José Manuel Jiménez Aleixandre, EP
En la actividad misionaria, podemos distinguir dos tipos:
· Misiones ad intra, en las mismas diócesis, con los adormecidos, con los no practicantes, con los que acabaron abandonando la fe y descuidando el bautismo de los hijos, que pasaron a ser casi como los acatólicos nacidos en territorios paganos, sin ninguna formación y en muchos casos con la vida de la gracia perdida. Dentro de estas misiones ad intra podemos señalar el labor de la Nueva Evangelización, que busca reaproximar a la práctica de los sacramentos los que por la “acción del demonio”, del “maligno”, de “Satanás”, por las “tentaciones”, la “inconstancia”, la “tribulación o la persecución”, por las “preocupaciones del mundo”, las “seducciones de las riquezas y los placeres de la vida” se “vuelven atrás”, se “ahogan”, “sucumben”, “no maduran”, “son infructuosos”[1]. Son las quejas de Nuestro Señor en la parábola del sembrador, a respecto de quienes recibieron la Palabra, pero no dan fruto.
· Misiones ad extra, en sentido propio, para la primera evangelización y la implantación en pueblos o grupos en que la Iglesia no ha echado todavía raíces[2]. Particular importancia tiene la plantatio ecclesiae, pues pone a disposición de los que están “mortuis in delictis” – “muertos por sus pecados”[3] revivan en Cristo, les sean perdonadas todas las faltas, y sean libertados de la perversidad del mundo presente – “ut eriperet de praesenti saeculo”[4].
[1] Cf Lc 8, 12-14; Mc 14, 19; Mt 13, 19-22.
[2] AG 6.
[3] Col 2, 3; Ef 2, 1-5.
[4] Gal 1, 4.