Paulo Francisco Martos
Dios es Luz, con L mayúscula, y conforme el hombre siga o se aleja del Creador su alma estará en la luz o en las tinieblas. La luz creada está íntimamente, diríamos mejor, esencialmente, relacionada con los tres trascendentales: bueno, verdadero y bello. Consecuentemente, las tinieblas son afines con el mal, el error y lo feo. Siendo los trascendentales reversibles, evidentemente estas distinciones son meramente didácticas. San Juan Evangelista hace esta aproximación entre luz y verdad; tinieblas y mal:
“La luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace el mal aborrece la luz (…) Pero aquel que practica la verdad, se aproxima de la luz, a fin de que sus obras sean manifiestas, porque son hechas según Dios”.[1]
Conviene aclarar que la palabra “tinieblas” no debe ser entendida como lo malo en cuanto ser, porque es precisamente este el error del dualismo. A este propósito, explica el entonces Cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI:
“Tinieblas en S. Juan no significan, como en el gnosticismo, una sustancia eterna y contraria a Dios; sino es un acto histórico, o sea, la revuelta que sobrepasa toda la historia del hombre contra el apelo de la palabra divina y el cerrarse del hombre en si mismo”.[2]
En esta misma línea doctrinal, San Pablo, en su epístola a los Colosenses, enseña:
“Sed contentos y agradecidos al Padre, que vos hizo dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó del poder de las tinieblas y nos introdujo en el Reino de su Hijo muy amado”.[3]
FRANCISCO MARTOS, Paulo. Pedagogía de la belleza – Visión del universo: un modo de ser. Maestría en Ciencias de la Educación. Universidad Metropolitana de Asunción. Paraguay, 2009. p. 42.
[1] Jo 3, 19-21 – Biblia Sagrada, 2002, p. 1387
[2] Ratzinger, 1987, vol. III, p. 207
[3]Cl 1, 12 – 13 – Biblia Sagrada, 2002, p. 1507 – 1508