O Sacerdócio em São Tomás

Pe. Mário Sérgio Sperche, EP

Para São Tomás, o termo sacerdote proveniente de sacra dans, “o que dá o sagrado”, define a essência presbiteral, por se coadunar com suas duas funções principais: “primeiro, tem por missão comunicar ao povo as coisas sagradas que recebe de Deus, portanto, exercer a função de oráculo transmitindo a Palavra de Deus; segundo, sua própria pessoa está dedicada “à mais sagrada de todas as coisas, o culto divino”. O

 Doutor Angélico considera-o como “instrumento da misericórdia e da justiça divina, às vezes, das leis humanas”. Onde se entrevê o seu aspecto real. E acrescenta: “Os sacerdotes são os embaixadores e intérpretes para todas as instruções doutrinárias e morais, que apraz a Deus comunicar aos homens”[1]. Dir-se-ia que o sacerdote em seus três ministérios, está fundamentado embora não explicitamente nesta afirmação tomista.

O sacerdote age in persona Christi capitis, pois, como foi dito, no novo Testamento existe apenas um sacerdote: Jesus Cristo, o agente principal dos sacramentos e do culto cristão. Daí procede toda a dignidade sacerdotal. Dir-se-ia que o sacerdote empresta sua laringe para Cristo perdoar os pecados e consagrar a hóstia na Missa, supremo ato sacrifical[2].

O Ministro principal, o Ministro de Excelência da Igreja é o próprio Cristo. Jesus Cristo é o único sacerdote, e, portanto, todas as cerimônias do Antigo Testamento cederam lugar aos ritos instituídos e operados por Ele através do ministro secundário[3].

Em São Tomás a mediação se dá não somente no sacrifício, mas também na Palavra como “oráculo transmitindo a Palavra de Deus”, ou ainda como “embaixadores e intérpretes” das leis divinas. Esta é a essência do sacerdócio católico. Hugo Rahner recorda que esta “mediação”, que é “essência do sacerdócio”, se ordena tanto ao culto quanto à pregação[4]. Frei Antonio Royo Marín ressalta que estas funções estão fundamentadas no sacramento da ordem, pois, “o presbiterado constitui um verdadeiro sacramento, que imprime na alma um caráter indelével”[5].


[1] S. Th. 3, q.22, a.1, a.2 In: AQUINAS.

[2] S. Th. 3, q.82, a. 1. Resp.

[3] S. Th. 3, q. 71, a. 4.

[4] RAHNER, Teología dela pregación. Buenos Aires: Plantin, 1950, p. 225.

[5] ROYO MARÍN, Antonio. Teología moral para seglares.  Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, p. 528.

Souffrir passe, avoir souffert ne passe pas!

En la biblioteca de la casa Madre de los Heraldos del Evangelio en Sao Paulo me deparé, hace ya algunos años, con un pequeño libro de piedad que trataba sobre el sufrimiento. Tenía un formato tipo devocionario, era en francés  y creo que databa del siglo XIX.
Es de ese tipo de libros que han ido desapareciendo de muchas bibliotecas de seminarios y casas de espiritualidad por estar fuera de moda. En efecto, la presentación un tanto fuera de moda, y, más que nada, la materia que trataba, no es del agrado de una cierta mentalidad moderna que, entretanto, está cada vez más sedienta de mucha cosa que  arbitrariamente fue poniendo de lado…
Ignoro si el tal libro, cuyo autor y título no guardé en la memoria, está todavía en nuestra biblioteca.
Recuerdo que su lectura me interesó bastante y me hizo un considerable bien espiritual. En la ocasión, tomé algunas notas copiando una meditación que dejo aquí, en su idioma original, para el beneficio de algún lector que aprecie la lengua y, sobretodo, el tema
Tengo conciencia que el meditar sobre el sufrimiento es siempre apropiado y especialmente en este año sacerdotal, dado que el sacerdote inmola en el altar al Señor y, al mismo tiempo, se inmola con Él, como oportunamente fue recordado en una nota publicada en este mismo “site” unos días atrás bajo el título: “Todo sacerdote debe ser una víctima”.
Sin más preámbulo, paso a transcribir la meditación, cuyas notas guardo con cariño:

Une âme qui souffre dans le pur amour-et sans se regarder- est plus utile à l´Eglise militante et au monde entier qu´aux heures de son apostolat le plus éclatant. On rachète les àmes en mourant pour elles. Ce n´ait ni par ses paroles, ni par ses miracles que Jésus a sauvé le monde, mais en donnant sa vie.
La souffrance est sanctificatrice et achève ici-bas notre suprême configuration au Christ: Dieu forme les saints en les identifiant au Crucifié.
Dans le plan de Dieu la souffrance est d´abord expiatrice et reparatrice. Par elle l´homme coupable rachète ses fautes et celles de ses frères.
La souffrance est aussi purificatrice: elle nous détache des joies fugitives et mensongères du péché. L´âme élevée au-dessus de la terre come le Christ au Golgotha, se tourne vers le ciel, se séparant de tout ce qui n´est pas Dieu!
La souffrances est méritoire et corédemptrice: “J´accomplis dans ma chair ce qui manque à la Passion du Christ pour son corps qui est l´Eglise” (Colossiens, I, 24).
La souffrance enfin est divinatrice: “Il n´y a pas de proportion entre les souffrances de la vie présente et le poids d´éternelle gloire” (Romains VIII, 18; II Cor. IV, 17), qui en sera la récompense dans la visión de la Trinité.
Se laisser crucifier c´est se laisser diviniser. Quells sont les saints du paradis qui regrettent d´avoir souffert? Souffrir passé, avoir souffert ne passé pas!

Pienso que en otro idioma, estas ideas tan sencillas y a la vez tan sublimes, perderían algo de su nervio vital, expresadas como están con esa precisión y belleza. Por eso no quise traducirlas corriendo el riesgo de pasar por pedante.

“¡Que mejor promoción vocacional que un sacerdote alegre!”, escribe el Cardenal arzobispo de Lima

Lima (Miércoles, 23-09-2009, Gaudium Press) “No olvidemos que muchas veces los fieles se acercarán con mayor devoción y confianza cuando nos ven serenos y alegres, [cuando ven] que transmitimos la paz que Cristo pone en nuestros corazones” ha escrito el Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, Arzobispo de Lima, en carta dirigida al clero de su diócesis con motivo del Año Sacerdotal el pasado 21 de septiembre.

La alegría, que debe ser un signo distintivo de la vida sacerdotal, debe manifestarse en la predicación, en la celebración eucarística, en el trabajo burocrático, y en el sacramento de la confesión, expresó el purpurado.

El rostro alegre de un sacerdote -que se constituye en la mejor promoción vocacional, según Mons. Cipriani- no es sino la manifestación de la paz y la alegría del propio Cristo: “Quien nos oye, quien nos ve, debe “oír y ver” al mismo Cristo pleno de alegría y de paz. Debemos contagiar a los demás ese gozo interior que es fruto de una lucha seria y constante por parecernos a Él”, afirmó.

El Cardenal pidió a sus presbíteros que este año sacerdotal sea marcado por una renovada lucha en pos de la santidad y que sea la ocasión para hacer propósitos de conversión personal serios, y constantes, reflejo profundo de su ser en Cristo.

Finalmente, el Cardenal Cipriani comunica a todos los sacerdotes de la Arquidiócesis de Lima que ha conformado una comisión para que los presbíteros puedan participar en la clausura del Año Sacerdotal que se efectuará entre el 09 y el 11 de Junio de 2010, respondiendo así a la invitación realizada por Benedicto XVI al clero de todo el mundo.

Para conocer el documento íntegro: www.arzobispadodelima.org