El silencio para pensar

auroraPe. Hamilton Naville

            Durante un encuentro con profesores y alumnos de las Universidades Eclesiásticas de Roma, Benedicto XVI afirmó que precisamos del silencio para alcanzar la contemplación, “el pensamiento tiene siempre necesidad de purificación para poder entrar en la dimensión en la cual Dios pronuncia su Palabra creadora y redentora, es su Verbo “que salió del silencio”, para usar la bella expresión de San Ignacio de Antioquía (Carta a los  Magnesios, VIII, 2)”[1].

            Así somos los hombres, debemos pensar en silencio para alcanzar las verdades más altas.

            Se podrá argumentar que el pensamiento puede ser ayudado por la música.  Es verdad, pero cuanto más suave y armoniosa la música, cuanto más leve su volumen, más facilita el pensar.

            La estridencia, la cacofonía, ahuyentan el pensamiento profundo.

            Y cuando la cacofonía no es la cacofonía exterior, producida por ruidos estridentes en la calle, sino que es la cacofonía interior que puede traer una vida desarreglada o un impaciente frenesí por las cosas banales, el resultado del pensamiento es más pobre aún.

            El sacerdote y filósofo español Jaime Balmes, en su obra magistral “El Criterio”, afirmaba muy claramente algo que a primera vista nos parece obvio: “El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error”[2].

            Pues bien, si en este momento en el que los conceptos de “verdad” y “error” son banalizados porque en muchos ambientes está vigente lo que el Cardenal Ratzinger[3], pocos días antes de ser Papa, llamó “la dictadura del relativismo”, es necesario volver a focalizar la filosofía, ese amor de la sabiduría, como amor de la verdad, que es la finalidad del entendimiento. No tenemos la facultad de entender o pensar simplemente para que ideas caóticas se reúnan en nuestra cabeza, y poder expresar una u otra indistintamente sin valorizar. ¡Tenemos la facultad de pensar para buscar y alcanzar la verdad!

            Continúa Balmes un poco más adelante:

Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, o con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesión, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filósofo, que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende[4].

            Y no “da lo mismo” llegar a la verdad o no llegar… Volvemos a Balmes:

Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece a un espejo en el cual vemos retratados, con toda fidelidad, los objetos como son en sí; cuando caemos en error, se asemeja a uno de aquellos vidrios de ilusión que nos presentan lo que realmente no existe; pero, cuando conocemos la verdad a medias podría compararse a un espejo mal azogado, o colocado en tal disposición que, si bien nos muestra objetos reales, sin embargo, nos los ofrece demudados, alterando los tamaños y figuras[5].

            Para llegar al conocimiento de esa verdad, es necesario pues, pensar bien, y para pensar bien, como es obvio, es necesario prestar atención a lo que se piensa, meditar y tener las condiciones necesaria para eso, que no la encontraremos en el bullicio. Por lo cual indica Balmes más adelante:

El primer medio para pensar bien es atender (…)Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narración con atención floja, intercalando mil observaciones y preguntas, manoseando o mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias interesantes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarle a otros o de meditarle nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atención debida[6].

            Es el ruido, podemos agregar a lo que dice Balmes, el ruido físico, el estrépito, o el ruido en sentido analógico, el caos en las ideas, o la falta de serenidad en el momento de formular una idea, la que nos lleva muchas veces a no prestar esa “atención debida”, a lo que se debe prestar atención. O el ruido que nos distrae, en el sentido etimológico, nos lleva de un lugar a otro, y a no prestar atención a aquello que deberíamos, y nos encamina al error.

            Otra de las fuentes de errores, distracciones, y de percepciones equivocadas, es el exceso de palabras. El exceso de palabras o confunde (da a entender una cosa diferente a aquella que se está queriendo prestar atención), o nos hace entender algo que puede ser incluso diametralmente opuesto a lo que quien se expresa está queriendo decir.

            Y el exceso de palabras, en el mundo contemporáneo, no es solamente porque hay personas que utilizan muchas palabras, sino, peor aún, porque todos hablan al mismo tiempo. Y eso confunde.

            ¡Ese es el ruido contrario a la filosofía!         

 

NAVILLE, Hamilton. El silencio que habla. Universidad Pontificia Bolivariana – Escuela de Teologia, Filosofia y Humanidades. Licenciatura Canónica em Filosofia. Medellin, 2009. p. 36-39.


[1] BENEDICTO XVI, Papa, Hay que educarse em el silencio y en contemplación para alcanzar familiaridad amorosa com la palabra de Dios.  L’Osservatore Romano.  Vaticano. No. 43 (Oct., 2006); p. 13.

[2] BALMES, Jaime. El criterio. Biblioteca electrónica cristiana. [En línea]. <Disponible en: http://multimedios.org/docs/d000152/p000001.htm> [Consulta: 9 Mar., 2009].

[3]  AQUINATE.  Dictadura y relativismo. [En línea]. <Disponible en: http://www.aquinate. net/revista/caleidoscopio/Ciencia-e-fe/Ciencia-e-fe-2-edicao/Fe-2-edicao/fe-ratzinger-homilia-ditadura-relativismo.htm> [Consulta: 15 May., 2009].

[4] BALMES, Op. Cit.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

Bento XVI decreta enriquecedoras precisões ao Direito Canônico – II

Diác. Carlos Adriano, EP         

familias

Imagem de www.ecclesia.pt

           

     “Uma vez católico, sempre católico.” Este axioma, que se encontrava em vigor na legislação da Igreja no Código de 1917, volta a possuir sua força ao serem inseridas novas modificações à atual lei, decretadas por Bento XVI pelo Motu Proprio Omnium in Mentem, após consulta à Congregação para a Doutrina da Fé e ao Pontifício Conselho para os Textos Legislativos, e considerada a utilidade pastoral das leis eclesiásticas.

            Este documento retira o termo “abandono formal da religião” dos cânones que tratam sobre o matrimônio, para efeitos de sua validade. A partir desta mudança, todos os batizados na Igreja, ou nela recebidos, devem se submeter à forma canônica para que o casamento seja considerado válido, ainda que tenham abandonado formalmente a religião.

            O cânon 11 do Código de Direito Canônico de 1983 prescreve que os batizados da Igreja Católica, ou nela recebidos, estão obrigados às leis eclesiásticas, a não ser que o direito disponha de forma diferente.

            A forma sacramental para a validade do matrimônio é uma lei eclesiástica, portanto, todos os batizados necessitariam dela para a celebração válida de seus casamentos.

            Ademais, existe um princípio na legislação canônica que diz o seguinte: semel catholicus, semper catholicus.

            Ocorre, entretanto, que o Código instituíra algumas exceções à norma do cânon 11 e a este princípio, determinando que os fiéis que se separassem da Igreja por um ato formal, não estariam vinculados às leis eclesiásticas relativas à forma canônica do matrimônio (cf. can.. 1117). Estes não precisariam da dispensa do impedimento de disparidade de culto (cf. can. 1086), nem mesmo da licença requerida para os matrimônios mistos (cf. can. 1124). Segundo o Motu Proprio, “a razão e o propósito desta exceção à norma geral do can. 11, tinha por escopo evitar que os matrimônios contraídos por aqueles fiéis fossem nulos por defeito de forma, ou por impedimento de disparidade de culto.”

            Isto significa que, de acordo com o Código de 1983, aquele que abandonava formalmente a fé católica, poderia se casar validamente mesmo sem a forma canônica, e não precisava da dispensa da mesma ou de licença para contrair matrimônio com pessoas de outra religião. A aplicação desta norma, contudo, vinha gerando muitos problemas pastorais: “Primeiramente, pareceu difícil a determinação e a configuração prática, nos casos individuais, deste ato formal da separação da Igreja, seja quanto à sua substância teológica, como ao próprio aspecto canônico.” O Pontifício Conselho para os textos legislativos chegou a publicar um comunicado para esclarecer o mencionado abandono formal.  “Ademais, surgiram muitas dificuldades tanto na ação pastoral quanto na praxe dos tribunais. De fato, se observava que da nova lei parecia nascer, ao menos indiretamente, uma certa facilidade, ou, por assim dizer, um incentivo à apostasia naqueles lugares onde os católicos são escassos em número, ou onde vigoram leis matrimoniais injustas, que estabelecem discriminação entre os cidadãos por motivos religiosos; além disso, ela tornava difícil o regresso daqueles batizados que desejavam firmemente contrair um novo matrimônio canônico, após o fracasso do anterior; enfim, omitindo outros, muitíssimos desses matrimônios tornavam-se, de fato, para a Igreja, matrimônios considerados ilegais.”

            Por isso, o Motu Proprio veio modificar esta situação, abolindo a regra introduzida no corpo da lei canônica atualmente em vigor. Decretou-se que fica eliminada do Código esta expressão: “e não separada dela por um ato formal” do can. 1117 , “e não separada dela por um ato formal” do can. 1086 § 1 º, bem como “e não separado dela mesma por um ato formal” do can. 1124.

            Seguem os trechos do documento que estabelecem as modificações:

            Art. 3. O texto do can. 1086 § 1 do Código de Direito Canônico seja assim modificado:

“É inválido o casamento entre duas pessoas, das quais uma é batizada na Igreja Católica ou nela recebida, e a outra não batizada”.

            Art. 4. O texto do can. 1117 do Código de Direito Canônico seja modificado como segue:

“A forma supra estabelecida deve ser observada se ao menos uma das partes contraentes do matrimônio for batizada na Igreja Católica ou nela recebida, salvo a disposição do can. 1127 § 2”.

            Art. 5. O texto do can. 1124 do Código de Direito Canônico seja assim modificado:

“O matrimônio entre duas pessoas batizadas, das quais uma seja batizada na Igreja Católica ou nela admitida depois do batismo, enquanto o outro, pelo contrário, seja pertencente a uma Igreja ou comunidade eclesial que não esteja em plena comunhão com a Igreja Católica, não pode ser celebrado sem expressa licença da autoridade competente”.

            Com isso, torna-se mais fácil o retorno à Igreja daqueles batizados, que, estando fora dela contraíram um matrimônio que depois “não deu certo”. Os batizados na Igreja Católica ou nela recebidos após batismo válido em outra Igreja ou Comunidade eclesial, mesmo que tenham deixado a Igreja Católica, se não se casam conforme a forma canônica (“na Igreja”), não tem mais o seu casamento considerado válido. Para validade canônica de tal matrimônio seria necessária a prévia dispensa da forma canônica ou do impedimento, a ser dada pelo Bispo diocesano.

 

Ver mais sobre este artigo: http://presbiteros.blog.arautos.org/2009/12/29/bento-xvi-decreta-enriquecedoras-precisoes-ao-direito-canonico/

Bento XVI decreta enriquecedoras precisões ao Direito Canônico

Diác. Carlos Adriano, EP

ord-diaconalNaqueles dias, como crescesse o número dos discípulos, houve queixas dos gregos contra os hebreus, porque as suas viúvas teriam sido negligenciadas na distribuição diária. Por isso, os Doze convocaram uma reunião dos discípulos e disseram: Não é razoável que abandonemos a palavra de Deus, para administrar. Portanto, irmãos, escolhei dentre vós sete homens de boa reputação, cheios do Espírito Santo e de sabedoria, aos quais encarregaremos este ofício. Nós atenderemos sem cessar à oração e ao ministério da palavra. Este parecer agradou a toda a reunião. Escolheram Estêvão, homem cheio de fé e do Espírito Santo; Filipe, Prócoro, Nicanor, Timão, Pármenas e Nicolau, prosélito de Antioquia. Apresentaram-nos aos apóstolos, e estes, orando, impuseram-lhes as mãos. (At. 6, 1-6).

        

            Por muitos anos, a tradição teológica fundamentou a origem do ministério diaconal neste trecho da Sagrada Escritura. Os próprios textos do Concílio Vaticano II – por exemplo, Lumen Gentium, n. 20 – se utilizam desta passagem para afirmar que os apóstolos tiveram distintos colaboradores no seu ministério (Cf. ARNAU-GARIA, 1995).

            Objetivando facilitar os estudos a respeito das novas mudanças no atual Código de Direito Canônico, decretadas pelo Motu Proprio Omnium in Mentem, procuraremos sintetizar e esclarecer, por meio deste artigo, as modificações mais diretamente relacionadas com este membro da Igreja – o diácono. O Papa Bento XVI decidiu fazer alterações, que descreveremos em seguida, a fim de haver mais unidade entre a doutrina teológica e a legislação canônica, conforme elucida o próprio documento mencionado.

             A doutrina da Igreja definiu que os diáconos recebem o sacramento da ordem “não para o sacerdócio, mas para o serviço” (LG29). Por isso, enquanto o bispo e o presbítero agem “in persona Christi Capitis” (na pessoa de Cristo Cabeça) (LG10), o diácono é configurado com Cristo servo dos servos de todos e age, portanto, in persona Christi Servitoris.

            A fim de que se aclarasse esta doutrina no Catecismo da Igreja Católica, o Papa João Paulo II, a conselho da Congregação para a Doutrina da Fé, adequou o ponto 1581 ao número 29 da Lumen Gentium. O Catecismo afirmava o seguinte: “Pela ordenação, a pessoa se habilita a agir como representante de Cristo, Cabeça da Igreja, em sua tríplice função de sacerdote, profeta e rei.” Trata-se de uma imprecisão. O texto aponta que a ordenação habilita a pessoa a agir na pessoa de Cristo Cabeça. Ocorre, entretanto, que a ordenação não configura o diácono com Cristo Cabeça, mas com Cristo Servidor.

            A imprecisão se deu também no Código de Direito Canônico de 1983:

             Cân. 1008 Por divina instituição, graças ao sacramento da ordem, alguns entre os fiéis, pelo caráter indelével com que são assinalados, são constituídos ministros sagrados, isto é, são consagrados e delegados a fim de que, personificando a Cristo Cabeça, cada qual no seu respectivo grau, apascentem o povo de Deus, desempenhando o múnus de ensinar, santificar e governar.

            Escutando o parecer do Pontifício Conselho para os textos legislativos, o Papa Bento XVI estabeleceu  que as palavras deste cânon fossem modificadas, e que fosse acrescido um terceiro parágrafo no cânon 1009. Segue o trecho do Motu Proprio, que institui tal modificação:

            Por isso, tendo ouvido sobre o mérito a Congregação para a Doutrina da Fé e do Pontifício Conselho para os Textos Legislativos, e tendo igualmente solicitado o parecer de S. R. E. Nossos Veneráveis Irmãos Cardeais responsáveis pelos Dicastérios da Cúria Romana, decretamos o quanto segue:

Art. 1. O texto da can. 1008 do Código de Direito Canônico seja alterado de modo que doravante seja:

“Com o sacramento da ordem por instituição divina alguns dentre os fiéis, mediante o caráter indelével com o qual são marcados, são constituídos ministros sagrados; isto é, aqueles que são consagrados e destinados a servir, cada um no seu grau, com novo e peculiar título, o povo de Deus”.

Art. 2. O can. 1009 do Código de Direito Canônico doravante tenha três parágrafos, dos quais no primeiro e no segundo se manterá o texto do canônico vigente, enquanto o terceiro texto seja redigido de modo que o can. 1009 § 3 assim resulte:

Aqueles que são admitidos na ordem do episcopado ou do presbiterato recebem a missão e a faculdade de agir na pessoa de Cristo Cabeça, os diáconos, ao invés, estão habilitados a servir o povo de Deus na diaconia da liturgia, da palavra e da caridade”.

 

Ver mais sobre este documento em: http://presbiteros.blog.arautos.org/2009/12/30/bento-xvi-decreta-enriquecedoras-precisoes-ao-direito-canonico-ii/

 

Messaggio natalizio ai fedeli presenti in Piazza San Pietro – Benedetto XVI

arvoreAlcuni estratti del Messaggio:

 

  “La liturgia della Messa dell’Aurora ci ha ricordato che ormai la notte è passata, il giorno è avanzato; la luce che promana dalla grotta di Betlemme risplende su di noi”.

 

  “La luce del primo Natale fu come un fuoco acceso nella notte.

Tutt’intorno era buio, mentre nella grotta risplendeva la luce vera ‘che illumina ogni uomo'”.

 

  “Anche oggi, mediante coloro che vanno incontro al Bambino, Dio accende ancora fuochi nella notte del mondo per chiamare gli uomini a riconoscere in Gesù il ‘segno’ della sua presenza salvatrice e liberatrice e allargare il ‘noi’ dei credenti in Cristo all’intera umanità”.

 

  “Dovunque c’è un ‘noi’ che accoglie l’amore di Dio, là risplende la luce di Cristo, anche nelle situazioni più difficili. La Chiesa, come la Vergine Maria, offre al mondo Gesù, il Figlio, che Lei stessa ha ricevuto in dono, e che è venuto a liberare l’uomo dalla schiavitù del peccato”.

 

  “Anche oggi, per la famiglia umana profondamente segnata da una grave crisi economica, ma prima ancora morale, e dalle dolorose ferite di guerre e conflitti, con lo stile della condivisione e della fedeltà all’uomo, la Chiesa ripete con i pastori: ‘Andiamo fino a Betlemme’ (Lc 2,15), lì troveremo la nostra speranza”.

 

  “Il ‘noi’ della Chiesa vive là dove Gesù è nato, in Terra Santa, per invitare i suoi abitanti ad abbandonare ogni logica di violenza e di vendetta e ad impegnarsi con rinnovato vigore e generosità nel cammino verso una convivenza pacifica. Il ‘noi’ della Chiesa è presente negli altri Paesi del Medio Oriente. Come non pensare alla tribolata situazione in Iraq e a quel piccolo gregge di cristiani che vive nella Regione? Esso talvolta soffre violenze e ingiustizie ma è sempre proteso a dare il proprio contributo all’edificazione della convivenza civile contraria alla logica dello scontro e del rifiuto del vicino”.

 

  “Il ‘noi’ della Chiesa opera in Sri Lanka, nella Penisola coreana e nelle Filippine, come pure in altre terre asiatiche, quale lievito di riconciliazione e di pace”.

 

  “Nel Continente africano non cessa di alzare la voce verso Dio per implorare la fine di ogni sopruso nella Repubblica Democratica del Congo; invita i cittadini della Guinea e del Niger al rispetto dei diritti di ogni persona ed al dialogo; a quelli del Madagascar chiede di superare le divisioni interne e di accogliersi reciprocamente; a tutti ricorda che sono chiamati alla speranza, nonostante i drammi, le prove e le difficoltà che continuano ad affliggerli”.

 

  “In Europa e in America settentrionale, il ‘noi’ della Chiesa sprona a superare la mentalità egoista e tecnicista, a promuovere il bene comune ed a rispettare le persone più deboli, a cominciare da quelle non ancora nate. In Honduras aiuta a riprendere il cammino istituzionale; in tutta l’America Latina il ‘noi’ della Chiesa è fattore identitario, pienezza di verità e di carità che nessuna ideologia può sostituire, appello al rispetto dei diritti inalienabili di ogni persona ed al suo sviluppo integrale, annuncio di giustizia e di fraternità, fonte di unità”.

 

  “Fedele al mandato del suo Fondatore, la Chiesa è solidale con coloro che sono colpiti dalle calamità naturali e dalla povertà, anche nelle società opulente. Davanti all’esodo di quanti migrano dalla loro terra e sono spinti lontano dalla fame, dall’intolleranza o dal degrado ambientale, la Chiesa è una presenza che chiama all’accoglienza. In una parola, la Chiesa annuncia ovunque il Vangelo di Cristo nonostante le persecuzioni, le discriminazioni, gli attacchi e l’indifferenza, talvolta ostile, che – anzi – le consentono di condividere la sorte del suo Maestro e Signore”.

 

VATICAN INFORMATION SERVICE, ANNO XIX – N° 226. ITALIANO, LUNEDÌ, 28 DICEMBRE 2009.

 

Com o seu nascimento, Deus pede acolhida em nossos corações, diz Bento XVI na audiência geral

papaCidade do Vaticano (Quarta, 23-12-2009, Gaudium Press)

“Naquele menino, Deus se tornou tão próximo de cada um de nós, tão próximo, de forma que podemos manter com Ele uma relação confidente de profundo afeto, assim como fazemos com um recém-nascido”. Na última audiência geral antes do Natal, em seu último encontro com os fiéis católicos no Vaticano, o Santo Padre dedicou a catequese de sua preleção ao significado da santa festa do Natal de Jesus Cristo. Amanhã, às 10 horas da noite, o Santo Padre presidirá a cerimônia da Missa do Galo na Basílica Vaticana.

Bento XVI disse hoje pela manhã, na Sala Paulo VI do Palácio Apostólico, que, com a novena a qual “estamos celebrando nestes dias, a Igreja nos convida a vivermos de forma intensa e profunda a preparação para o Nascimento do Salvador”. A data que se aproxima leva o desejo de que a “festa de Natal nos doe, em meio à atividade frenética dos nossos dias, serena e profunda alegria, para fazer-nos tocar com a mão a bondade do nosso Deus e infundir-nos de nova coragem”, observou.

O pontífice, recordando a história da Festa de Natal às cerca de duas mil pessoas, lembrou que o primeiro a afirmar com clareza que Jesus nasceu no dia 25 de dezembro foi Hipólito de Roma, em sua passagem no livro do profeta Daniel, escrito por volta do ano 204. No 4º século, o Natal assumiu uma forma definida e tomou o lugar da festa romana do “Sol Invictus”, o sol invencível, explicou Bento XVI.

Ainda segundo o Papa, graças a São Francisco de Assis, desde o tempo medieval, na Europa, o Natal passou a ter uma atmosfera espiritual especial, “inspirado, São Francisco, provavelmente por sua peregrinação à Terra Santa e pelo presépio de Santa Maria Maior em Roma”. Assim, instituiu a mais bela tradição natalina do presépio, com o qual “o povo cristão pôde perceber que no Natal Deus verdadeiramente se tornou ‘Emmaneule’, o Deus-entre-nós”.

A mensagem do presépio, prossegue Bento XVI, é a de que “Deus vem sem armas, sem a força, porque não pretende conquistar, por assim dizer, por fora, mas pretende, por outro lado, ser acolhido pela humanidade na liberdade, para vencer a soberba, a violência, a avidez de posse do homem”. O Papa destaca que o maios título na teologia católica de Jesus Cristo é de ‘Filho’, ‘Filho de Deus’ e diz que Deus deve ser acolhido com “coração de menino”, na simplicidade ” que reconhece no Menino o Senhor”.

Que sabedoria nasce em Belém?

bento-xviCidade do Vaticano (Sexta, 18-12-2009, Gaudium Press) Nesta quinta-feira à tarde, no primeiro dia da novena de Natal com os universitários romanos, o Papa Bento XVI presidiu, na Basílica de São Pedro, o encontro com a recitação solene das Vésperas, em preparação para o Natal. Na ocasião, o Pontífice fez a seguinte pergunta aos estudantes: Que sabedoria nasce em Belém? Resposta dada pelo próprio Papa: a Sabedoria de Deus. De acordo com o Santo Padre, o desígnio divino ficou escondido por muito tempo e foi revelado por Deus na história da salvação. No decorrer da história, essa sabedoria assumiu a face humana de Jesus.

Sobre isso, o Santo Padre afirmou que é um paradoxo. “O paradoxo cristão consiste justamente em identificar a sabedoria divina com o homem Jesus de Nazaré e a sua história”. A solução deste paradoxo, segundo o pontífice, estaria na palavra Amor, com A maiúscula. “A profunda aspiração do homem à vida eterna tocou o coração de Deus, Logos, que não se envergonhou de assumir a condição humana”.

Bento XVI disse também que um professor cristão ou um jovem estudante cristão tem dentro de si este amor apaixonado pela Sapiência Divina, que faz com que ele encontre em tudo que lê sinais divinos. “Capta as suas marcas nas partículas elementares e nos versos dos poetas; nos códigos jurídicos e nos acontecimentos da história; nas obras artísticas e nas expressões matemáticas”, disse o Papa.

A importância dos estudos foi destacada pelo Papa, mas estudos tendo em vista sempre a humildade. “Trata-se de estudar, aprofundar os conhecimentos, mantendo um espírito de ‘pequenos’, um espírito humilde, como o de Maria, ‘sede da Sabedoria'”.

Para ilustrar este ponto, Bento XVI perguntou mais uma vez aos estudantes: “Quem é que se encontrava na noite de Natal na Gruta de Belém a acolher e a adorar a Sapiência, quando nasceu?”. O Santo Padre mesmo respondeu, novamente: “Não eram os doutores das leis, os sapientes. Ali, estavam Maria, José, e os pastores, somente os ‘pequenos’ do Evangelho”. Para Bento XVI, não podemos ter medo de nos aproximarmos da Gruta de Belém, como se tal ação fosse nos fazer perder o espírito crítico, a nossa modernidade.

O pontífice afirmou que as pessoas descobrirão a verdade sobre Deus e o homem na Gruta de Belém e que a primeira forma de “caridade intelectual” é ajudar os outros a descobrirem o verdadeiro rosto de Deus.

O verdadeiro sentido do Natal – O que comemoramos nesta data?

Diác. Carlos Adriano, EPpresepio

Nas vésperas desta magna festa da Igreja – o Natal – que se aproxima cada vez mais, teceremos uma breve consideração teológica a respeito da comemoração da Natividade de Jesus.

            Ao celebrarmos uma data, temos em vista homenagearmos alguém, ou trazermos à memória um acontecimento concreto. Infelizmente, a festividade solene do nascimento de Nosso Senhor Jesus Cristo vem sendo celebrada por muitos, sem que se tenha presente o seu verdadeiro sentido. Com frequência, o aniversariante desta solenidade instituída pela Igreja, não é ao menos recordado nas diversas festas que se dão entre os dias 24 e 25 de dezembro, em todas as partes do mundo. Pelo contrário, em muitos lugares ele é completamente esquecido, por vezes desprezado, e até mesmo ofendido. E é por isso que convém aos cristãos terem profundo conhecimento a propósito das diversas datas que a liturgia da Igreja exalta, entre elas, a que celebra o nascimento do Verbo Encarnado.

 

            Jesus, nome dado pelo anjo Gabriel ao anunciar a Maria Santíssima que ela conceberia o Filho de Deus, exprime ao mesmo tempo a identidade e a missão daquele que viria. Em hebraico quer dizer “Deus salva”. Jesus vem à terra para salvar os homens do pecado.[1]

            Por que Jesus é também chamado Cristo? O Catecismo da Igreja nos responde: “Cristo” em grego, “Messias” em hebraico, significa “ungido”. Jesus é o Cristo porque é consagrado por Deus, ungido pelo Espírito Santo para a missão redentora. Ele é o Messias esperado por Israel, enviado ao mundo pelo Pai. Jesus aceitou o título de Messias, precisando, porém, o seu sentido: “descido do céu” (Jo 3, 13), crucificado e depois ressuscitado, Ele é o Servo Sofredor “que dá a sua vida em resgate de muitos” (Mt 20, 28). Do nome Cristo é que veio para nós o nome de cristãos.

            Jesus Cristo, a quem comemoramos o nascimento no Natal, é o Filho de Deus que se Encarnou no seio da Virgem Maria, por obra do Espírito Santo. Ele é inseparavelmente verdadeiro Deus e verdadeiro Homem na unidade da sua Pessoa divina. Ele fez-se verdadeiramente nosso irmão, sem com isso deixar de ser Deus, Nosso Senhor.[2]

 

            Os homens foram criados para terem, como fim último, a eterna bem-aventurança, o convívio com Deus face a face para todo o sempre. O próprio Deus, ao criar o homem, inscreve em seu coração o desejo de vê-lO.[3]

            Contudo, o homem, deixou que se apagasse em seu coração a confiança em relação a seu Criador e desobedeceu-O. Nesta desobediência a Deus, denominada pecado, o homem coloca o seu coração nas coisas temporais em detrimento de Deus, perde a graça e a santidade, e, portanto, a herança que lhe é reservada, impedindo assim o convívio com Deus, para os qual todos são chamados.

            O Natal é a comemoração da vinda d’Aquele que redime e salva os homens do pecado, convocando-os para sua Igreja e tornando-os filhos adotivos de Deus. E tal como um filho recebe uma herança de seu pai, também os homens são pela Encarnação elevados à dignidade de filhos de Deus e de herdeiros do Céu. 

            Uma vez conhecido o homenageado neste tempo litúrgico, e algumas consequências de sua vinda à terra, enchamo-nos de santo júbilo nesta comemoração. Sigamos os dizeres de Bento XVI, Papa felizmente reinante, ao conduzirmos nosso estado de espírito para a festa que se aproxima, com a alegria da qual Maria Santíssima nos deu exemplo.

 

A alegria pelo fato de que Deus se fez Menino. Esta alegria, invisivelmente presente em nós, encoraja-nos a caminhar com confiança. Modelo e ajuda deste íntimo júbilo é a Virgem Maria, por meio da qual nos foi oferecido o Menino Jesus. Que Ela, discípula fiel do seu Filho, nos conceda a graça de viver este tempo litúrgico vigilantes e diligentes na esperança.[4]

 


[1] Cf. CEC 430

[2] Cf. Compêndio do Catecismo da Igreja Católica, 85 e 87.

[3] Cf. Compêndio do Catecismo da Igreja Católica, 2.

[4]CELEBRAÇÃO DAS VÉSPERAS DO PRIMEIRO DOMINGO DO ADVENTO, HOMILIA DO PAPA BENTO XVI, Basílica Vaticana, Sábado, 28 de Novembro de 2009.

O Temporal e o Espiritual na Sociedade

bento-e-presidente            Diác. José Victorino de Andrade, EP 

 

 

            Seria um erro pensarmos que a esfera temporal e a espiritual se redundam numa só, sobretudo pelos diferentes domínios que envolvem o Estado e a Religião, conforme afirmou o Papa Bento XVI, na sua viagem à França:

 

Parece-me evidente que hoje a laicidade por si mesma não está em contradição com a fé. Aliás, diria que é um fruto da fé, porque a fé cristã desde o início era uma religião universal, portanto, não identificável com um Estado, uma religião presente em todos os Estados e diferente dos Estados. Para os cristãos foi sempre claro que a religião e a fé não estão na esfera política, mas colocam-se noutra esfera da vida humana… A política, o Estado não é uma religião mas uma realidade profana com uma missão específica.[1]

 

            Várias vezes ele se referiu à sã laicidade, quer na visita feita aos EUA quer na visita à França; E chegou mesmo a advertir, ainda que: “onde a política quer ser redenção, ela promete demasiado. Onde pretende fazer a obra de Deus, não se torna divina, mas demoníaca”.[2] Não quer isto dizer que o Estado não tenha um papel na sacralização da sociedade e que esse papel pertença exclusivamente à Igreja. “Ambas as realidades devem estar abertas uma à outra”.[3]

            De acordo com José Ferrater Mora,

 

Aristóteles foi o primeiro a afirmar que a sociedade organizada num Estado tem de proporcionar a cada um dos membros o necessário para o seu bem-estar e felicidade como cidadãos. […] Foi, contudo, S. Tomás que o esclareceu amplamente (SUMA TEOLÓGICA), ao afirmar que a sociedade humana como tal tem fins próprios que são “fins naturais”, que há que atender e realizar. Os fins espirituais e o bem supremo não são incompatíveis com o bem comum da sociedade como tal; pertencem a outra ordem. Há que estabelecer como se relacionam as duas ordens mas sem destruir uma delas.[4]

 

            Ora, cabe ao Estado a assistência aos fins naturais da sociedade humana, enquanto os fins sobrenaturais parecem pertencer a outra ordem. Porém, elas relacionam-se, não se devem repelir, pois possuem ambos um fim sacral, conforme esboçou Corrêa de Oliveira:

 

O fim da sociedade e do Estado é a vida virtuosa em comum. Ora, as virtudes que o homem é chamado a praticar são as virtudes cristãs, e destas a primeira é o amor a Deus. A sociedade e o Estado têm, pois, um fim sacral. Por certo é à Igreja que pertencem os meios próprios para promover a salvação das almas. Mas a sociedade e o Estado têm meios instrumentais para o mesmo fim, isto é, meios que, movidos por um agente mais alto, produzem efeito superior a si mesmos.[5]

           

            A Igreja, reconhecendo todas as instituições que de alguma forma a auxiliam e se ordenam ao mesmo fim, procura a harmonia e aceita de braços estendidos a cooperação, para bem das almas, conforme afirmou João Paulo II:

 

Ao desempenhar a própria missão, de ordem espiritual, e sempre desejosa de manter o maior respeito pelas necessárias e legítimas instituições de ordem temporal, a Igreja nunca deixa de apreciar e alegrar-se com tudo aquilo que favorece a vivência da verdade integral do homem; não pode não congratular-se com os esforços que se envidam para tutelar e defender os direitos e liberdades fundamentais de cada pessoa humana; e rejubila e agradece ao Senhor da vida e da história, quando planificações e programas – de caráter político, econômico, social e cultural – são inspirados no respeito e amor da dignidade do homem, em demanda da “civilização do amor”.[6]

 

            E se este entendimento por vezes não existiu, não foi por desdém da Santa Sé em trabalhar por soluções conjuntas, mas porque estariam envolvidas questões que custariam ao Catolicismo uma transigência que jamais poderia aceitar, por serem contrárias à sua missão sobrenatural ou aos seus princípios mais básicos.

 

 

VICTORINO DE ANDRADE, José. A Igreja e o Verdadeiro Progresso: Sacralização e Pleno Desenvolvimento no mundo contemporâneo. 17 f. Trabalho (Mestrado em Teologia Moral) – UPB, 2009. p. 7 e 8.
 

[1] Entrevista concedida pelo Santo Padre aos jornalistas durante o voo para a França, 12 de Setembro de 2008. Presente em http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/september/documents/ hf_ben-xvi_spe_20080912_francia-interview_po.html. Último acesso em 23/02/2009

[2] Ratzinger, Joseph. Fé, Verdade, Tolerância. Traduções UCEDITORA: Lisboa, 2007. P. 105-106

[3] Idem.

[4] FERRATER MORA, José. Dicionário de Filosofia. Tradução de António José MASSANO; Manuel PALMEIRIM. Lisboa: Publicações D. Quixote, 1978. p. 30-31.

[5] RCR, op. cit. 2. C

[6] Discurso do Papa João Paulo II aos Membros do Governo Português. 12 de Maio 1982

 

 

 

Os professores e o ensino: Aportes da Igreja

aulaDom J. B. Chautard. A ALMA DE TODO APOSTOLADO. São Paulo: Editora coleção, p. 90

 

O professor sem vida interior julga ter cumprido o dever, conservando‑se exclusivamente dentro das balizas de um programa de exame. Se tivesse vida interior, uma frase que lhe escapasse dos lábios e do coração, uma comoção que se lhe espelhasse no rosto, um gesto expressivo, que digo? só a maneira de fazer o sinal da cruz, de dizer uma oração antes ou depois de uma aula, embora fosse aula de matemática, poderiam exercer maior eficácia nos alunos que um sermão.

 

Sto. Agostinho De Magistro (Do Mestre) Cap. VIII

 Todo homem que aprecie as coisas pelo seu justo lado e valor, a um charlatão que dissesse: “Ensino para falar”, responderia: “Homem, e por que antes não falas para ensinar?” […] as palavras, pois, existem para que as usemos, e as usamos para ensinar. Logo, é melhor ensinar que falar, e, assim, é melhor o discurso que a palavra. Muito melhor que as palavras é, portanto, a doutrina.

 

 

DISCURSO DO PAPA BENTO XVI 13 dezembro 2007

[…] deve ser dedicada especial atenção às jovens gerações, mostrando-lhes que elas são a primeira riqueza de um país; a sua educação integral é uma necessidade primordial. De facto, não é suficiente uma formação técnica e científica para fazer deles homens e mulheres responsáveis na sua família e em todos os níveis da sociedade. Para esta finalidade, é preciso privilegiar uma educação nos valores humanos e morais, que permita que cada jovem tenha confiança em si próprio, confie no futuro, tenha a preocupação pelos seus irmãos e irmãs em humanidade e queira assumir o seu lugar no crescimento da nação, com um sentido cada vez mais profundo do próximo.

Messa con i Membri della Commissione Teologica Internazionale – Benedetto XVI

SANTA MESSA CON I MEMBRI DELLA COMMISSIONE TEOLOGICA INTERNAZIONALE , 01.12.2009

santo-padre           

            Cari fratelli e sorelle,

             […]

            I fatti essenziali della vita di Gesù non appartengono solo al passato, ma sono presenti, in modi diversi, in tutte le generazioni. E così anche nel nostro tempo, negli ultimi duecento anni, osserviamo la stessa cosa. Ci sono grandi dotti, grandi specialisti, grandi teologi, maestri della fede, che ci hanno insegnato molte cose. Sono penetrati nei dettagli della Sacra Scrittura, della storia della salvezza, ma non hanno potuto vedere il mistero stesso, il vero nucleo: che Gesù era realmente Figlio di Dio, che il Dio trinitario entra nella nostra storia, in un determinato momento storico, in un uomo come noi. L’essenziale è rimasto nascosto! Si potrebbero facilmente citare grandi nomi della storia della teologia di questi duecento anni, dai quali abbiamo imparato molto, ma non è stato aperto agli occhi del loro cuore il mistero.

            Invece, ci sono anche nel nostro tempo i piccoli che hanno conosciuto tale mistero. Pensiamo a santa Bernardette Soubirous; a santa Teresa di Lisieux, con la sua nuova lettura della Bibbia “non scientifica”, ma che entra nel cuore della Sacra Scrittura; fino ai santi e beati del nostro tempo: santa Giuseppina Bakhita, la beata Teresa di Calcutta, san Damiano de Veuster. Potremmo elencarne tanti!

            Ma da tutto ciò nasce la questione: perché è così? È il cristianesimo la religione degli stolti, delle persone senza cultura, non formate? Si spegne la fede dove si risveglia la ragione? Come si spiega questo? Forse dobbiamo ancora una volta guardare alla storia. Rimane vero quanto Gesù ha detto, quanto si può osservare in tutti i secoli. E tuttavia c’è una “specie” di piccoli che sono anche dotti. Sotto la croce sta la Madonna, l’umile ancella di Dio e la grande donna illuminata da Dio. E sta anche Giovanni, pescatore del lago di Galilea, ma è quel Giovanni che sarà chiamato giustamente dalla Chiesa “il teologo”, perché realmente ha saputo vedere il mistero di Dio e annunciarlo: con l’occhio dell’aquila è entrato nella luce inaccessibile del mistero divino. Così, anche dopo la sua risurrezione, il Signore, sulla strada verso Damasco, tocca il cuore di Saulo, che è uno dei dotti che non vedono. Egli stesso, nella prima Lettera a Timoteo, si definisce “ignorante” in quel tempo, nonostante la sua scienza. Ma il Risorto lo tocca: diventa cieco e, al tempo stesso, diventa realmente vedente, comincia a vedere. Il grande dotto diviene un piccolo, e proprio per questo vede la stoltezza di Dio che è saggezza, sapienza più grande di tutte le saggezze umane.

            Potremmo continuare a leggere tutta la storia in questo modo. Solo un’osservazione ancora. Questi dotti sapienti, sofòi e sinetòi, nella prima lettura, appaiono in un altro modo. Qui sofia e sínesis sono doni dello Spirito Santo che riposano sul Messia, su Cristo. Che cosa significa? Emerge che c’è un duplice uso della ragione e un duplice modo di essere sapienti o piccoli. C’è un modo di usare la ragione che è autonomo, che si pone sopra Dio, in tutta la gamma delle scienze, cominciando da quelle naturali, dove un metodo adatto per la ricerca della materia viene universalizzato: in questo metodo Dio non entra, quindi Dio non c’è. E così, infine, anche in teologia: si pesca nelle acque della Sacra Scrittura con una rete che permette di prendere solo pesci di una certa misura e quanto va oltre questa misura non entra nella rete e quindi non può esistere. Così il grande mistero di Gesù, del Figlio fattosi uomo, si riduce a un Gesù storico: una figura tragica, un fantasma senza carne e ossa, un uomo che è rimasto nel sepolcro, si è corrotto ed è realmente un morto. Il metodo sa “captare” certi pesci, ma esclude il grande mistero, perché l’uomo si fa egli stesso la misura: ha questa superbia, che nello stesso tempo è una grande stoltezza perché assolutizza certi metodi non adatti alle realtà grandi; entra in questo spirito accademico che abbiamo visto negli scribi, i quali rispondono ai Re magi: non mi tocca; rimango chiuso nella mia esistenza, che non viene toccata. È la specializzazione che vede tutti i dettagli, ma non vede più la totalità.

            E c’è l’altro modo di usare la ragione, di essere sapienti, quello dell’uomo che riconosce chi è; riconosce la propria misura e la grandezza di Dio, aprendosi nell’umiltà alla novità dell’agire di Dio. Così, proprio accettando la propria piccolezza, facendosi piccolo come realmente è, arriva alla verità. In questo modo, anche la ragione può esprimere tutte le sue possibilità, non viene spenta, ma si allarga, diviene più grande. Si tratta di un’altra sofìa e sìnesis, che non esclude dal mistero, ma è proprio comunione con il Signore nel quale riposano sapienza e saggezza, e la loro verità.

            In questo momento vogliamo pregare perché il Signore ci dia la vera umiltà. Ci dia la grazia di essere piccoli per poter essere realmente saggi; ci illumini, ci faccia vedere il suo mistero della gioia dello Spirito Santo, ci aiuti a essere veri teologi, che possono annunciare il suo mistero perché toccati nella profondità del proprio cuore, della propria esistenza. Amen.

 

in: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24750.php?index=24750&po_date=01.12.2009&lang=po

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