O Filho de Deus com a Sua encarnação uniu-se, de certo modo, a todo o homem

Diác. Francisco Berrizbeitia, EP

Trata-se aqui de um antigo ensinamento enraizado no Novo Testamento[1] e que o Concílio Vaticano II propõe: “O Filho de Deus com a encarnação uniu-se, de certo modo, a todo o Homem.” Isto nos esclarece que, por um lado, a união hipostática só a fez Cristo uma vez com a Encarnação na Sua humanidade em concreto e, portanto, essa hipóstase está completa nEle e não com a humanidade.

Podemos dizer também que graças a esse “certo modo” que se deu com a Encarnação, a união com toda a humanidade se fez no plano salvífico, pois constitui a base pela qual Cristo elevou o homem de sua miséria fazendo-o partícipe de Sua vida divina. Por isso, a Igreja ao proclamar na sua liturgia “O félix culpa[2], canta a alegria do Povo de Deus por, ao pecarem nossos primeiros pais, o Verbo fazer-se carne e resgatar o gênero humano com sua morte e ressurreição e nos conceder o dom do Espírito. Uma coisa está clara e é o mistério, a grandeza e a beleza a qual Cristo elevou o homem de sua prostração a participar de um convívio com a Trindade, a uma comunio com ela. Sem falar da promessa da Sua presença diária na Eucaristia. Jesus não se deixa vencer em graça e generosidade para com o homem.

A tradição dos primeiros padres da Igreja quis explicar-nos o contexto na figura do Bom Pastor e da ovelha perdida como símbolo de toda a humanidade pecadora. Assim o descreve Gregório de Nisa (contra Apoliarem XVI):[3]

Esta oveja somos nosotros, los hombres. Que nos hemos separado con el pecado de las cien ovejas razonables. El Salvador carga sobre las espaldas la oveja toda entera.  Porque no se ha perdido solo una parte, sino porque se había perdido toda entera, por eso toda entera ha sido acompañada. El pastor la lleva en sus espaldas, o sea en su divinidad. Por esta asunción llega a ser una sola cosa con Él.

É interessante constatar como esta idéia de Cristo estava enraizada profundamente na Igreja, de tal forma que as interpretações mais antigas na arte paleocristã, que se conhece de Cristo, pintam-no ou esculpem-no como o Bom Pastor, levando sobre os seus ombros a ovelha. Também na Liturgia está assinalado o quarto domingo depois da Páscoa, justamente como a festividade do Bom Pastor.

Santo Agostinho comenta o fato, também resgatado da tradição de que:

Cuando ora el cuerpo del Hijo no se separe de sí a su Cabeza, de tal manera que ésta sea un solo salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios, que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.[4]

Esta constitui a misteriosa conexão que se estabeleceu na Encarnação de Cristo, como cabeça que salva o corpo e que, sendo cabeça, ficou indissoluvelmente unida ao corpo, de tal maneira que a plenitude deste último, causada pela cabeça, constitui a salvação do mesmo Cristo, já não pensável sem o corpo da sua Igreja. Portanto, temos dois movimentos: um da cabeça ao corpo e outro do corpo à cabeça. Nada do que ocorre na cabeça é alheio ao corpo e vice-versa.

Conclui-se com um pensamento do teólogo, hoje Papa Bento XVI, em 1968, sobre a GS 22:

Pela primeira vez num documento da Igreja temos uma versão completamente nova da teologia cristocêntrica. Sobre a base de Cristo, esta ousa apresentar a teologia como antropologia e se mostra radicalmente teológica pelo fato de ter incluído o homem no discurso de Deus por meio de Cristo, manifestando deste modo a profunda unidade da teologia.[5]


[1] Ver Jo 1, 12-14; Fl 2, 5-7; 4, 4-7; Ef 4, 20-23; Hb 2, 17; 1Jo 15, 19.

[2] O félix culpa, quae talem et tantum meruit habere redemptorem (Precónio da Vigília Pascal).

[3] LADARIA L.,  “Jesucristo, salvación de todos”, San Pablo-U.Comillas, Madrid 2007, p. 105.

[4] Idem, p. 106.

[5] GALLAGHER M., “Ludici per il corso TFC004”7, PUG, Roma 200, p. 10. (tradução nossa)

Cristo ha revelado el hombre a todo hombre

 

cristoPe. José Francisco Hernández Medina, EP

El siervo de Dios Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Novo Millenio ineunte,  explica el trecho que acabamos de transcribir con gran precisión:

 

Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ». (Gaudium et Spes n. 22)

Jesús es el «hombre nuevo» (cf. Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios[1]. 

       La afirmación de Juan Pablo II, nos llama mucho la atención por su claridad. El Hijo de Dios se ha hecho hombre no sólo para hacerse Emmanuel (Dios-con-nosotros) sino para explicarnos a nosotros mismos lo que significa ser hombre, y el camino recto y seguro para, por Él, con Él y en Él llegar a ser hijo de Dios por la Gracia; que sobreeleva al hombre de su naturaleza hasta a iluminarlo por la participación en la vida divina.

       Este aspecto había como que quedado relegado, olvidado, entre el luctus et angor de un siglo que había conocido dos Guerras Mundiales con trágicos episodios de sangre y violencia, desaparición de naciones y de imperios, y el predominio, en los ambientes de pensamiento y literatura, de ideologías relativistas, a las que “le daba igual” si Dios existía o si no existía,  y que habían “montado su vida” et si Deus non daretur.

Y por ello el n. 22 abre una luz de esperanza para el hombre del siglo XXI:

El hombre: no está solo en esta tierra, no está abandonado a su  suerte, ¡Dios se ha hecho Hombre para estar junto a él.

Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado[2].

Y más adelante:

y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido[3].

Era (¡y lo es hoy más aún!) uno de los grandes interrogantes del hombre contemporáneo, “el sentido de la vida”,  el “Lebenssinnn” ante el cual quedaba perpleja cierta filosofía del mundo. Este sentido no era un laberinto inextricable, sino que estaba plenamente iluminado por la Encarnación, la Redención y la Pascua.

Pero el n. 22  de la Gaudium et Spes va más lejos aún. Muestra además, que  justamente todo lo anterior es un preludio. Dios ha hecho esto para, sobre todo ¡elevar al hombre a Su propia vida por la Gracia!

De una manera que, sin nada confundirse con panteísmo alguno, pero por misterio de la voluntad de Dios, la gracia (esa participación creada en la vida increada de Dios) diviniza al hombre.

Por lo tanto, no tienen ninguna base los temores que, facilitados por la rapidez de las comunicaciones de la “aldea global”,  parecen amenazar por todas partes al hombre actual.

La Gaudium et Spes se muestra desde el comienzo como dirigida a esclarecer a ese hombre rodeado de preguntas que parecen no tener respuesta.

El n. 10,  nos describe las limitaciones, las solicitaciones, las divisiones y discordias a los que algunos hombres contemporáneos «tarados en su vida por el materialismo práctico» ignoran la percepción clara del estado dramático de este estado de cosas o no tienen tiempo para considerarlo. Ante esta y otras situaciones, este apartado del 22 de la GS nos hace esta múltiple pregunta: cual es el sentido del hombre en medio de estas situaciones y como el  hombre no está solo en las simples perplejidades cotidianas, Dios lo acompaña de una altísima  y misteriosa forma, le enseña a dar a las cosas un sentido exacto y una significación propia.

El entonces Cardenal Ratzinger, cuando Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,  en una entrevista de prensa del año 2003, alertaba sobre esa sensación que tiene el hombre contemporáneo, de estar solo, de pensar en Cristo como en una figura histórica lejana, distante de él, perdido en el pasado, y no percibirlo como vivo, y cercano a cada uno[4].

Volviendo a la Gaudium et Spes en su número 10, continúa:

Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época[5]

 

HERNÁNDEZ MEDINA, José Francisco. Reflexiones sobre el n. 22 de la Gaudium et Spes. Pontificia Università Gregoriana. Roma, 24 di gennaio 2008.



[1] Juan Pablo II. Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, 6-1-2001  n. 23. Cita el Pontífice, a pie de página: A este respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser divinizado permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70: PG 26, 425 B

[2] GS, n. 22

[3] Ibíd..

[4] Apud entrevista a Zenit, ZS03121611 y ZS03121711, in http://www.senioretamar.com/ARCHIVOS/CAPELLAN%CDA/JRatzinger_infinito.pdf

[5] GS, n. 10