Souffrir passe, avoir souffert ne passe pas!

En la biblioteca de la casa Madre de los Heraldos del Evangelio en Sao Paulo me deparé, hace ya algunos años, con un pequeño libro de piedad que trataba sobre el sufrimiento. Tenía un formato tipo devocionario, era en francés  y creo que databa del siglo XIX.
Es de ese tipo de libros que han ido desapareciendo de muchas bibliotecas de seminarios y casas de espiritualidad por estar fuera de moda. En efecto, la presentación un tanto fuera de moda, y, más que nada, la materia que trataba, no es del agrado de una cierta mentalidad moderna que, entretanto, está cada vez más sedienta de mucha cosa que  arbitrariamente fue poniendo de lado…
Ignoro si el tal libro, cuyo autor y título no guardé en la memoria, está todavía en nuestra biblioteca.
Recuerdo que su lectura me interesó bastante y me hizo un considerable bien espiritual. En la ocasión, tomé algunas notas copiando una meditación que dejo aquí, en su idioma original, para el beneficio de algún lector que aprecie la lengua y, sobretodo, el tema
Tengo conciencia que el meditar sobre el sufrimiento es siempre apropiado y especialmente en este año sacerdotal, dado que el sacerdote inmola en el altar al Señor y, al mismo tiempo, se inmola con Él, como oportunamente fue recordado en una nota publicada en este mismo “site” unos días atrás bajo el título: “Todo sacerdote debe ser una víctima”.
Sin más preámbulo, paso a transcribir la meditación, cuyas notas guardo con cariño:

Une âme qui souffre dans le pur amour-et sans se regarder- est plus utile à l´Eglise militante et au monde entier qu´aux heures de son apostolat le plus éclatant. On rachète les àmes en mourant pour elles. Ce n´ait ni par ses paroles, ni par ses miracles que Jésus a sauvé le monde, mais en donnant sa vie.
La souffrance est sanctificatrice et achève ici-bas notre suprême configuration au Christ: Dieu forme les saints en les identifiant au Crucifié.
Dans le plan de Dieu la souffrance est d´abord expiatrice et reparatrice. Par elle l´homme coupable rachète ses fautes et celles de ses frères.
La souffrance est aussi purificatrice: elle nous détache des joies fugitives et mensongères du péché. L´âme élevée au-dessus de la terre come le Christ au Golgotha, se tourne vers le ciel, se séparant de tout ce qui n´est pas Dieu!
La souffrances est méritoire et corédemptrice: “J´accomplis dans ma chair ce qui manque à la Passion du Christ pour son corps qui est l´Eglise” (Colossiens, I, 24).
La souffrance enfin est divinatrice: “Il n´y a pas de proportion entre les souffrances de la vie présente et le poids d´éternelle gloire” (Romains VIII, 18; II Cor. IV, 17), qui en sera la récompense dans la visión de la Trinité.
Se laisser crucifier c´est se laisser diviniser. Quells sont les saints du paradis qui regrettent d´avoir souffert? Souffrir passé, avoir souffert ne passé pas!

Pienso que en otro idioma, estas ideas tan sencillas y a la vez tan sublimes, perderían algo de su nervio vital, expresadas como están con esa precisión y belleza. Por eso no quise traducirlas corriendo el riesgo de pasar por pedante.

Todo sacerdote debe ser una víctima

Creo apropiado, en la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, traer unas consideraciones del P. Garrigou-Lagrange  sobre el carácter de víctima que debe tener todo presbítero.

¿Qué sucedería si el sacerdote, participando del sacerdocio de Cristo por la ordenación sacerdotal, no quisiera participar de ningún modo su estado de víctima? Sin duda alguna que se apartaría de Cristo; en su vida habría desorden, perturbación, máxima confusión; sería un ministro de Cristo sin amor verdadero a su amantísimo Maestro. Resultaría un hombre mundano, vano, superficial, estéril. Así como se conoce mejor el valor de la justicia por el dolor causado por la injusticia, así se aprecia mejor la fecundidad del apostolado por la deplorable esterilidad de una vida rota. Todo sacerdote, pues, debe pedir la gracia de ser realmente víctima, cada cual a su manera, a fin de padecer santamente lo que Dios desde la eternidad ha reservado para él, para llevar su cruz cada día, y no sólo como fiel, sino como sacerdote, como otro Cristo, para poder morir místicamente antes que físicamente.”

La unión del sacerdote con Cristo, Sacerdote y Víctima. Reginald Garrigou-Lagrange, OP. Ediciones Rialp, Madrid 1955, p. 97