espacio dentro de las confesiones), en ayudar.
En catequizar, evangelizar, cuánta cosa entra en este dedicado servicio para la salvación de las almas.
Bien continúa diciendo: “si hubiera más confesores…abría más confesiones”. Simple pero profunda afirmación. Buscar al sacerdote cuesta más que si, lo ve sentado a la espera, es más fácil, se sienten los penitentes más atraídos. Es Jesús Nuestro Señor que los está esperando para perdonarlos.
Y termina destacando la belleza de la confesión, es para recibir el perdón, “Es el sacramento de la paz con uno mismo”.
Y para nosotros, sacerdotes la frase final: “Confesándose es como uno aprende a confesar. Difícilmente uno puede ser un confesor si no se confiesa bien”.
Muy bien por el reportaje. Mi alegría por el buen ejemplo del Padre Pedro Fernández y por haber Carmen Elena Villa hecho esta original entrevista.

SIGUE LA NOTICIA…
Confesores a tiempo completo en las basílicas mayores de Roma
El padre Pedro Fernández habla de su experiencia como confesor en Santa María Mayor.

ROMA, jueves 1 de octubre de 2009 (ZENIT.org) Tienen un horario fijo, día de descanso y un par de horas libres para almorzar. Su oficina no es un escritorio con un ordenador. Es un confesionario.
Las basílicas mayores de Roma y algunas otras iglesias como la de Jesús, donde yace la tumba de San Ignacio de Loyola, ofrecen diariamente el servicio de confesión en diversos idiomas, durante todo el día.
Una luz roja indica que están disponibles para administrar este sacramento a quien lo busque. Tienen allí letreros de los idiomas en que pueden ser confesados: inglés, francés, español, italiano, portugués, polaco, alemán son los más comunes. También hay avisos que indican los horarios disponibles.
Algunos fieles se acercan con un poco de duda o temor y al final se lanzan. Otros van periódicamente. Especialmente quienes viven en Roma.
En las cuatro basílicas mayores siempre ha existido este servicio, organizado por el Papa San Pío V (1566 – 1572). Depende directamente de la Penitenciaría apostólica, organismo vaticano encargado de las concesiones de indulgencias, que asigna a diferentes ordenes religiosas la confesión en diferentes basílicas.
En la basílica de San Pedro están los franciscanos conventuales, en San Juan de Letrán, los franciscanos menores; en Santa María la Mayor, los frailes dominicos y en San Pablo Extramuros , los monjes benedictinos.
ZENIT habló con el sacerdote dominico Pedro Fernández, confesor en Santa María la Mayor. Para él, esta labor significa “ejercitar el sacerdocio que la Iglesia me ha confiado en nombre de Cristo. Me permite estar en contacto directo con las personas y las almas”.
Señala que su misión muchas veces va más allá de absolver: “Veo mucha soledad. Hay penitentes que vienen deseando desahogarse, ser escuchados. El confesor debe aprovechar esta ocasión para ayudarlos, en primer lugar a darse cuenta de los pecados para poder arrepentirse, porque nadie se arrepiente de lo que no conoce”.
Incluso, el diálogo con el penitente, puede ser también una oportunidad para evangelizar: “se experimenta bastante ignorancia religiosa. Conviene que el confesor haga en ese momento una catequesis adecuada”.
El padre Fernández admite que para administrar este sacramento como debería ser, la Iglesia necesita muchas manos: “Si hubiera más confesores, habría más confesiones. Siempre cuesta ir a pedir a un sacerdote que me confiese pero si lo veo sentado es más fácil”.
A quien perdonéis los pecados, serán perdonados
El presbítero enfatizó la importancia de que los fieles vean este sacramento como un regalo y no como un castigo: “Tenemos que acercarnos a la confesión para acoger este perdón. Ahí está la belleza de la confesión. Es el sacramento de la paz con uno mismo”.
Y como en todo trabajo, hay días más atareados que otros, en los que más fieles acuden y las filas se hacen más largas: “en Adviento, Cuaresma, los primeros viernes del mes hay muchos más. Es una experiencia estupenda ver una persona arrepentida”.
Pero, ¿Por qué contarle mis pecados a un sacerdote?, ¿por qué no confesarme con Dios directamente? Son preguntas que miles de católicos se hacen. El padre Fernández explica:
“A Dios nadie le ha visto. La relación con Él es mediacional. En nuestra fe, esa mediación es por medio de los sacramentos, la fe y la experiencia mística”.
“Para confesarte tienes que tener fe, creer en Dios, en tus pecados y arrepentirte . No es un camino impuesto por la Iglesia. Es un camino que nos indica la fe.”.
Y señala el verdadero sentido de la confesión: “No se trata de un consultorio psicológico y que te den una razón humana de tus problemas. Sobre todo es el perdón”.
Un sacramento al cual Benedicto XVI ha hecho gran énfasis en este año sacerdotal: “El hecho de que el Papa recomiende a los sacerdotes que nos sentemos a confesar, quiere decir que tenemos que se conscientes de nuestra identidad y santificación”, dice el padre Fernández.
Y concluyó su diálogo con ZENIT asegurando que nadie da lo que no tiene: “Confesándose es como uno aprende a confesar. Difícilmente uno puede ser un confesor si no se confiesa bien”.
[Por Carmen Elena Villa]

Souffrir passe, avoir souffert ne passe pas!

En la biblioteca de la casa Madre de los Heraldos del Evangelio en Sao Paulo me deparé, hace ya algunos años, con un pequeño libro de piedad que trataba sobre el sufrimiento. Tenía un formato tipo devocionario, era en francés  y creo que databa del siglo XIX.
Es de ese tipo de libros que han ido desapareciendo de muchas bibliotecas de seminarios y casas de espiritualidad por estar fuera de moda. En efecto, la presentación un tanto fuera de moda, y, más que nada, la materia que trataba, no es del agrado de una cierta mentalidad moderna que, entretanto, está cada vez más sedienta de mucha cosa que  arbitrariamente fue poniendo de lado…
Ignoro si el tal libro, cuyo autor y título no guardé en la memoria, está todavía en nuestra biblioteca.
Recuerdo que su lectura me interesó bastante y me hizo un considerable bien espiritual. En la ocasión, tomé algunas notas copiando una meditación que dejo aquí, en su idioma original, para el beneficio de algún lector que aprecie la lengua y, sobretodo, el tema
Tengo conciencia que el meditar sobre el sufrimiento es siempre apropiado y especialmente en este año sacerdotal, dado que el sacerdote inmola en el altar al Señor y, al mismo tiempo, se inmola con Él, como oportunamente fue recordado en una nota publicada en este mismo “site” unos días atrás bajo el título: “Todo sacerdote debe ser una víctima”.
Sin más preámbulo, paso a transcribir la meditación, cuyas notas guardo con cariño:

Une âme qui souffre dans le pur amour-et sans se regarder- est plus utile à l´Eglise militante et au monde entier qu´aux heures de son apostolat le plus éclatant. On rachète les àmes en mourant pour elles. Ce n´ait ni par ses paroles, ni par ses miracles que Jésus a sauvé le monde, mais en donnant sa vie.
La souffrance est sanctificatrice et achève ici-bas notre suprême configuration au Christ: Dieu forme les saints en les identifiant au Crucifié.
Dans le plan de Dieu la souffrance est d´abord expiatrice et reparatrice. Par elle l´homme coupable rachète ses fautes et celles de ses frères.
La souffrance est aussi purificatrice: elle nous détache des joies fugitives et mensongères du péché. L´âme élevée au-dessus de la terre come le Christ au Golgotha, se tourne vers le ciel, se séparant de tout ce qui n´est pas Dieu!
La souffrances est méritoire et corédemptrice: “J´accomplis dans ma chair ce qui manque à la Passion du Christ pour son corps qui est l´Eglise” (Colossiens, I, 24).
La souffrance enfin est divinatrice: “Il n´y a pas de proportion entre les souffrances de la vie présente et le poids d´éternelle gloire” (Romains VIII, 18; II Cor. IV, 17), qui en sera la récompense dans la visión de la Trinité.
Se laisser crucifier c´est se laisser diviniser. Quells sont les saints du paradis qui regrettent d´avoir souffert? Souffrir passé, avoir souffert ne passé pas!

Pienso que en otro idioma, estas ideas tan sencillas y a la vez tan sublimes, perderían algo de su nervio vital, expresadas como están con esa precisión y belleza. Por eso no quise traducirlas corriendo el riesgo de pasar por pedante.

La dignidad sacerdotal

En el día del Angel de la Guarda, un pensamiento rápido considerando la dignidad sacerdotal. Es de San Alfonso María Ligorio.

Se cuenta una historia de los tiempos de San Francisco de Sales. Éste había ordenado sacerdote a un joven clérigo. El  santo había observado antes cómo llegado a la puerta el joven solía siempre pararse como quien cede el paso a alguien. Después de la ordenación vio que ya no cedía al paso. San Francisco le preguntó al joven sacerdote  al respecto y éste le respondió:”Tengo el privilegio de ver continuamente a mi ángel de la guarda. Este siempre caminaba a mi derecha y delante de mí. Pero después de mi ordenación sacerdotal el ángel camina a mi izquierda y ya no quiere pasar  delante de mí por la puerta”. San Francisco de Asís decía: “Si encontrara a un ángel del cielo y a un sacerdote, primero me arrodillaría ante el sacerdote y luego ante el ángel”.

La dignidad y santidad sacerdotal, San Alfonso María de Ligorio, Apostolado Mariano, Sevilla, 2000, p. 16

Arquidiocese de Assunção lança livro sobre a importância do trabalho sacerdotal

Assunção (Terça, 29-09-2009, Gaudium Press) O porta-voz da pastoral presbiteral da arquidiocese de Assunção, Mariano Mercado, informou ontem que foi lançado um livro para os fiéis cujo objetivo é conscientizá-los da necessidade, do trabalho e da figura do sacerdote na Igreja contemporânea.

Distintas reflexões e menções sobre o Ano Sacerdotal estão na publicação, de acordo com a arquidiocese. Os textos são do arcebispo de Assunção, dom Pastor Cuquejo, São Roque González de Santa Cruz, do sacerdote Julio César Duarte Ortellado e até do Papa Bento XVI, com sua Carta aos Presbíteros.

A pretensão é motivar presbíteros e fiéis em geral a refletir sobre ‘o imenso valor do sacerdócio ministerial, intimamente ligado à Eucaristia, fonte da vida da Igreja’.

Ainda segundo a arquidiocese, o trabalho pastoral realizado pelos religiosos ‘como ministros de Jesus, sumo e eterno sacerdote’ é de suma importância para a Igreja e para a sociedade, esforço que deve ser reconhecido por todos os cristãos.

A publicação já está disponível na livraria Verdade e Vida, no prédio do Seminário Metropolitano de Assunção.

Todo sacerdote debe ser una víctima

Creo apropiado, en la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, traer unas consideraciones del P. Garrigou-Lagrange  sobre el carácter de víctima que debe tener todo presbítero.

¿Qué sucedería si el sacerdote, participando del sacerdocio de Cristo por la ordenación sacerdotal, no quisiera participar de ningún modo su estado de víctima? Sin duda alguna que se apartaría de Cristo; en su vida habría desorden, perturbación, máxima confusión; sería un ministro de Cristo sin amor verdadero a su amantísimo Maestro. Resultaría un hombre mundano, vano, superficial, estéril. Así como se conoce mejor el valor de la justicia por el dolor causado por la injusticia, así se aprecia mejor la fecundidad del apostolado por la deplorable esterilidad de una vida rota. Todo sacerdote, pues, debe pedir la gracia de ser realmente víctima, cada cual a su manera, a fin de padecer santamente lo que Dios desde la eternidad ha reservado para él, para llevar su cruz cada día, y no sólo como fiel, sino como sacerdote, como otro Cristo, para poder morir místicamente antes que físicamente.”

La unión del sacerdote con Cristo, Sacerdote y Víctima. Reginald Garrigou-Lagrange, OP. Ediciones Rialp, Madrid 1955, p. 97

San Jerónimo, modelo de exégeta

Hoy es fiesta de San Jerónimo, Padre de la Iglesia, apasionado de las Sagradas Escrituras y gran defensor de la fe . Para Benedicto XV fue “doctor eminente en la interpretación de las sagradas Escrituras”.

En los días que corren no es demasiado traer un comentario sobre la exégesis de San Jerónimo. Y es que circulan muchas teorías sobre el modo de interpretar la Biblia. Las palabras son de nuestro Papa Benedicto XVI, en la audiencia general del 14 de noviembre de 2007:

Para san Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Nunca podemos leer nosotros solos la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos fácilmente en el error. La Biblia fue escrita por el pueblo de Dios y para el pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el pueblo de Dios podemos entrar realmente con el “nosotros” en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere comunicar. Para él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica.

O sacerdote, o homem do futuro!

“O sacerdote é o homem do futuro”. Assim definiu o Papa em uma videomensagem enviada hoje aos mais de mil participantes de um retiro sacerdotal que acontece na cidade de Ars, na França. O seminário se desenvolve em torno do tema “A alegria do sacerdote consagrado para a salvação do mundo” e termina no próximo dia 3. A iniciativa nasceu do Ano Sacerdotal, convocado em junho por Bento XVI.

Uma reflexão sobre o papel do sacerdote a partir de São Paulo até o Santo Cura d’Ars. Esta é a síntese da mensagem do Papa aos religiosos reunidos na França. “Um bom pastor segundo o coração de Deus é o maior tesouro que Deus pode conceder a uma paróquia e um dos dons mais preciosos da misericórdia divina”, disse o Santo Padre fazendo suas as palavras de São João Maria Vianney.

O sacerdote é chamado a servir, dando a sua vida a Deus, é chamado a continuar a obra de redenção sobre a terra, “mas – lembra Bento XVI – a nossa vocação sacerdotal é um tesouro que levamos em vasos de argila”. Neste sentido, o próprio São Paulo expressou a infinita distância que existe entre a vocação sacerdotal e a pobreza das respostas que podemos dar a Deus, ponderou o Papa.

“Quando somos fracos é então que eu sou forte”, lembrou o Papa, citando o Apóstolo das Gentes. “A consciência desta fragilidade abre para a intimidade de Deus e doa força e alegria. O sacerdote não está, assim, para si próprio, mas para todos”, e este é um dos maiores desafios do nosso tempo, afirmou o pontífice.

O próprio sacerdote, “homem da Palavra divina”, deve ser hoje mais que nunca um “homem da alegria e da esperança”. “Diante daqueles que não podem mais conceber que Deus seja puro amor – prossegue Bento XVI – ele afirmará sempre que a vida vale a pena ser vivida e que Cristo dá todo o sentido porque Ele ama os homens, todos os homens”.

Expressando a própria proximidade a todos que completam o seu magistério em dificuldade, o Papa lembrou depois que o sacerdote é o homem do futuro, aquele que tem sempre presente as palavras de São Paulo: “Ressuscitais em Cristo”. “Vos convido a fortalecer a vossa fé e a dos fiéis na Eucaristia que celebrais, fonte da verdadeira alegria. Nada substituirá nunca na Igreja o ministério dos sacerdotes, testemunhas vivas da potência de Deus que opera na fraqueza dos homens, religiosos que são consagrados para a salvação do mundo e escolhidos por Cristo para que sejam sal da terra e luz do próprio mundo”.

O sacerdócio “é o meio com o qual Cristo constrói a Igreja”, disse o arcebispo de Viena, cardeal Christoph Schonborn. “É instrumentum animatorum (instrumento da alma) que realiza o sacrifício eucarístico em virtude do poder sagrado recebido.”

O cardeal brasileiro dom Cláudio Hummes, prefeito da Congregação para o Clero, disse a propósito do retiro, por sua vez, que os sacerdotes não devem se desencorajar diante de uma cultura pós-moderna, secularizada e relativista, nem se deprimir diante do declínio das vocações.

Fote: Gaudium Press.

Alguns comentários dos Papas ao Sacerdócio

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Damos, pois, graças à divina Providência, que já por duas vezes se dignou alegrar e iluminar as horas solenes da nossa vida sacerdotal com o esplendor da santidade do cura de Ars […]. Não vos surpreenderá, aliás, que, ao dirigir-vos esta carta, o nosso espírito e o nosso coração se volvam especialmente para os sacerdotes, nossos filhos caríssimos, a fim de os exortar a todos instantemente – e sobretudo aos que estão empenhados no ministério pastoral – a meditar os admiráveis exemplos de um irmão no sacerdócio, tornado seu celeste patrono.

 Sacerdotii Nostri Primordia – João XXIII

 

 

 Os principais colaboradores do Bispo são, todavia, os párocos, a quem, como pastores próprios, é confiada, sob a autoridade do Bispo, a cura de almas numa parte determinada da diocese. […] Com os seus coadjutores, exerçam de tal maneira o seu ministério de ensinar, santificar e governar, que os fiéis e as comunidades paroquiais se sintam de facto membros tanto da diocese como do todo que forma a Igreja universal.

 Christus Dominus – Paulo VI

 

Como ensina o Concílio Vaticano II, « os fiéis por sua parte concorrem para a oblação da Eucaristia, em virtude do seu sacerdócio real », mas é o sacerdote ministerial que « realiza o sacrifício eucarístico fazendo as vezes de Cristo e oferece-o a Deus em nome de todo o povo ».

 Ecclesia de Eucharistia – João Paulo II

 

Como esquecer que nós, presbíteros, fomos consagrados para servir, humilde e respeitavelmente, o sacerdócio comum dos fiéis? A nossa missão é indispensável para a Igreja e para o mundo, que requer plena fidelidade a Cristo e união incessante com Ele; ou seja, exige que tendamos constantemente para a santidade, como fez São João Maria Vianney.

 Abertura do Ano Sacerdotal  Bento XVI

 

La Misa más bella de la historia

Es un hecho incontestable que el acontecimiento más importante de la historia es la Encarnación del Verbo. Diciendo “importante” se tiene la impresión de que no se dice todo, de tal manera estamos ante algo de una magnitud insuperable ¡Et Verbum caro factum est!
Se dice con razón que es Jesús quien celebró la primera Misa en el cenáculo, la víspera de su pasión, en lo que por su vez fue la última cena pascual del rito judío.
Ahora, al analizar la escena de la Anunciación, se constata que las etapas del misterio de la Encarnación siguen exactamente el esquema de una Misa.
Veamos cuánta afinidad, incluso cuanta identidad, hay entre la Anunciación y la Eucaristía:
•    El saludo
Dice San Lucas en su Evangelio que le ángel dijo a María “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”.
La Misa comienza con el saludo del Obispo (o del padre) a los fieles “El Señor esté con vosotros”.
•    La liturgia penitencial
El saludo angélico provoca en la Virgen una confusión profunda ¡tanta deferencia y elogio de un ángel a una niña! Ella se turbó.
En la Misa, los fieles son invitados a tener un corazón anonadado ante tanta bondad de la parte de Dios y tanta bajeza de la nuestra. Contrición, arrepentimiento.
•    La liturgia de la palabra
El ángel cumple junto a María la función de mensajero. No habla de sí, trasmite la Palabra de Dios. Ella escucha esa palabra antes de consentir y de recibirla en su carne.
En la Misa, los fieles deben saborear primero el banquete de la palabra y prepararse así para recibir el banquete eucarístico.
•    La homilía
Después de oír la Palabra le dice el ángel a la Virgen: No temas, porque has encontrado gracia, concebirás en tu seno y darás a luz (…). María se preguntó ¿Cómo sucederá esto? Es la Virgen prudente que quiere saber más.
Así nosotros en la Misa debemos preguntarnos ¿cómo esta Palabra se va a cumplir en mi vida? La prédica actualiza la palabra y hecha luz.
•    Las epíclesis
Dijo el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es por el Espíritu Santo que se opera la Encarnación.
En la Misa es igualmente por el Espíritu Santo que el pan y el vino se transubstancian y que los fieles forman una sola Iglesia santa. Dice la Plegaria Eucarística nº 2: “Santifica estas ofrendas por la efusión de tu Espíritu”. Y en otra parte: “Te pedimos humildemente (…) que seamos congregados por el Espíritu Santo en un solo cuerpo”. Por su parte la Plegaria Eucarística nº 3 reza “Te suplicamos que consagres las ofrendas que te presentamos, santifícalas con tu Espíritu, de manera que sean Cuerpo y Sangre (…).
•    La comunión
Dice María “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mi según tu palabra”. El “fiat” de María atrae a Dios a sus entrañas, y ella “comulga”.
El “amén” de los comulgantes es el acto de fe y de entusiasmo profesado que antecede a la comunión. El mismo Jesús se hace presente bajo las sagradas especies. El misterio de la Encarnación se consuma perfectamente en la comunión.
•    El envío
“Y el ángel la dejó”. Es la hora del envío y de la misión (Misa=misión). Y María se pone en camino para visitar a su prima Isabel llevando en sus entrañas a su Hijo y Señor.
Lo mismo deben de hacer los fieles al concluir la Misa y dejar el recinto santo.

¿No se podrá decir que la Anunciación fue la primera y las más bella Misa de la historia?

Cuando se piensa…

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.

Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales.

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que más que una Iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio, es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.

 Hugo Wast, novelista y político argentino cuyo verdadero nombre era Gustavo Martínez Zuviría (1883-1963). Estudió leyes y economía política. En 1943 fue ministro de Justicia y de Educación pública, cargo que aceptó con la condición de que se introdujera la enseñanza religiosa en todas las escuelas. Escribió numerosas obras de literatura, muchas de ellas de carácter religioso.