Arquivo diários:20 de outubro de 2009
Origen y concepto de la expresión «economía de la salvación»
Pe. José Francisco Hernández Medina, EP
La expresión economía de la salvación, de alto contenido y repercusión teológica a lo largo de la Historia de la Salvación, tiene, como comentaba más arriba, un origen paulino.
Según nos describen los diversos diccionarios teológicos y patrísticos existentes, el término «economía» – que significa etimológicamente administración sobre todo doméstica, o gobierno – indica en el Nuevo Testamento el plan o el ordenamiento de la salvación, la disposición salvífica que Dios tiene en su Providencia[1].
La palabra se aproxima al uso técnico habitual en el siglo II para indicar «Historia de la Salvación» (Cf. Ignacio de Antioquia, Eusebio di Cesarea…)[2].
Economía, para un griego (que la denominaba oikonomia) significaba en primer lugar la administración de la casa y, después, por extensión, también podía significar «cuidado», «disposición», «proveimiento». Aplicándolo a la salvación, es la disposición salvífica de Dios, el plan establecido por Dios para llevar a todos los hombres a la salvación al final de los tiempos, rescatándolos de la esclavitud del pecado. Esta economía responde, según nos atestigua San Pablo, a un misterio escondido en Dios antes de todos los tiempos (Ro 16,25-26; 1 Co 2,7-10)[3].
Su origen es, pues, neotestamentario; y su punto de partida principal está en la Carta de S. Pablo a los Efesios: es el plan de salvación – el «benévolo designio que en él se propuso de antemano» – que Dios ha establecido según su beneplácito, «llevando la historia a su plenitud»: para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. Ef 1,10[4].
La Carta a los Efesios comienza con una alabanza a Dios (Ef 1,3-14) en la cual el Apóstol, aun sin hablar de una economía trinitaria explícitamente, la deja insinuada, pero marcando, a su vez, que el centro de toda bendición de Dios es Cristo, pues todo ha sucedido y realizado en Él y que a partir de él lleva la historia a su plenitud[5].
A su vez, en la Carta a los Colosenses, así como en la de primera a Timoteo, San Pablo insiste, en diversas formas, sobre este concepto[6].
En Ef 3, 9 Pablo vuelve al tema hablando de este cumplimiento del misterio de la salvación como de algo que ve la luz tras haber permanecido por siglos oculto en Dios, haciéndonos a todos partícipes de su divina economía de salvación[7].
Esta economía responde, según San Pablo, a un misterio escondido en Dios antes de todos los tiempos (Ro 16,25-26; 1 Co 2,7-10) La realización de este plan comenzó con la Encarnación del Verbo en el seno de María Santísima.
A su vez, una noción, también bíblica, afín a la noción de «economía salvífica», es la de «misterio»[8].
Como tantos puntos de base en el desarrollo teológico es, una vez más, en San Pablo donde encontramos el inicio de una doctrina que dará luz a un aspecto hermosísimo de la revelación divina.
Será de estos trechos paulinos sobre los que los Padres de la Iglesia se basarán para explicitar por primera vez la doctrina sobre la Economía de la Salvación[9].
Esta afirmación es, en el fondo, una profesión de fe que explica el modo en que Dios llevó a cabo la redención del género humano. Es, nada más y nada menos, que la entrada en la historia de la segunda persona de la Trinidad; o sea la redención.
HERNÁNDEZ MEDINA, José Francisco. La «Economía de la Salvación»: su uso en los origines de la Iglesia, en los Padres y en el último siglo. Universidad Gregoriana – Facultad De Teología: Departamento de Teología Fundamental. 2009.
[1] Cf O. Brose – A. Henry – P. Rouillard, «Economia», Nuovo Dizionario del Cristianesimo, Brescia 1971, 179.
[2] Cf S. Pié-Ninot, La Teologia …, 267.
[3] Cf N. Rivera Carrera, «La Economía de la Salvación» Excelsior (2007).
[4] Cf M. Semeraro, «Economia Salvifica», Lexicon Dizionario Teologico Enciclopedico, Casale Montferrato 2004, 220-221.
[5] Cf H. Schlier, La lettera agli Efesini, Brescia 1973, 92.
[6] «Porque seguramente habréis oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio vuestro» Ef 3,2. «…y de hacer brillar a los ojos de todos la dispensación del misterio que estaba oculto desde siempre en Dios, el creador de todas las cosas» Ef 3,9. «En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre vosotros la Palabra de Dios» Co 1,25.
«…y prestara atención a mitos y genealogías interminables. Estas cosas no hacen más que provocar discusiones inútiles, en lugar de servir al designio de Dios fundado sobre la fe» 1 Tim 1,4.
[7] Cf H. Schlier, La lettera agli Efesini, Brescia 1973, 45.
[8] Cf M. Semeraro, «Economia Salvífica», Diccionario…, 289-290.
[9] Cf M. Semeraro, «Economia Salvifica», Lexicon…, 220-221.
Cristo, segno di credibilità della rivelazione
Pe François Bandet EP
I segni sono parte della strada che l’uomo deve seguire per capire il cammino da percorrere, per comunicare con gli altri, e, soprattutto, per avere accesso alla divina rivelazione di Dio. I segni sono, per natura, misteriosi, e, spesso, sono codificati, e si rivelano sempre necessari per trasmettere un messaggio, nell’ambito di una comunicazione, sia umana che divina. Gli eventi concreti che ci offrono un punto di riferimento per accogliere la comunicazione e la manifestazione di Dio agli uomini sono i segni della divina Rivelazione.
I segni classici sono stati, da sempre, di tre tipi: i miracoli, le profezie e la Chiesa. I manuali di teologia apologetica ne evidenziavano, poi, l’aspetto esteriore. Tali segni erano usati per dimostrare la credibilità della fede e come la fede fosse anche una cosa reale e vera.
La Costituzione Dogmatica «Dei Verbum», del Concilio Vaticano II, ci consente di scoprire una nuova prospettiva del segno divino, quella interiore e personale. Con il nuovo concetto della rivelazione del Concilio, ci è data anche una nuova spiegazione del segno. Stiamo adesso parlando dei segni che si riferiscono alla Rivelazione e alla manifestazione di Dio nei riguardi degli uomini e che, pertanto, possono essere capiti soltanto da coloro che sono aperti e ne vogliono comprendere il significato: «I segni, non sono rivolti soltanto alla sfera sensibile, ma alla luce interiore del cuore» (Lc 11, 34 s.).[1]
Nel contesto dell’unicità dell’istruzione della Chiesa, la Costituzione «Dei Verbum» è stata sviluppata in continuità con la Costituzione Dogmatica «Dei Filius» del Concilio Vaticano I e con il Concilio di Trento. La «Dei Verbum» è stata fatta per spiegare meglio, per capire e per approfondire la rivelazione divina, vale a dire la manifestazione di Dio fatta agli uomini.
Nonostante le differenze e le varietà, è importante notare che tra i tre Concili, non vi è alcuna discontinuità, ma un progresso e un cambiamento nella comprensione della rivelazione.
In «Dei Verbum», il primo capitolo è probabilmente il più importante di tutta l’enciclica perché si parla di Cristo come centro della storia e della rivelazione: «Dopo aver parlato per mezzo dei profeti, Dio ha parlato per mezzo del suo Figlio» (Eb 1, 1-2). Questo figlio, continua il documento, è la sua Parola eterna; Dio lo mandò come un «uomo tra gli uomini» per dirci i segreti della vita divina in cui egli ci vuole introdurre. Il Cristo è, quindi, allo stesso tempo, il rivelatore e l’oggetto rivelato. «Chi ha visto me ha visto il Padre» (Gv 14,9) che, per tutta la sua presenza e con le sue parole, con la sua morte e la sua risurrezione gloriosa dà alla rivelazione il suo pieno compimento. Il Cristo è, dunque, sia la rivelazione del Padre sia il segno di autenticità di questa rivelazione.
BANDET, François. La teologia fondamentale e la sua identità. Cristo, segno di credibilità della rivelazione dal Concilio Vaticano I al Concilio Vaticano II.Seminario minore: P. Joseph Xavier, SJ. Roma: Pontificia Università Gregoriana, 2008. p. 2-3.
[1] PIÉ I NINOT S., Tratado de Teologia Fundamental, Salamanca 1996, p.184.